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Sobre este blog

La ecología es uno de nuestros principales intereses y es el centro de este blog: cambio climático, medio natural, desarrollo sostenible, gestión de residuos, flora y fauna, contaminación y consumo responsable, desde el punto de vista de periodistas, expertos, investigadores, especialistas y cargos públicos. También editamos la revista 'Castilla-La Mancha Ecológica'.

El plástico más peligroso de las latas está dentro

Lata de plástico

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Han pasado varias décadas desde que la imagen de aquella tortuga con su caparazón deformado por las anillas de plástico de un paquete de latas de bebidas llamase nuestra atención sobre el impacto que los envases de usar y tirar estaba causando en nuestro entorno. Por el camino hemos aprendido que la contaminación por plásticos llega a todas partes, siendo una amenaza para la biodiversidad pero también para nuestra salud.

Ahora, ante la perspectiva de nuevos impuestos al plástico de un solo uso, son varias las empresas que se animan a poner solución a un problema conocido. Anuncian a bombo y platillo algo que podrían haber hecho hace 20 años. Algo que en estas décadas hubiese evitado muchos problemas. Empresas de cerveza y refrescos enlatados anuncian que van a cambiar las anillas de plástico por otros sistemas para sujetar las latas. Y van a utilizar algo tan “novedoso” y “desconocido” como el cartón.

La medida llega tarde, mal y, sobre todo, es insuficiente. Llega ahora que la normativa va a encarecer el plástico de usar y tirar. Lo que se intenta vender por algunas marcas como una innovación y una gran conquista ecológica o para la sostenibilidad no es más que un ahorro económico de las empresas que lo ponen en marcha.

Es insuficiente porque en 2021 sabemos que el plástico más peligroso de las latas, sean para conservas o para bebidas, está dentro. Sí, dentro de los envases de aluminio y férricos hay una película de plástico para evitar que los productos envasados reaccionen químicamente con el metal. Ocurre en los recipientes baratos de usar y tirar. Si no has visto nunca esta capa puedes hacerlo en este vídeo de MEL Science en el que muestran el secreto oculto de las latas de aluminio:

Esa fina capa evita que las conservas y las bebidas interaccionen con el metal. En el caso del aluminio, elemento más que sospechoso de ser neurotóxico, esa película es clave para evitar el daño que podría causar en nuestro cerebro este metal en contacto con alimento.

El peligro del Bisfenol A

Pero ese plástico no está exento de problemas para la salud. Cuando Nicolás Olea afirma que “El cien por cien de los niños españoles mea plástico cada día» se refiere, entre otras sustancias, a algunas de las que migran desde el recubrimiento interno de las latas a lo que guardamos dentro. Entre ellas destaca el Bisfenol A (BPA), una sustancia que se ha prohibido en países como Francia o que hemos limitado en usos como los biberones, pero que sigue presente en las latas de bebidas y para conservas.

En “Enfermos, gordos y pobres” Leonardo Trasande habla largo y tendido de disruptores endocrinos, sus efectos sobre la salud y cómo prevenirlos. En particular, en las latas y sus plásticos el problema empieza, para este autor, desde la fabricación: “un estudio chino sobre trabajadores de una fábrica que utilizaban BPA para producir latas de aluminio sí asoció los niveles elevados en la orina con una libido reducida, disfunción eréctil y dificultad para eyacular” (Puedes leer al respecto en: Relationship Between Urine Bisphenol‐A Level and Declining Male Sexual Function y Occupational exposure to bisphenol-A (BPA) and the risk of Self-Reported Male Sexual Dysfunction).

El Bisfenol A, siendo el más señalado, no es el único bisfenol ni la única sustancia plastificante sospechosa de pasar de los plásticos a los alimentos. Junto a este grupo existen otros problemáticos como los ftalatos. Sabemos desde hace más de una década que estas sustancias se transfieren de los envases de usar y tirar a su contenido y, a través de ellos a nuestra dieta. Sustancias que se relacionan con problemas con las hormonas del tiroides y el desarrollo neuronal y, cuya presencia durante el embarazo, se vincula con trastornos por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y del espectro autista.

Envasar bebidas en latas de un solo uso es un negocio bastante lucrativo para distintas corporaciones que externalizan impactos económicos, sociales y ambientales al conjunto de la población. La contaminación por plásticos va más allá de unas anillas deformando el caparazón de una tortuga: tiene efectos sobre nuestra salud y el desarrollo intelectual de nuestros hijos.

¿Cuántas décadas vamos a esperar a que la industria del envase de usar y tirar decida dejar de utilizar los plastificantes con los que nos están matando? ¿Cuánto tiempo vamos a seguir asumiendo entre todos los costes sanitarios de tratar las enfermedades que causan el Bisfenol – A, los ftalatos y el resto de plastificantes con los que hacen posible su modelo de negocio corporaciones como Red Bull? ¿Quién va a pagar la pérdida de productividad derivada de los problemas neuronales inducidos por estas sustancias?

Evitar miles de casos de obesidad infantil

Leonardo Trasande recoge en su libro que sustituir los bisfenoles en los revestimientos de las latas podría evitar miles de casos de obesidad infantil y decenas de miles de casos de cardiopatías coronarias. El coste de una alternativa al BPA, como la oleorresina, es de 0.02 dólar por lata. Unos 2.200 millones de dólares asumiendo una producción anual de 100.000 millones de latas para alimentos y bebidas. Según cifras de 2008, ese BPA está asociado a unos 12.404 casos de obesidad infantil y a 33.863 casos de cardiopatías coronarias en Estados Unidos, con unos costes estimados de 2.980 millones de dólares.

Un ahorro de 2.200 millones en la industria traslada 2.980 millones de costes al conjunto de la sociedad. Esto es solo para obesidad inducida y cardiopatías, sin incorporar otros trastornos causados por BPA, ni otras sustancias plastificantes que podríamos añadir a la ecuación. El modelo de envases baratos es muy rentable para la industria, pero traslada unos costes inasumibles al conjunto de la sociedad. No hablamos solo de basuras dispersas o animales muertos de inanición con el estómago lleno de plástico.

Trasande también habla del coste económico de un coeficiente intelectual más bajo debido a los problemas que los disruptores endocrinos ya están causando en el desarrollo del cerebro de las personas expuestas, desde su concepción, a estas sustancias. Cada punto de coeficiente intelectual se traduce en una reducción en el potencial adquisitivo de un 2%. Así, si cuatro millones y medio de europeos pierden entre un tercio de punto y algo más de 5 puntos de coeficiente intelectual cada uno la productividad económica que se perdería en el continente sería de 150.000 millones de euros.

Podemos seguir jugando a cambiar anillas de plástico por soportes de cartón. Pero esto no va a resolver el problema de fondo. Tenemos un modelo de producción y consumo suicida que nos está arrastrando al colapso de la civilización que conocemos. Unas pocas corporaciones se lucran generando miseria, pobreza y enfermedad repartida en el conjunto de la población. Los residuos son únicamente un pequeño indicador de lo insostenible del modelo. Un indicador muy potente que habla de los cambios que nos han traído hasta aquí y de los que tenemos que afrontar para avanzar por una senda más sostenible.

Sí. Está bien reducir la cantidad de plásticos que utilizamos en nuestro día a día. Pero tenemos que conseguir un modelo de producción y consumo mucho mejor del que tenemos si realmente queremos evitar un colapso cada vez más inminente.

Sabemos que el granel y los envases reutilizables son parte de una economía más justa, circular y sostenible. ¿A qué estamos esperando?

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