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Andrea Camilleri: “Montalbano ha vivido rodeado de imbéciles, y eso es muy duro”

Andrea Camilleri se desplazó a BCNegra./Enric Català

Toni Polo

Andrea Camilleri tiene 88 años. No para de escribir en su casa de Sicilia, pero no suele salir. “Si me he desplazado hasta Barcelona ha sido porque he sentido el calor de la amistad. Me esperan dos días felices aquí”, dijo ayer, después de atender a la prensa. El creador del comisario Montalbano recibió el premio Pepe Carvalho a su trayectoria en el encuentro literario BCNegra, un galardón especial por la referencia al personaje que creó su admirado Manuel Vázquez Montalbán, el colega que lo empujó a escribir novela negra. En Sant Jordi, se publicará en España el caso número 21 de Montalbano, El juego de los espejos / El joc dels miralls (Salamandra / Edicions 62)

Sin embargo… “Carvalho no ha representado nada en mi carrera literaria”, dice, con contundencia. “Es un personaje con muchos puntos en común con el comisario Salvo Montalbano, por supuesto. Y creo que si se llegaran a encontrar… ¡que no sea en la cocina! He leído las recetas de Carvalho y he intentado denunciarlo por genocidio ante el Tribunal de La Haya...”

En cambio, a Manuel Vázquez Montalbán le debe muchísimo: “Cayó en mis manos Asesinato en el comité central cuando yo estaba lejísimos de escribir novelas policíacas. Y pensé que si las escribiera, lo haría como hacía ese autor. Tenía un ideal, había un homicidio y le daba todo el valor, estaba muy bien escrito… Yo había acabado una novela histórica, La ópera de Vigata, y… ¡nunca leí un libro tan aburrido como el que acababa de escribir! Intenté corregirlo, cambiarlo, darle otro aire, pero nada. Era un tostón. Entonces la novela de Montalbán me mostró mi error: tenía que alterar los tiempos narrativos. Así lo hice y mi novela histórica se desencalló. Fue entonces cuando decidí el nombre de Montalbano, en señal de gratitud y porque, de hecho, es un apellido muy común en Sicilia”.

Las deudas con Montalbán no acaban aquí. La admiración hacia el que se hizo gran amigo suyo va más allá. Camilleri recuerda la ingente productividad de Montalbán para explicar que él también escribe muchísimo. “Cuando nos conocimos descubrimos que trabajábamos igual: lo primero es la sistematización de la escritura. El escritor no debe ser un artista dependiente de la inspiración sino uno que se tiene que entrenar cada día pacientemente. Yo escribo todas las mañanas. Y cuando no tengo una idea, le escribo una carta al tipo antipático con el que me haya cruzado en el quiosco. Quiero decir que la escritura hay que entrenarla, como un bailarín entrena su cuerpo. Hay que ejercitar el cerebro hasta el punto de que ahora, mientras hablo con vosotros, puedo pensar en lo que escribiré mañana. Ahí estará el germen de la novela que luego habrá que corregir, pulir…”

Salvo Montalbano nació en 1950. Ya le toca pensar en la jubilación… “Ya tiene sus añito, es cierto”, admite Camilleri. “Encima se siente más viejo de lo que es por la sencilla razón de que toda su vida ha estado en contacto con imbéciles. Los asesinos son, en un 99%, imbéciles. Y toda la vida pendiente de imbéciles se hace dura, por eso Salvo advierte ese cansancio. Pero le tiene absoluto terror a la jubilación. ¿Qué hará? ¿Irá a pasear al perro de Livia [su pareja –a distancia- ] por los jardines? No puede…” El escritor se remonta a una historia de un abuelo de su abuelo…: “Era un lobo de mar. Paraba en casa solo 15 días al año, dejaba embarazada a su mujer y ésta se quedaba sentada en una silla de madera, con una manta, mirando por la ventana asustada de las tormentas. Cuando él se jubiló, acabó igual que ella”. Y, claro, ese no es plan para Montalbano.

Traduttore traditore…

Montalbano se ha convertido en parte del panorama siciliano. Es su ambiente. Y eso se refleja en el lenguaje de Camilleri. Y no hablo de Catarella, el empleado de la comisaría de Vigata, un caso descatalogado en el habla unioversal. Camilleri apuesta por un idioma que refleja el hablar de las gentes, de esos sicilianos “que sólo con ironía pueden sobrevivir”. En este aspecto, Camilleri destaca y agradece el trabajo de los traductores de su obra. “El traductor al alemán, un judío, me dijo: ‘Me libré del Holocausto y pensé que no sobreviviría a tu traducción’”.

Es delicado traducir la manera de hablar que Camilleri plasma en sus páginas. “Por suerte, se da un rechazo inteligentísimo por parte de la mayoría de traductores a recurrir a una jerga local. El traductor al francés me dijo que no quería caer en la tentación de traducir al marsellés, por ejemplo”. De ahí que cueste tanto mantener el espíritu de los personajes en otro idioma. Pero cuando se hace bien, se nota: “Donde estoy bien traducido, mis libros se venden mucho más, eso está clarísimo”, sentencia.

Donde realmente costó dar con una traducción auténtica fue, por lo visto, en Rusia. “Las dos primeras novelas de Montalbano fueron traducidas pésimamente y se vendieron fatal”, recuerda. “De la tercera se encargó el mejor. Había traducido a Dante… Tardó tres años en acabar la traducción al ruso, pero vendió tres veces más que las anteriores”.

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