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Los nombres del río

Río Tajo a su paso por Talavera de la Reina

Miguel Ángel Curiel

El río tenía muchos nombres. Un río además de una corriente de agua es también un continuum de nombres extraños. Cuando vuelvo a pronunciarlos después de muchos años la memoria se ilumina y se llena de lugares absurdos donde he estado una sola vez y a los que jamás volveré.

Los nombres del río eran los de los viejos vados aguas abajo de T., Puente Pinos en la desembocadura del Uso cerca del Puente del Arzobispo, y el de Talavera la vieja en Valdecañas; también los viejos puentes, los molinos de agua, las fábricas de luz, las huertas, las vegas de los afluentes, los pequeños ríos, las ciudades muertas tras los canales de riego. Los nombres del agua son transparentes como el olvido cernudiano. “Sigue, sigue adelante y no regreses. Fiel hasta el fin del camino y tu vida. No eches de menos un destino más fácil”.

El verano te lleva a hacer cosas absurdas como escribir los nombres del río en las hojas sucias de un periódico, o a hacer listas de amigos muertos. No es sencillo olvidar los nombres que mueren, al contrario, quedan dentro de uno como un lugar imaginario donde antes había vida. Imaginé entonces un pequeño libro de tapas negras sin título dentro de una caja negra, un espacio infinito donde depositar esos nombres antes de que se fueran al aire para siempre, a su vez esta caja debía estar depositada en una urna de cristal en un lugar indeterminado de la plaza del Pan de T. Una lista infinita de nombres, algunos más extraños que otros.

Un río muerto es todavía un universo lineal, una corriente de vida y existencia que atraviesa el espacio y es atravesado a la vez por el tiempo. Una sucesión mágica de nombres en la orilla, que combinados de manera aleatoria te llevan de nuevo al río para bañarte en compañía de los amigos muertos un 14 de julio. No se puede recorrer un río desde sus fuentes hasta el lugar del mar sin sentir los días que te atraviesan como otro río aún más sucio que este. La corriente se lleva los nombres de un lugar a otro y de nuevo los trae en la lluvia y en la nieve, o los revuelve en los grandes remolinos de agua turbia junto a las cepas del viejo puente de Santa Catalina.

Te has visto muchas veces en el ojo del remolino girando, son el contratiempo. Esa fuerza irresoluble te lleva al lugar absurdo de la memoria, el agua gira en sentido contrario al tiempo. Al salir del remolino por el ojo de la ciudad, entras de nuevo en el laberinto de la luz del verano. Siempre en un 14 de julio, el día en el que nuestro único rey es el sol. Día de San Camilo, el santo que después de una vida disoluta llena de vicios se convirtió en enfermero de pobres.

Sólo cuando el río se remansa en los pantanos, afloran los nombres como árboles que se han secado bajo las aguas, o pueblos sumergidos en los que se oye llover en la sequía, y a la cigarra de los cementerios serrar la luz. Esos nombres golpean las campanas de barro dentro de tu cabeza. T. tiene su homónima, Talavera la Vieja, en el Campo Arañuelo, situada junto a la margen izquierda del Tajo. La antigua ciudad romana acabó bajo las aguas de Valdecañas. Allí en el Templo de los Mármoles y en el de Cilla leyó una vez sus poemas Virgilio camino de Mérida.

Si te acercas a las orillas de la ciudad sumergida en la noche se San Juan, oirás las campanas en los fondos oscuros, y al campanario de hielo de la memoria resquebrajarse en tus ojos sucios. Podemos elegir entre las aguas oscuras y las aguas transparentes, elegir entre los espacios oscuros y negros de Rothko y la luz transparente de Balthus para entrever el mundo de hoy. En todos los Rothkos hay un remolino oscuro que te traga y que después de llevarte hasta el corazón de la estrella muerta te hace salir por un Balthus de nuevo a la vida. Mirar ya no es ver, sino entrever, vivir dentro de lo que ves hasta llegar a lo que hay detrás, y escuchar es apenas es oír más que los ruidos de una ciudad muerta.

Nunca habría escrito los nombres del río en ese libro de manera alfabética, sino como fueron vividos y olvidados, extrañados y violentados, desde Abrantes a Sacedon, o desde Malpica do Tejo a Aranjuez. Tú, lector, deberías hacer la tuya propia. En primer lugar escribo Escabas, el río de cristal azul, en Priego de Cuenca, y aquellos cursos de verano de la Universidad. Junto al Escabas el poeta Diego Jesús Jiménez bajo a la sombra del fresno nos hablaba de la pesca de la trucha, de la sierra fría, del Alto Tajo, de lancheros y eremitas. Historia de las aguas de cristal, las más frías del Tajo, de la transparencia, de lo que casi no puede ser expresado con lenguaje, pues el lenguaje tiene como límites el campo magnético de la poesía.

Mi último viaje en autoestop desde T. a Cuenca en el verano del mil novecientos noventa y ocho en busca de las fuentes. La vieja mochila de la Royal Army con dos camisas blancas, dos cuadernos, un par de libros de Benjamín y la fotografía de una muchacha extremeña. El día que murió José Ángel Valente todos estábamos allí, junto al Escabas, bañándonos en las hendiduras de la sierra. Casi todo está intacto ahora después de muchos años; las formaciones cársticas de la memoria por las que corre el agua, piedra blanca porosa, el país de las mil fuentes –no olvides nunca el nombre de las fuentes, pues son los nombres originarios del río que nos lleva-.

Aquella noche, en un improvisado homenaje a Valente, el poeta de las aguas insalubres, en el claustro del monasterio del Rosal de Priego, todos leímos un poema suyo. Elegí el cántaro “que tiene la suprema realidad de la forma, creado de la tierra para que el ojo pueda contemplar la frescura”.

El poeta murió el dieciocho de Julio del dos mil, hace ahora dieciocho años. La primavera pasada recorriendo su Orense natal, junto al Miño, escribí un texto en homenaje a ese cántaro, a ese frescor que contempla el ojo de los manantiales. -Leí su poema vigesimocuarto a las aguas insalubres en honor a la podrida ciudad del Noroeste. Sed mulier cupido quod dicit amanti, / in vento et rápida scribere oportet aqua.

Él, que no amaba a nadie y comía palabras alemanas, Kompass de la muerte. El canal de la vida seco y los álamos verdes con una llama en la punta de noche. Eso veo desde aquí. “Y ahora danos una muerte honorable, vieja madre prostituida, musa” [j.a.v.]-

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