Palabras Clave es el espacio de opinión, análisis y reflexión de eldiario.es Castilla-La Mancha, un punto de encuentro y participación colectiva.
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A falta de nieve aquí, la cal de la hoja, así él creó una palabra para decir que todas las cosas recibían su luz y la devolvían al mundo. Caloja o caloya, el blanco que brilla, la caloja o calijeña, antes había estado ahí la palabra, como la luz que se refleja en el blanco y es devuelta al aire con más fuerza.
Rebrotan las zarzas quemadas durante el verano con más fuerza, pero no podrían arder dos veces. Deseos de adviento. Deseos, uf, tantos como dientes. Allí el campo de dientes de león, pero no soples.
En una postal de navidad de hace algunos años, un amigo escribió a modo de felicitación “¡Por Dios! O por nada, que la mesa no cojee, que las piedras del vado o las poldras no hayan sido socavadas por la corriente, que este fresno nuevo tenga su inclinación justa”
“La peligrosidad del acto de pintar” Emil Schmacher. “Peligrosidad”. Cuanto hacía que no oía esa palabra. Echo de menos todas esas palabras que dejaron de pasar por mí, mientras me aferro y me defiendo de todas estas que ahora andan rondando tan cerca.
En la dosis está la perfección, en las dosis de ligereza, y el convertir el aire en agua para darles a tus animales tu sombra en las manos.
Tusilagos, uñas de caballo, en esta latitud ya han florecido, se adelantan, en los taludes, adornan las zonas feas del paisaje, los cimientos de las casas abandonadas, salen donde hay vigas y tejas apiladas desde hace años. Al aire frío que quema los ojos y los labios ayuda ese amarillo fuerte, pero entre la fáfara y la pata de mula no hay recuerdos al inicio. Todas las flores son nuevas. Siente la coz del aire en ellas. El lindy hop, el jitterburg y el jive son bailes antifascistas, ellos lo bailaban quietos, y hablaban una vez ya muertos, durante un tiempo más o menos largo se les oía allí o aquí hasta que callaban para siempre, y ese callar era el gran silencio en el que oíamos lo otro, el mundo. Swing, swing, swing era el salvoconducto.
La niebla es la neurastenia del aire escribió el maestro de P., en la niebla no hay recuerdos. Y si todos los fenómenos de la naturaleza se dieran a la vez, no solo en un día, sino todos al mismo tiempo, y entre todas las inclemencias que nos regala la naturaleza, al finalizar cada día, en la gran quietud, durante el momento de la copa de vino en la ventana. Pero no, se las guarda, y nos las sirve de una a una para que en nuestro propio clima nos expresemos con fuerza.
Todavía escribe el esclavo de un sistema de comunicación previa, a la que inevitablemente se vendió la identidad
El maestro nunca se ponía de lado, aunque siempre daba sus clases de perfil junto a la ventana del aula, hablando a la ventana, mirando a lo lejos. Su perfil, el estar siempre de perfil mientras nos hablaba, desde la ventana hacia el mundo, mirando lejos, a lo lejos siempre, y permitiendo, a la vez que nos hablaba, siempre desde un allí, que entrara el aire en el aula. Yo quise ser una vez como ese maestro. Cuando al fin él callaba se giraba para mirarnos, y aunque siempre parecía que miraba a uno de nosotros en concreto, a un elegido, al elegido, en realidad nos estaba mirando a todos. Nadie quería romper ese silencio maravilloso, nadie menos el elegido, y el elegido éramos todos. En esos silencios maravillosos se posaba toda la lección que en realidad no era una lección. “Las raposas tienen guarida y las aves del cielo nidos, más el hijo del cielo no tiene dónde reclinar la cabeza” (Lucas, 9, 58) hay siempre un Getsemaní en cada región o país por donde has pasado, y un Jola o un Berrocalejo para los exiliados de sí mismo.
Estas montañas se ven mejor desde aquí que desde allí, no es solo el efecto de la distancia y de la luz, es también el de la memoria, las formas dejan de mostrarse de manera clara, menos un peñasco que actúa de joroba; ese penacho de granito se ve siempre desde casi todos los lugares. También a esta hora mejor que al mediodía, la luz debe ser la apropiada, y en invierno mejor que en verano. Al otro lado, en la vertiente Norte, nunca dirías que se trata de la misma montaña, es otra; lo feo y la fealdad no valen para las montañas, ahora que puedes decir que conoces bien a aquella persona de espaldas solo porque ha dejado de hablar. Tiene dos cuerpos, pero un solo rostro.
