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La ciudad que se esconde tras la Barcelona plácida

Ada Colau, Jordi Bordas, Luis del Olmo y el editor Joan Eloi Roca / Foto: J.Mª. Alguersuari

J. J. Caballero

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El periodista Jordi Bordas acaba de publicar una novela que, como él mismo confiesa, hubiera sido incapaz de imaginar si no fuera porque la realidad le ha proporcionado todos los ingredientes necesarios. Bordas ha titulado su novela “La ciudad plácida” (Ed. Principal), pero en realidad describe una Barcelona en que “los periodistas son amordazados, el dinero corre hacia los políticos desde todo tipo de fundaciones y la crisis hace estragos”. Una ciudad en la que “nada es como aparece en los folletos de las agencias de viajes”, tal y como reza la contraportada del libro.

Es una novela policíaca, pero por sus páginas desfilan personajes como un tal Félix Miret, máximo responsable de la Unió Musical de Catalunya, o un partido que responde a las siglas de CIU (Catalunya Independent i Unida). Todo ello envuelto en casos de corrupción, pelotazos urbanísticos, financiación ilegal de partidos y una obsesión de las autoridades por tapar esa realidad para no dañar la imagen que la ciudad proyecta al mundo.

“La Barcelona plácida existe y no podemos desdeñarla, es una muy buena ciudad para vivir”, coincidieron Jordi Bordas y Ada Colau, que flanqueaba al periodista junto a Luis del Olmo. La presencia de Luis del Olmo se justifica por la larga relación que les une, pero la de Ada Colau fue toda una sorpresa… para ella misma, que no conocía a Jordi Bordas. Era, por tanto, toda una declaración de principios por parte del periodista, porque Ada Colau, máxima representante de la Plataforma d’Afectats per la Hipoteca (PAH), da voz, precisamente, a la ciudad más silenciada, castigada por la crisis, la que aparece con mucho menos frecuencia –cuando aparece- en los medios de comunicación. Todo lo contrario de la otra Barcelona, la ciudad “plácida”, la que se construye para convertirse –como ya lo es- en un reclamo turístico en todo el mundo.

Jordi Bordas ya destapaba trapos sucios de las autoridades de esta ciudad en los años setenta. Era el periodista con más olfato y el que más noticias levantaba. Y a quien más temían los políticos locales. Lo sorprendente era que cuanto más duro era con ellos, más noticias le daban, en un intento –fallido- de congraciarse con él. Pero, sobre todo, tenía el gusanillo periodístico tan metido en la sangre que cuando su periódico le prohibía publicar alguna información no dudaba en pasársela a otros compañeros de la competencia con tal de que no quedase silenciada. Y eso es lo que, cuarenta años después, vuelve a hacer: que no quede en silencio la Barcelona menos plácida.

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