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Ciudad Real, patria honorífica del Postismo

'Homenaje a Eduardo Chicharro', collage, uno de los 'popares' de Gregorio Prieto

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Cronológicamente, aun siendo una excepción estético-ideológica, el Postismo está encuadrado en la llamada “poesía española de posguerra” o, si bien se duda hasta dónde llegó esa posguerra, en la poesía desarrollada en el periodo de la dictadura franquista. Los poetas Carlos Edmundo de Ory y Eduardo Chicharro -sus fundadores, junto con el italiano, y episódico, Silvano Sernesi- realizaron muy buena parte de su obra (Chicharro toda) inmersos en ese periodo. La poesía que se hizo en España a lo largo del franquismo está signada mayoritariamente por una condición humanizadora que abarca todas las etapas por las que transcurrió, si bien comenzó a resquebrajarse esa condición en, más o menos, su último lustro. Enunciemos estas tres etapas:

           1ª) Dominada por una poesía existencial, cuyos principales ejemplos fueron las creaciones de Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, el tremendismo, la buena poesía religiosa y amorosa del principio, etc.

           2ª) Constituida por la llamada poesía social, siendo sus más resonantes emblemas los poemas de Blas de Otero y Gabriel Celaya. Tuvo una larga existencia y estuvo llena, ya que el compromiso en contra del régimen de Franco era necesario y urgente, de grandes poetas, buenos poetas y malos poetas. Estos últimos creían que con lanzar pedestres panfletos contestatarios ya se cumplía perfectamente con la poesía.

           3ª) Comprendida por una poesía intimista cabalmente representada, aunque hubo más, por los poetas llamados de la Generación de los 50 o Grupo de los 50. Carlos Bousoño, tan dado a clasificar, definió la corriente como una “poesía del hombre en su íntima circunstancia”.

Aún faltaban algunos años para que el viejo sapo iscariote y ladrón, como lo definió León Felipe, muriera, ay, desgraciadamente en su cama, en una cama de hospital, y no en un atentado o en un patíbulo en virtud de una ejecución dictada por un tribunal penal internacional. Quedaban cinco años para que Franco, el sanguinario dictador, muriese, pero a partir de 1970 la poesía española, si bien hasta cierto punto, prescinde de esa humanización globalizadora, o al menos de sus formas estereotipadas.

En 1970 apareció la enseguida famosísima antología ‘Nueve novísimos poetas españoles’, realizada por José María Castellet, quien en la introducción sanamente contradice los postulados enunciados en sus antologías anteriores ofrendadas a una “incuestionable”, en su momento, poesía realista. Las poéticas contenidas en la antología de los novísimos eran radicalmente diferentes de la fase precedente. Estas tres etapas que hemos ligeramente enunciado, por las que atraviesa unificadamente la poesía española hasta los años 70, se pueden reducir estéticamente a dos: la primera, existencialista, es neorromántica, mientras que la segunda y la tercera, social e intimista, son realistas.

Al principio del periodo que estamos observando irrumpió un cierto idealismo espoleado por el mucho miedo existente y llevado a cabo por publicaciones oficialistas como las revistas ‘Escorial’ y ‘Garcilaso’. Pero a partir de 1944 la cosa cambia con la aparición de los libros ‘Hijos de la ira’ y ‘Sombra del paraíso’, de Alonso y Aleixandre respectivamente, y las plurales e innovadoras páginas de la revista leonesa ‘Espadaña’. Luego afloraron multitud de revistas, de colecciones de poesía; en los años 50 se organizaron, propiciados por el régimen con el fin de maquillar su negra imagen, unos nutridos congresos de poesía. Y el ambiente, ciertamente, se fue enriqueciendo.

El poder desinhibido de la palabra

El movimiento vanguardista español denominado Postismo surge en un momento muy arduo de la historia: en el inicio de la dura posguerra, tras la inclemente guerra civil, en enero de 1945, cuando Alemania aún no había capitulado. No buenos tiempos para una vanguardia que abogaba por un poder desinhibido de la palabra, por su poder ascensional, por el impulso imaginativo, por el poderío del humor, por el culto del disparate, por la locura inventada.

La obra postista ha de tener como atributos la eclosión del juego imaginativo, el imperio de la forma, un decorativismo rítmico-musical, incluso animal, una exaltación sensorial en la expresión, todo ello arropado por la euritmia (buen ritmo), como síntesis y paradigma impregnando el producto obtenido. El efecto a conseguir será, desterrando la metáfora y resaltando la figura plástica ilógica –al decir del principal inventor Eduardo Chicharro Briones-, una euforia contagiosa, resultado de, capital lema del Postismo, la “locura inventada”.

El Postismo nació de la amistad entre los poetas Eduardo Chicharro y Carlos Edmundo de Ory, a los que se unió el italiano Silvano Sernesi, y entonces los tres fundaron el Postismo. Ninguno tenía un duro, pero resulta que Sernesi sacó de su padre (director del Banco di Lavoro exiliado en España) la cantidad de 5.000 pesetas con las que se pudieron sufragar los gastos de impresión de las revistas postistas ‘Postismo’ y ‘La Cerbatana’ y pagar la propaganda del movimiento en anuncios de prensa. Ory graciosamente recordaba que esos mil duros dieron además «para taxis y torteles».

El Postismo se gestó en Madrid pero en él se implicó un importante núcleo de ciudarrealeños. A la tríada fundacional se sumó el poeta Ángel Crespo, nacido en la capitaleja manchega; entró en las huestes postistas a través de otro gran vate, el valdepeñero Juan Alcaide, quien a su vez había sido profesor de su paisano Francisco Nieva durante el destierro del padre del dramaturgo en Despeñaperros, quien había sido gobernador republicano en Toledo. Nieva estuvo fuertemente ligado a los fundadores del Postismo desde el primer momento, cuando todavía era pintor y no escritor teatral. Vivió con Ory; en sus memorias declara que si algún mérito tiene su escritura, se lo debe al magisterio de Eduardo Chicharro, con quien colaboró en algunas obras.

El título que encabeza este artículo se lo debo a Carlos Edmundo Edmundo de Ory, quien escribe este lema en un artículo publicado en el diario Lanza de Ciudad Real en septiembre de 1949, dentro de una campaña en defensa del Postismo que Ángel Crespo llevó a cabo en el suplemento ‘Pensando en joven’, del diario mencionado, suplemento que Crespo dirigía, y en el que estampó su firma la élite de la vanguardia y claros simpatizantes de la misma. Después, las enseñanzas postistas pervivieron en las revistas del llamado “realismo mágico”, ‘El pájaro de paja’ y ‘Deucalión’, dirigidas por Ángel Crespo, Gabino-Alejandro Carriedo y Federico Muelas, y perduraron en la obra de artistas ciudarrealeños, como el pintor de Valdepeñas Gregorio Prieto y los pintores y poetas José Fernández Arroyo, de Manzanares, y Antonio Fernández Molina, de Alcázar, quien dirigió la revista de estética neopostista ‘Doña Endrina’.

Hay que recordar que Gregorio Prieto fue predecesor de este jocundo ismo al crear con Eduardo Chicharro en la Academia de España en Roma, en los años 30, en la que ambos eran pintores pensionados, una serie de collages fotográficos que ya ostentan el nombre de Postismo. La revista ‘Postismo’ incluye la fotografía “Il Penduto”, donde Prieto luce un vistoso casco sideral. La colección de esos fotomontajes se puede contemplar en el Museo de la Fundación Gregorio Prieto en Valdepeñas, recientemente remodelado.

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