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Blog dedicado a la crítica cinematográfica de películas de hoy y de siempre, de circuitos independientes o comerciales. También elaboramos críticas contrapuestas, homenajes y disecciones de obras emblemáticas del séptimo arte. Bienvenidos al planeta Cinetario.

A favor y en contra de ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’, de Milos Forman

Cartel de 'Alguien voló sobre el nido del cuco'

Dolores Sarto / Alicia Avilés Pozo

A favor: El placebo de la libertad

R. P. McMurphy (Jack Nicholson) no es un tipo de fiar. Es un estafador de tres al cuarto que además ha sido encerrado por abusar de una menor. No solo tiene problemas con la justicia, también con cualquier tipo de autoridad. De ahí que McMurphy ingrese en un psiquiátrico pensando que saldrá mejor parado haciéndose el loco que viéndose entre rejas. Nada más lejos de la realidad. La enfermera Ratched (Louise Fletcher), encargada de atender a los pacientes del pabellón que él ocupa, le demostrará que hay rutinas y terapias capaces de anular a un hombre. Cuerdo o trastornado.

'Alguien voló sobre el nido del cuco' es una película difícil de olvidarAlguien voló sobre el nido del cuco. Quizás sea así porque, dentro del delirio en el que viven sus protagonistas, es una historia sobria y descarnada que se atrinchera en el humor seco para amortiguar las emociones que sabe desencadenar. Quizás por su magistral y escalofriante puesta en escena o por su retrato lúcido de la demencia. Y es que el maestro, el gran director checo Milos Forman, supo atrapar en su película la certeza que hay en la locura y el miedo que produce la libertad.

Esta película, endiabladamente original, sin género en el que verse encerrada y sin antes y después en la historia del cine, logró cinco Premios de la Academia (en todas las categorías principales) entre los que se encontraba el de Mejor Película. Fue el actor y productor Michael Douglas quien se obcecó en que Forman llevara a la gran pantalla la célebre novela de Ken Kesey en la que se basa el film. Sin embargo, fue su padre, Kirk Douglas, con un ojo clínico para los proyectos interesantes y los buenos cineastas, el que se enamoró inicialmente de la historia. Hasta el punto de que llegó a interpretar el personaje de McMurphy en una versión teatral.  Se vio demasiado mayor, sin embargo, para retomarlo en la gran pantalla.

El film es una caja de Pandora que encierra momentos delirantes que han sabido convertirse en cine con naturalidad. Buena parte de su fuerza tragicómica reside en la tensión psicológica que se logra  en muchas de sus secuencias. Secuencias donde  la tiranía sutil que despliega la enfermera jefe (fantástica Louise Fletcher) somete de manera inmisericorde la voluntad de unos pobres diablos a los que su enfermedad les daba todo el derecho de vivir libres de cualquier tipo de atadura. Las terapias de grupo son una buena muestra de ello, como la primera en la que conocemos el problema marital de uno de los enfermos. La escalada de desvaríos que se produce con las intervenciones de unos y otros enfermos, se presentan en un ágil e inteligente mosaico de planos rápidos de cada uno de ellos. Personajes que se desenvuelven en su rol brindando su patético y particular espectáculo hasta que aterrizamos en la sonrisa, apenas perceptible y sádica, de la enfermera Ratched. Una tirana con un sutil, pero letal poder de manipulación.

Vibrante y muy emocionante es también el partido de béisbol imaginario donde el protagonista, R.P. McMurphy logra salirse con la suya sin romper ninguna norma, pero despertando la ilusión y la confianza de sus lunáticos colegas. Todo un canto a la vida y una escena realmente entrañable que sabe tocar la fibra sensible sin empalagar. Ahí está también el escandaloso amotinamiento del fumador Cheswick y el encierro voluntario de Jefe Bromden, escondido en un sanatorio mental para no enfrentarse a los fantasmas de su padre. O la imagen dantesca, libertadora y trágica de la borrachera. No hay ni un sólo detalle que no esté desquiciado y no hable del desesperado intento que cuerdos y locos tienen de sentirse vivos.

