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Anatomía de un agresor machista: “Siempre le echaba la culpa al alcohol y juraba que no volvería a ocurrir”

Ernesto, agresor machista confeso, en un momento del documental.

Pol Pareja

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Este artículo contiene 'spoilers' sobre el documental.

Se llamaba Juan Ernesto, pero por un lado estaba Ernesto y por otro estaba Juan. “Ernesto es bueno, una persona adorable y cariñosa”, explicaba este hombre. “Juan es malo y se encarga de hacerle perder a Ernesto todo lo que consigue”.

La documentalista griega Efthymia Zymvragaki recibió un día un correo de Juan Ernesto, al que no conocía de nada. “Le escribo porque en el problema de la violencia familiar siempre hay dos partes: la víctima y el maltratador”, le decía en el mail. “Yo era el maltratador”.

“Después de buscar qué me pasaba, como no encontraba ninguna explicación convincente, empecé a indagar por mi cuenta por un motivo en particular: yo no me consideraba una mala persona a pesar de que hacía cosas muy malas”, continuaba Ernesto en el correo. La directora no sabe a día de hoy por qué este hombre la contactó ni cómo llegó hasta ella.

Zymvragaki se desplazó hasta Tenerife para conocerlo y confrontarlo frente a la cámara. El resultado es el documental ‘Ara la llum cau vertical’ [Ahora la luz cae vertical], proyectado el jueves en el festival Docs de Barcelona. La cinta es un incómodo y perturbador testimonio de los motivos y los intentos de justificarse de un agresor machista que intentó matar a su mujer y a su hijo. También describe sus esfuerzos por escapar de un impulso violento que según él era inevitable.

El documental narra la historia de este agresor desde su infancia, pero la cineasta la entrelaza con su propio pasado. El testigo de Ernesto le sirve a Zymvragaki para recordar la violencia sufrida por parte de algunos hombres, también el machismo, la frialdad y la incapacidad de su padre de mostrar los sentimientos en una sociedad con convenciones arcaicas que la llevó a abandonar su Creta natal. 

“Había algo en él que me resultaba familiar”, señala la directora en la cinta. “Pensé que sería una película sólo sobre él y su historia, pero ya no sé si nunca podrá separarse de la mía”.

La mirada oscura de Ernesto persigue al espectador desde el momento en que aparece en pantalla. Es un hombre roto que produce pavor, pero la directora logra insinuar un atisbo de humanidad en lo que a todas luces es un monstruo.

“Cuando no podía pegar a mi madre, mi padre solía romper las ventanas”, explica el maltratador sobre sus recuerdos de infancia. “Apenas vi a mi madre sonreír”, prosigue. “Tampoco recuerdo tener ninguna conversación con mi padre o que me diera un beso alguna vez”.

El maltratador sitúa en sus traumas familiares, que reaparecen continuamente en sus sueños, el origen de una violencia que reprodujo de manera idéntica cuando fue adulto. Su padre solía coger un cuchillo y perseguir a su madre. Ernesto (o, en este caso, Juan) hizo lo mismo con la madre de su hijo.

“Cuando superaba la crisis me sentía mal”, explica frente a la cámara. “Culpaba al alcohol, a mi niñez y prometía que no volvería a ocurrir”. ¿Lo sentías de verdad o lo decías para no perderla? le preguntan. “Lo decía de verdad”, responde. “Al igual que era sincero cuando le decía que la mataría, lo era cuando le pedía perdón”.

Ernesto abandonó a su mujer y a su hijo cuando tenía pocos meses. La primera intención fue alejarse un tiempo del lugar en el que sus traumas de infancia le perseguían y volver “cambiado” para recuperar a su familia. No tardó en constatar que no era posible desvincularse de la violencia y le dijo a su antigua pareja que se alejara de él para el resto de su vida. 

Según él, lo hizo para no hacerles daño y para proteger a su descendiente de un patrón familiar que él había perpetuado. “Me daba miedo que mi hijo copiara lo mismo que yo copié de mi padre”, sostiene en el documental. “Ahora debe tener 38 años y nunca más he sabido de él”, prosigue. “Ha sido la decisión más acertada que he tomado en mi vida”.

Ernesto describe también sus esfuerzos para evitar la violencia. En el documental asegura que, para dormir, escucha una grabación en la que su voz le repite que en sus sueños invente historias “sin culpables” para no levantarse agresivo.

También describe el protocolo que ha desarrollado con su última pareja, Julianne, para evitar herirla cuando él tiene un ataque de violencia. “Cuando ella ve en mi rostro un hombre que no reconoce, debe guardar los cuchillos con llave e irse de casa dejando la puerta entreabierta”, explica el maltratador. Cuando le pasa la crisis, le escribe un mensaje y Julianne puede regresar a casa.

En la cinta se les ve a ambos hablando de los brotes violentos que tiene Ernesto. Y, de nuevo, hace acto de presencia el recuerdo: ella admite haber sido víctima de violencia machista en el pasado tanto por parte de su padre como de su anterior pareja.

— ¿Cuál crees que es nuestro futuro?— le pregunta Ernesto a Julianne.

— No tenemos futuro, tu enfermedad nos impide tenerlo— le responde ella. 

Una tarde, Ernesto echó a Julianne de casa porque tenía una crisis violenta. Ella esperó el mensaje para poder regresar, pero nunca llegó. Cuando finalmente fue a su domicilio para ver si estaba bien, se encontró con la suma exacta de dinero para que lo incineraran. 

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