David Bagés, Lluïsa Castell, Gabriela Flores y Albert Pérez están esperando en el escenario del Romea a que los espectadores acaben de encontrar sus lugares y se sienten de una vez. Están aburridos. No tienen nada que hacer. Es muy posible que estén en el paro. Se confirma cuando esta ociosidad convierte enseguida la bronca de una mujer a un hombre por haberse tomado el lujo de hacer un bocadillo de queso en un bar. ¡Cuántos currículos pudo enviar con el dinero del bocata...! No se puede ser más irresponsable... Es una escena cotidiana llevada al extremo.
Como esta, en un escenario totalmente abierto que no queda vacío en ningún momento, se van sucediendo escenas que conforman una parodia ácida de una situación que, en ciertos casos, ha llegado al extremo por sí misma y, tal vez, ni tan sólo necesita la exageración de la ficción. Quizás la televisión nos ha creado una ensalada mental tan bestia que ya nos hemos acostumbrado a tomarnos con humor todo lo que viene pasando desde hace unos años.
La televisión, de hecho, juega un papel clave en la obra. Los referentes son muchos. Existe la retransmisión de un partido de fútbol donde en vez de Messi, Iniesta, Cristiano o Sergio García quien corre por la banda es Camps, quien hace de central es Millet y que reparte el juego es (claro) Bárcenas, mirando que no corte Urdangarin y escape solo... (El partido, por cierto, no va bien: Garzón está en fuera de juego y “si sigue así acabará en el banquillo”.) Son cosas del “nacionalfutbolismo”, a lo que hemos pasado, impercetible e inevitablemente, después del “nacionalcatolicismo”. Hay también una genial escena en que los recortes sanitarios y nuestra adicción a las series americanas nos sumergen en un quirófano donde el cirujano Michael (pronuncies “Mòicol”, así, muy californiano) flirtea con Lucy (instrumentista), con genuino acento yanqui y autóctonas circunstancias de la casa ...
El conjunto de TV&Misèria de la II Transició es homogéneo y dinámico. Cada anécdota está perfectamente ligada, ya sea con un desdoblamiento de personajes, una canción en tono de humor y proyecciones, un juego de luces o un sencillo cambio de tema. Aun que el tema siempre gira alrededor de la aznaridad (que decía Montalbán) y sus consecuencias, con desilusiones sorprendentes: “Los que acaben con el capitalismo, después de todo, no serán los comunistas, serán los brokers”.
No faltan los antidisturbios comentando las palizas repartidas en una manifestación, siempre con un toque que va más allá de la broma fácil y previsible: “He visto a mi cuñado en la mani”, comenta un mosso. “¿Es antisistema?”, pregunta, el otro. “No, es dermatólogo”. Duro, divertido y terriblemente actual. No faltan los referentes tragicómicos a los desahuciados, ni las apariencias que intentan mantener dos señoras en la cola de Cáritas ... Nada deja de ser una denuncia descarnada; de otra manera, sería una falta de respeto imperdonable. Todo, al menos en la función, termina con una sesión parlamentaria de aquellas que estamos tan acostumbrados a ver y oír por la tele y avergonzarnos. Actualidad pura y dura. Ironía montalbaniana pura y dura.