El jubilado que convirtió su almacén en un museo con 250 máquinas de coser
En los bajos del número 44 de la calle Premià de Barcelona, en el barrio de Sants, Bernabé Martínez tiene expuestas unas 190 máquinas de coser antiguas, pero posee muchas más: hasta 250. Están a la vista para todo aquel que quiera pararse a curiosear, en un almacén que hace las veces de museo casero. En su local hay también máquinas de escribir, planchas de hierro antiguas y todo tipo de accesorios para la elaboración de prendas de vestir, puesto que Martínez asegura que siempre le han apasionado las cosas antiguas.
Su historia está ligada a las máquinas de coser desde que comenzó a ganarse la vida en la capital catalana. Nacido en un pequeño pueblo de Guadalajara, estudió en Madrid y, tras acabar los estudios y volver al pueblo, unos amigos le plantearon la posibilidad de instalarse en Barcelona y buscar trabajo en la ciudad. Con 21 años, él y su primo se mudaron a la capital catalana con unas pocas pesetas en el bolsillo para sobrevivir durante unos días. “Lo cierto es que al principio no nos preocupamos por buscar trabajo, fuimos al cine y a los bailes hasta que se nos acabó el dinero”, cuenta él entre risas. “De un día para otro empecé a buscar un empleo y lo primero que encontré fue en una tienda de tricotosas”, explica. “Es decir, de máquinas para tejer”, aclara.
“Nunca me habría imaginado que me dedicaría al mundo textil”, comenta Martínez, quien fue el distribuidor para toda Catalunya de la casa Brother hasta que con 65 años decidió retirarse del sector comercial. “Poco a poco todas las grandes empresas textiles se han ido deslocalizando hasta que ya no quedó ninguna potente y solo quedaban pequeños clientes más modestos”, agrega el coleccionista.
Asimismo, comenta que el mismo local del barrio de Sants donde expone ahora su colección es el que un día utilizó como almacén de sus productos. “Lo que ahora podemos considerar una colección empezó como una curiosidad”, aclara Martínez. Asegura que compró las primeras máquinas de coser simplemente porque le gustaban y que las guardaba en el almacén, hasta que se dio cuenta de que había acumulado unas cuantas y de que quedarían mejor puestas en una estantería.
Museo y taller para las vecinas del barrio
A pesar de que ya no trabaja como distribuidor, Bernabé Martínez sigue transmitiendo su pasión por el sector textil como profesor de punto en la Escola Superior de Disseny (ESDi), adscrita a la Universitat Ramon Llull, que se encuentra en Sabadell. De hecho, lleva muchos años dando clase, pues comenzó como docente en la primera escuela de moda que hubo en Barcelona: la Escuela de Artes y Técnicas de la Moda (EATM), que en el año 2000 se fusionó con ESDi.
Además de eso, con la ayuda de un conocido que es mecánico, Martínez repara las máquinas de coser antiguas de las vecinas del barrio que se lo piden. “Suelen ser señoras mayores que aprendieron a coser en los cursos de corte y confección que se hacían antes, cuando también era muy común incluir una máquina de coser en el ajuar”, explica. Asimismo, asegura orgulloso que todas las máquinas que tiene expuestas funcionan.
“Antes las máquinas de coser se fabricaban para durar toda la vida. Ahora, en cambio, parece que cuanto menos duren, mejor”, cuenta Martínez. El coleccionista explica encantado y de manera resumida la historia de la máquina de coser a quienes se acercan a su local para echar un vistazo. Para ello, se remonta a los siglos XVII y XVIII, cuando la población europea comenzó a crecer de manera continua. Los primeros intentos de crear una máquina para acelerar el proceso de confección de una prenda, relata, son ya del mediados del XVIII. No obstante, para Martínez el inventor de la máquina de coser fue el sastre-mecánico francés Barthélemy Thimonnier, que presentó su patente en 1830 y que “a pesar de haber cambiado la historia de la humanidad con su invento, murió en en la pobreza”.
La más antigua, de 1860
La máquina de coser más antigua de la colección de Martínez es una de 1860 fabricada en Barcelona. Y explica que desde entonces han aparecido muchas otras, pero que “el procedimiento de cosido sigue siendo el mismo”, afirma Martínez. Sin embargo, el nombre que se suele asociar a las máquinas de coser es “Singer”, pues el empresario norteamericano Isaac Merrit Singer fue el primero en comercializar máquinas de coser domésticas con esta. “Con marcas como Singer, Sigma o Alfa la máquina de coser se convirtió en un aparato accesible para todo el mundo y las marcas querían que hubiese una en cada casa”, añade.
A pesar de ser considerada una herramienta básica para cualquier familia, no todas eran iguales y, aunque todas están decoradas, “viendo cómo son esas decoraciones podemos deducir si pertenecían a una familia más o menos pudiente”, desarrolla Martínez. Entre sus estanterías destaca varias máquinas decoradas con nácar y afirma que “lo más probable es que los dueños de estas casi no cosiesen con ellas, sino que contratasen a una costurera para que lo hiciese por ellos”.
Dentro de la colección de Martínez, él distingue entre las más antiguas, “que son de color negro y que están decoradas según el fabricante con dibujos en dorado”, y las más modernas, que pueden ser de distintos colores, aunque en la actualidad se suelen diseñar de color blanco o beige. Las máquinas antiguas estaban diseñadas para un fin muy concreto y práctico, “pero aún así se tomaban la molestia de darles un acabado especial”, agrega.
Máquinas para zurdos, para trincheras...
Por otro lado, en este pequeño museo se pueden encontrar varios tipos de máquinas: algunas de ellas son de pedal y están unidas a una mesa y a un pie de hierro. Otras son de manivela y de menor tamaño para poder ser transportadas más fácilmente (alguna de ellas son tan pequeñas que se puede sostener con una mano). Las hay más largas, lo cual indica que eran utilizadas en las fábricas para trabajar tejidos de mayor tamaño, y también una que está diseñada para una persona zurda.
Martínez tiene incluso una máquina para hacer calcetines y explica que esta fue diseñada durante la Primera Guerra Mundial, porque las pésimas condiciones de las trincheras pusieron de manifiesto que era necesario cambiar más a menudo los calcetines de los soldados.
A pesar de la importancia histórica y económica de la producción textil industrial, Bernabé Martínez cree que “hoy en día no damos ningún valor a la ropa porque es muy barata y porque, al menos aquí en occidente, se produce mucha más de la que se consume”. Y añade: “La máquina de coser fue un invento maravilloso que, por desgracia, ahora damos por sentado”. En último lugar, este coleccionista sostiene que seguirá buscando y comprando todas aquellas máquinas que le parezcan bonitas o curiosas y que a él le gusta tener la persiana de su local siempre abierta para que cualquiera se sienta bienvenido a entrar y conversar.
“A mí esto me sirve como entretenimiento, pero también es una forma de comunicar y de socializar con personas desconocidas con las que puedo tener recuerdos en común, pero también con aquellas que me pueden contar algo de sus vidas que yo tal vez no he experimentado”, concluye Martínez.
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