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Ya nadie vive aquí: la historia de varios pueblos deshabitados de Castilla y León

La Iglesia de Opio, en Burgos.

Alba Camazón

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Hay pueblos que, simplemente, terminan desapareciendo. Son pequeños núcleos, con un puñado de vecinos, que 'forzados' por una situación determinada, van abandonando el pueblo hasta que no queda nadie. Con los años, la naturaleza se va adueñando de los edificios, expoliados parcialmente por la calidad de sus materiales. Hemos seleccionado la historia de varios pueblos para ilustrar cómo 'murieron' a pesar de los esfuerzos de algunos pocos.

Camposolillo, en León, tiene varias fases de abandono, un éxodo que se dilata durante años y que concluye definitivamente a principios de los años 2000. A finales de los años 60 el gobierno expropió las viviendas de Camposolillo porque iban a quedar anegadas con la construcción de la presa del Porma. La gente abandona sus casas y marchan a Madrid, Gijón, Avilés, León o a pueblos de los alrededores. “Es un pueblo fantasma, pero finalmente no queda anegado”, explica Alberto Díez Valbuena, informador turístico en Puebla de Lillo, el municipio al que pertenecía Camposolillo.

En 1970 vivió sin luz en casa ni alcantarillado un hombre: Antonio el hojalatero, que había dejado su casa por la presa, decidió volver y vivir en soledad. Las tierras son de la Confederación Hidrográfica del Duero (CHD) y Camposolillo queda en el olvido hasta 1994.

Entonces Comisiones Obreras obtiene una contrata a través de CHD con el objetivo de reconstruir Camposolillo: la intención era contratar y formar en los oficios a los vecinos de la zona, que ya empezaba a escuchar hablar de la descarbonización. De hecho, un vidriero de Salamanca se desplazó con su familia para trabajar. Celestino Diez fue maestro de albañilería y recuerda que había tres ramas: albañilería, carpintería y fontanería“. En Camposolillo se formaron a chicos y chicas de 15 y 16 años, algunos de los que ahora trabajan en ese oficio que aprendieron en Camposolillo. ”Estaban implicados en la droga y allí se rehabilitaron. Les comí la cabeza y al final me lo agradecieron“, apunta Celestino.

En poco tiempo se termina la financiación y el proyecto queda en agua de borrajas: solo reconstruyeron dos viviendas, donde durante años vivieron el vidriero y su familia, hasta que se mudaron a Puebla de Lillo. Celestino vio la maqueta: “Hubiera sido un proyecto precioso. Iban a hacer casas, campos de fútbol y tenis... Se trajo agua, se metió la luz, pero no se hizo más que dos casas”. “Fue un derroche de dinero”, lamenta. Con los años, se saquearon las casas, se rompieron los cristales... “Cuando voy a verlo me pregunto para qué cojones trabajé yo, para que esto muriera”, se plantea.

Sin embargo, Celestino sí recuerda con cariño esos dos años y cómo ayudaron a muchos chavales de Boñar. Entre risas, recuerda cómo tres chavales se subieron a un andamio en los primeros días a fumarse un porro. “El jefe me dijo: 'a estos no hay quién los baje' y yo le responde: ¿Qué no? En minuto y medio les bajo a estos”. Según cuenta, empezó a mover los andamios y los chavales bajaron escopetados hasta el suelo. “Me preguntaron: '¿Nos quieres matar? Y yo les dije: '¿Quién os mandó subir?'”, recuerda. “Vaya si bajaron, con los ojos como platos”, comenta entre risas. Celestino zanja el asunto: “No hubo más cáscaras a subirse al andamio a fumar. Se acabó el problema”.

En la entrada del pueblo se instaló una explotación ganadera entre 1999 y 2008, pero ahora lo único que queda -aparte de edificaciones medio derruidas- es una ruta que sale de Boñar y llega a Camposolillo. “La Iglesia ha sido pasto del expolio”, lamenta Alberto Díez Valbuena, que ha explicado toda la historia del pueblo.

Doce pueblos deshabitados en el Valle de Mena

El Valle de Mena tiene 43 entidades locales menores, 129 núcleos de población y más de 260 kilómetros cuadrados. Actualmente tiene 12 pueblos deshabitados. Uno de ellos es Río. Según un artículo publicado en el Boletín Municipal, esta localidad del Valle de Mena, en Burgos, lleva abandonada desde 1978, cuando falleció su último habitante, Jacinto Martínez Angulo. El pueblo ha vivido históricamente de la agricultura -trigo, legumbres, maíz y hortalizas- y ganadería -ovejas, cabras y cerdos-. En las tierras comunales de las inmediaciones, tenían árboles frutales como manzanos, perales, cerezos, nogales, ciruelos, higueras y membrillos.

Desde el consistorio, calculan que en Río vivían unas 70 personas en 1752 en una veintena de casas. Algo más de un siglo después, en 1860, el número de edificios se había reducido a 16, pero solo una decena estaban habitados. En 1900, solo quedan ocho viviendas y 48 personas en Río. A finales de los años 50, solo quedaban tres familias: trece habitantes que tuvieron que enfrentarse a una dicotomía: buscar trabajo en una fábrica o quedarse en el pueblo. Con los años, venció el éxodo y Río quedó deshabitado.

No es el único pueblo menés en el que ya no vive nadie: Abadía, Martijana, Berrandulez, Santiuste, La Roza, Las Bárcenas de Cirión, Llano, Ro Ventades, Novales, y Valle. En el siglo XVIII residían en estas localidades 106 personas. En Ventades, el último empadronado falleció en 2007, aunque no residía allí, por lo que llevaba despoblado en realidad más años. Antes de la crisis económica, hubo un proyecto para poner un campo de Golf y se creó parte de la infraestructura, que quedaba al cuidado de un vecino. Pero pinchó la burbuja y el proyecto se abandonó y con ello, el pueblo terminó por desaparecer.

El párroco de Villasana Ángel Nuño editó un libro en 1925 (El valle de mena y sus pueblos), en el que recopiló la historia y geografía del valle. También publicó el padrón municipal de algunos municipios como Berrandulez -que tenía 17 habitantes en 1920- y Llano -que tenía 14 personas en 1920. Novales ya estaba despoblado en 1925, según el cura. Berrandulez, según el Ayuntamiento, debió quedar despoblado al finalizar la guerra civil española.

Otros pueblos no están despoblados sobre el papel, pero sí en la realidad. En Opio (que también pertenece al Valle de Mena) hay una persona empadronada, pero que no reside allí: “se trata de un cura del que desconocemos su paradero, quizás se encuentre en el extranjero”, apuntan. Fermín, un sacerdote, quiso organizar un proyecto de desintoxicación para personas con drogodependencia, que finalmente se truncó por el rechazo de algunos vecinos.

A pesar de todo, la población en el Valle de Mena en los últimos 25 años ha ido creciendo paulatinamente: en 1996 había 3.472 habitantes y 3.805 en 2020. Su alcaldesa, Lorena Terreros, asegura que el equipo municipal sigue trabajando para asentar población “ofreciendo servicios que hagan atractiva la residencia en el valle”.

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