La era de los emperadores

No fue una toma de posesión, lo de Trump fue una coronazión. Con zeta. Después de proclamarse emperador marciano, se presentó a una masa enfebrecida de seguidores, en un escenario fastuoso de tintes fascistas, como el emperador en el circo, para firmar algunas de sus primeras órdenes allí mismo. Era el césar con el pulgar hacia arriba o hacia abajo. Fracking sin control, indulto a golpistas, investigar a los que le han investigado, deportación masiva: pulgar hacia arriba. Acuerdos por el clima, Organización Mundial de la Salud, control a los bulos, políticas de igualdad, diversidad de género: pulgar hacia abajo. La masa rugía. Ave Donald, los que van a morir te saludan. 

Elon Musk respondió al saludo con el brazo en alto. Por dos veces. Pero sus seguidores se han pasado la semana explicándonos que no era el saludo fascista, era el romano, como si uno no viniera del otro. Así se construyen los fascismos. Con la complacencia y la complicidad de los millones que los justifican. Con el fervor fanático de quienes aplauden a los caudillos cuando bajan el pulgar para decretar la ejecución de los parias. Los que están en las gradas se creen a salvo. Pero ellos sufrirán como el resto la eliminación de derechos y libertades, la desaparición de los sistemas de protección, la destrucción del planeta. Ellos serán la carne de cañón que enviará a las guerras y pagará sus consecuencias. 

Porque las habrá. Habrá guerras comerciales y militares. Los emperadores siempre quieren expandir sus imperios y hemos entrado en una nueva era imperial. Emperadores en China, en Rusia, en Israel, en Estados Unidos. Un emperador que quiere poner su bandera en Marte y nombrar el Golfo de México como Golfo de América. Su América. Dios le salvó la vida para que haga América más grande que nunca. De Groenlandia a Panamá pasando por Canadá. Es la era de los emperadores mesiánicos. Dios ha elegido a Trump, a Netanyahu, a Milei, a Putin. Dios y no el pueblo. Dios está con nosotros, dijo el emperador ruso para justificar su victoria en Ucrania. Cuando dios está en tu bando, la aniquilación del otro bando, de lo humano, no solo está permitida, es obligatoria: es mandato divino. 

El circo romano de la proclamación de Trump era espeluznante. Su mujer vestida con el rigor siniestro de las damas del Cuento de la criada, la cara oculta por un sombrero al estilo de los pioneros de la colonización. Vuelta a los orígenes, a la tradición, a la sumisión. En los altavoces sonaba Village People, el himno gay ahora convertido en el himno de los que rechazan a las personas trans. Village People: la gente del pueblo. Los emperadores, los fascistas, los nazis se presentan como hombres del pueblo. Pero el pueblo es el camino para llegar a la cima, un camino empedrado con los cuerpos del populacho que haga falta pisotear. El pueblo que bailaba y gritaba “Hagamos América Grande de Nuevo”. Alemania Por Encima de Todos. Una, Grande y Libre. Vuelven las cruzadas, los saludos nazis, los escenarios fascistas, las masas bestiales que ya no desfilan, bailan coreografías de Tik Tok a ritmo de canciones discotequeras. 

La banalidad, la ridiculez del mal. El mal es un meme. Un like en Meta. El pulgar hacia arriba. Hemos hecho grandes a los césares tecnológicos reproduciendo el gesto imperial desde la grada. Deslizando el dedo índice para pasar vídeos. La era es digital porque movemos un dedo. Un solo dedo. Pulgares hacia arriba para Musk, Zuckerberg, Bezos, Cook, Pichai y Altman. Para X, Meta, Amazon, Apple, Google y Open AI. La corte de Trump. Su guardia pretoriana. Sus señores feudales. Todos fueron a rendirle pleitesía en la coronación. Todos le han donado millones. Algunos eran enemigos, hoy son conversos. El dinero solo cree en el dinero. Trump les acusaba de usar su tecnología contra él. Han eliminado todo control de la desinformación. Han censurado las críticas. Asunto resuelto. Ningún límite a su propaganda, a su propagación. Nadie se opone al emperador. Se viene una de romanos. Suena la Marcha Imperial.