Cuantas veces hemos hablado o escrito sobre el “frío” ¿Y qué significa ese “frío”? Todo, quizás todo. Hace ya muchos años, en Fürth, a las afueras de Núremberg, durante una larga estancia en Alemania, en diciembre, tenía mucho frío, más de lo que nunca había tenido hasta entonces, un frío que me hacía retroceder y apretar el cuerpo. Para calentarme iba muy deprisa por largas calles bajo el cielo podrido del mediodía en aquella grisalla del Norte. De pronto comenzó a nevar, y en ese nevar dejé de tener frío, de sentir dentro del cuerpo el perro blanco. El frío se había ido de mí. Después seguiría nevando durante tres días seguidos. La nieve tomó la ciudad. De esa alegría de la nieve viven todavía nuestros ojos mucho tiempo después. Ese recuerdo es pura alegría. El calor venía de la nieve. La tristeza de haber aprendido a nadar en una piscina. En ese caso es mejor que te tiren al río un día de verano, atado con una cuerda a tu padre, y como el miedo al agua poco a poco se convertiría en placer. Después ya no puedes olvidar los ríos, ni la nieve, ni a tu padre. Hay ríos con nombres de mujer. Un amigo de Piedralaves me mandó hace unos días un texto sobre las ríos y gargantas de la vertiente Sur de Gredos, un texto en el que nos reconciliamos. Hay una memoria que confluye. Hablaba de los ríos de La Vera. Chilla, Alardos, Santa María. Minchones, Gualtaminos, Jaranda, Riomoros y Villares, Cuartos, Pedro Chate. Ramacastañas, Arbillas. En todos estos ríos pequeños se ha bañado. Aguas de nieve. Muy frías incluso en verano. Yo aprendí a nadar en el Alberche, al final de su curso, en los tramos ya cercanos a la desembocadura en el Tajo, en el lugar de Palomarejos. Entonces era un río peligroso. Aguas de aluvión de un verde gris.
¿Cuántos ríos tiene? ¿Cuatro, o cinco, quizás ocho? Y tú solo uno.
“Bestia del corazón” “Polvo de azúcar de cadáver” Herta Müller. Dan ganas de volver a traducirlo ¿Qué habría cambiado? “Animal descorazonado” “Polvo dulce de ceniza” y así avanzamos, con ligeras dosis de lenguaje cambia de rumbo la esperanza. El hambre entra por los pies. Puedo alimentarme con el corazón de las manzanas y las palabras más sucias.
Nuevos deportes, el hombre compite contra sí mismo, los límites de la bajada en apnea en caída libre desde el cielo. Récord significa quebrar el espíritu. Están para quebrarlo, como se rompe el amor en una rama de aliso.
Retoñar, resoñar, puntitas de hallazgos. Hierba que sale con fuerza entre las junturas del empedrado.
Después de un corto paseo con la cabeza agachada mirando solo el suelo, el leer la tierra, al levantarla aparece en toda su extensión feliz el mundo.
Me detengo en el paisaje “El peso del morral” de Matsuo Bashô en su viaje a Tierras Hondas. Detalla lo que llevaba en el morral. En un viaje más ligero, la desnudez del desnudo me lleva a creer qué en cualquiera de las circunstancias, ese que va, habría llevado encima algo, de no ser así, para sufrir un poco llenaría de piedras una bolsa.
Otra Anunciación, y solo veía sus grandes ojos negros, la reencarnación de la Weil, o de la Duras, tan necesarias en este tiempo. Parecía mirarme y hablarme desde detrás de una encina. Le pregunté ¿Por dónde vamos hacia dónde ahora?
La palabra pájaro o ave en todas las lenguas, y las escribía en cuartillas amarillas, eran muchas, desde “Avis” a Haṃsa (हंस), era miles. Que estés bien en tu vuelo por encima de la niebla.
Me detengo en el poema mucho tiempo, en un determinado poema, en este de Valente, el Hibakuscha, estoy en ese poema, dentro, como territorio de lenguaje abierto, y me digo, no sé cuántas veces puedo llegar a decírmelo, que debería espantarme, como la Schrecken o la Verängstigt, más allá de la angustia -esas imágenes- y me lo digo, pero no, un gran no se interpone entre la maravilla del lenguaje y mi angustia en el Hibakuscha de Valente. En el cielo un pájaro de aluminio gris, el Bockscar sobre Nagasaky. “Alguien miró sin fin desde la muerte. Aún puedes ver aquel ojo en lo oscuro. Y cómo, preguntaron, cómo escribir después de Auschwitz y después de Auschwitz y después de Hiroshima, cómo no escribir”.
Cualquiera cada cierto tiempo dice “no quiero morir” en voz baja, los otros no lo oyen, ni él mismo lo oye. ¿No lo terminaría cambiando después de un tiempo por ese “quiero vivir”? Un no siempre es más fuerte que un sí. Al constructor de memoria le gusta la niebla, los espacios donde nada se mueve, ni el día. ¿Quién es el constructor de memoria sino tú? La memoria habla despacio y en voz baja para ese dictado al oído. Entonces se rellenan los hiatos del tiempo. Del pulir al amolar, y las piedras de agua ¿Afinaban más todavía la afiliación?
“Solo donde estás tú nace un lugar” Elizabeth Barret-Browining
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