Breve efervescencia electoral
Pasaban escasamente cinco minutos del mediodía y se observaba poco movimiento en las inmediaciones del colegio electoral. Éste se encuentra muy cerca de mi casa, a menos de tres minutos a pie y fue una de las escuelas que visité, ahora hace ya un par de años, cuando llegó la hora de matricular a mi hija en P3. Recuerdo de ella dos cosas: Que me causó una buena impresión -sobre todo las representantes del AMPA que glosaron las virtudes de la misma-, y que, en cierta medida, a mi entorno más inmediato no le hacía mucha gracia. Incluso en el progresista Poblenou se veía como una escuela con demasiada inmigración. Cosas de las clases medias.
Una vez cruzadas las puertas del colegio pude ver como cinco o seis señoras mayores ocupaban las escasas zonas de sombra que el área deportiva y de recreo proveía. En la pista de baloncesto, dos chicos y una chica de unos doce años jugaban animados bajo un sol que comenzaba a notarse y, justo al lado, otros tantos pateaban un balón. Me senté un par de minutos a tomar unas notas y ese breve lapso de tiempo fue suficiente para que el espacio se fuera llenando de gente.
Sobre la barandilla que protege parte de la primera planta de la escuela, era posible observar una antigua pancarta, de un color amarillo vahído, que se movía con el viento. Los finos y numerosos barrotes que la conformaban impedían ver con claridad lo que en la pancarta estaba escrito. Tuve que acercarme bastante a la misma para poder leer las grandes letras negras que decían “Cridem ben fort. Que no ens retallin el futur”. Se trataba de un viejo cartel de la Assemblea Social del Poblenou, el 15M del barrio. Por un momento pensé que la situación de aquella pancarta podría interpretarse como una metáfora del día de hoy, pues las encuestas otorgan la alcaldía a un conglomerado de partidos, alguno de los cuales se presenta como heredero del 15M. ¿Será posible articular las dinámicas propias de los movimientos sociales que impulsaron la candidatura con los modos de la política municipal? Desde luego yo me encuentro entre los que esperan que, como el cartel, estos no queden semiocultos por los elementos del edificio institucional.
Unas mariposas recortadas en cartulina, pegadas sobre el cristal de una gran ventana, dan la bienvenida al interior del colegio. Si bien fuera la impresión era de tranquilidad, nada más cruzar la puerta te dabas de bruces con una realidad bien distinta. Más de cuarenta personas se amontonaban anárquicamente en un remedo de cola. Parejas maduras con bolsas de compra, barbudos con cara de sueño, alguna joven con un pequeño perro en brazos, madres y padres con críos que protestaban por la situación, etc., se mezclaban con los interventores de los partidos. A primera vista pude ver a un chico muy bien vestido -camisa azul y vaqueros impolutos- con una gran ficha del Partido Popular (PP) colgada del cuello, un señor de unos cincuenta años con una identificación del Partits dels Socialistes de Catalunya (PSC-PSOE), una joven negra de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y, para finalizar, una mujer nerviosa que parecía multiplicarse en su actividad con una tarjeta de la Candidatura d'Unitat Popular (CUP). No fue hasta pasados unos minutos que identifiqué a los representantes de Barcelona en Comú y als convergents. Una cosa que me llamó la atención fue que no había ni rastro de la típica cabina con cortinilla para coger el voto de forma secreta. Las papeletas y los sobres de las distintas opciones se encontraban allí mismo, a la vista de todos, en medio del tumulto.
Una vez fui informado de cuál era mi Mesa, me coloqué de la mejor manera posible para poder acceder a ella. Justo a mi lado, escuché a una pareja que comentaba:
- Mucha gente, ¿no?
- Pues dice mi hermana que en la escuela de Diagonal Mar también están a tope.
Dicen los sociólogos encargados de estudiar los procesos y dinámicas electorales que los barrios pobres y ricos no solo votan diferente en cuanto a orientación política, sino también en cuanto a cantidad. Las áreas más deprimidas y con menos renta tienden a ser mucho más abstencionistas que aquellas otras con mayores niveles de ingresos. Si esto fuese así, la conversación de la pareja anterior tendría una buena razón de ser, pues Diagonal Mar cuenta con el segundo mayor nivel de renta del Distrito Sant Martí, detrás de la Vila Olímpica, y uno de los mayores de toda Barcelona. Sin embargo, también puede ser que, justo a mediodía, es cuando la gente sale a hacer el vermut y aprovecha para votar. Así que dejemos la interpretación para los sociólogos.
La cola se iba perfilando conforme avanzaba. Un señor con una inmensa carpeta del PSC se colocó a mi lado. ¿Para qué vendrá la gente a votar con tal equipación?, pensé. ¿Se trata, quizás, de alguna forma de publicidad subliminal? Falta les hará.
Al llegar a la urna, el chico que presidía la mesa se dirigió a mi pareja, que me acompañaba:
- ¿Tienes el papelito azul?
- No, lo siento - respondió ella.
- Bueno, no pasa nada.
Tras comprobar su número de DNI y anotar su nombre y código en una lista, le permitió votar.
Luego me tocó a mí. Tras entregar mi identificación personal los miembros de la mesa entablaron una conversación sobre quién iría primero a almorzar. Normal, porque se acercaban las 12.30 h.- e iba apareciendo el hambre.
- Devuelve el DNI al señor - dijo uno de ellos al darse cuenta de que me habían dejado con el voto en la mano.
Introduje mi papeleta y salí de la cola. El grupo de cuarenta personas que, cuando llegué, se agolpaba para votar, se había transformado en una media avalancha de más de setenta cuando intenté abandonar el colegio.
Fuera, los chicos y chicas seguían jugando al fútbol y al baloncesto ajenos a lo que pasaba en el interior de la escuela y en el resto de la ciudad. Por mi parte, me fui pensando en que, si el día de la elecciones, tal y como nos recuerda insistentemente políticos y medios de comunicación, es la fiesta de la democracia, desde luego es una fiesta muy breve.
Veremos.