El desenlace de la película es una bella e inquietante metáfora que está a la altura de un guión cargado de expectativas. Tras el caos y la tragedia, se sucede una escalofriante armoníadentro del psiquiátrico. La rutina nos viene a recordar las palabras de McMurphy. Sus compañeros no estuvieron más locos “que esa infinidad de gente que hay en la calle”. Esos otros. Nosotros.

En contra: desquiciados y desquiciantes

Son muchas las virtudes con las que 'Alguien voló sobre el nido del cuco' se engalanó para la historia del cine. La adaptación cinematográfica del libro homónimo de Ken Kesey no solamente se convirtió en la primera película en ganar en las cinco principales categorías de los Premios Oscar en 41 años de galardones, sino que consagró al cineasta checo Milos Forman como uno de los más influyentes del último cuarto del siglo XX. La historia del ingreso en un sanatorio mental del preso pendenciero R. P. McMurphy ofrecía además una visión más cruda y realista de las enfermedades mentales, alejada de la polarización a la que había sido sometida esta cuestión en el cine clásico.

Sin embargo, la incursión de Forman en estas lides, revisada con los años, no deja de ser una curiosidad cinéfila que tropieza con la esquiva disciplina de las ciencias centradas en la salud mental. Y el 80 por ciento de ese interés lo protagoniza Jack Nicholson, elegido para encarnar un papel protagonista que le convertiría en uno de los mejores locos de Hollywood, pero que inundó de su histrionismo nato un rol que se prestaba a mayores matices debido a su ambigüedad. Es decir, las dudas que en el libro se despiertan sobre la existencia o no de su enfermedad mental se disuelven en la película al primer golpe de plano, cuando el espectador más agudo solo es capaz de diagnosticarle un importante trastorno de chulería y libertinaje.

Es por este motivo por lo que resultan tan extrañas algunas partes del guion, sobre todo las referidas al debate de los responsables del sanatorio sobre el nivel de raciocinio del paciente. Entendemos por tanto que el director de la película, perfectamente consciente del nivel de inteligencia emocional con el que había dotado a su protagonista, no tuviera más remedio que rodearle de personajes totalmente desquiciados y desquiciantes (hasta ahí normal), pero elegidos como si de un casting de trastornados se tratara: todos lo suficientemente carismáticos (Cheswick), inquietantes (Gran Jefe), simpáticos (Martini) y vulnerables (Billy), cumpliendo con la cuota de chifladuras existentes en todo el mundo y perfectamente influenciables.

Típico de Forman, especialista en rodar a personajes que parecen responder a algún tipo de víscera mental (ahí están para la historia 'Amadeus', 'Valmont' y 'El escándalo de Larry Flynt'), en este caso no obstante supo desplegar su maestría en la cámara con un conjunto de planos subidos y cortados, y con una villana maravillosamente interpretada por Louise Fletcher, en el papel de enfermera-canciller inmutable y casi terrorífica. Son elementos que despistan de un argumento que no pasa ningún filtro del realismo. Hay escenas realmente magníficas, sí, como la de la escapada para pescar o el impactante final, pero  en manos del checo no dejan de ser un conjunto de ‘sketches’ donde Nicholson, una suerte de crápula mesiánico, parece jugar en otra liga diferente de deficientes mentales.

Pero a lo mejor el fallo somos nosotros, que somos crueles analistas. Quizás nos equivocamos al juzgar esta película desde nuestra más simple cordura. Siempre ha habido algo grotesco, deformado y casi expresionista en las películas de Forman, y nunca ha intentado engañar a nadie con su forma de buscar la genialidad en la más absoluta demencia. Es muy difícil contar la locura a hordas de espectadores totalmente racionales, que se lo digan a Alfred Hitchcock, a Roman Polanski o a Terry Gilliam, por poner algunos ejemplos. Probaremos, con el tiempo, a volvernos tarados para dejar de buscarle el sentido a lo que probablemente no lo tiene.

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