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Gabriel, un ciudadano europeo encerrado en el CIE: “Estar aquí no es vida, es una tortura”

El CIE de Barcelona se encuentra en un polígono industrial de la Zona Franca

Oriol Solé Altimira

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Gabriel I. tiene 28 años y un innegable acento maño. No podía ser de otra manera, pues desde los seis años ha vivido en Zaragoza. O, más bien, ha intentado sobrevivir: maltratado por su padre, tras una infancia dura entre centros de acogida y un paso por la cárcel, consiguió trabajo y ahora tiene un hijo en camino. Sus planes se truncaron el pasado 4 de abril, cuando recibió la orden de expulsión de España. No por el robo que cometió, sino por una cuestión administrativa: no tener la nacionalidad española. Gabriel es de nacionalidad rumana, aunque ni se acuerda de los años que pasó en el país de origen de sus padres.

Desde hace más de un mes permanece encerrado en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Barcelona. elDiario.es accedió este jueves al CIE para entrevistarse con el joven al segundo intento. En la primera visita, la Policía alegó que el interno no había tramitado correctamente la petición. A los pocos minutos de recibir a este periódico, Gabriel expresa su malestar: “Estar aquí no es vida, es una tortura”.

Este viernes, el joven ha conocido que la próxima semana será deportado a Rumanía en un vuelo regular y ha solicitado el asilo alegando su arraigo en España. “En Rumanía no tengo nada, ni familia ni amigos. No conozco ni el idioma. Si llego allí, dormiré en la terminal del aeropuerto y buscaré la forma de volver a casa”, avanza.

El caso de este joven sintetiza varias realidades del CIE: la existencia de centros de privación de libertad no por haber cometido un delito sino por no tener los papeles en regla; el temor y la mella psicológica ante la deportación tras toda una vida en España; y unas condiciones de vida duras en el interior del centro. Gabriel ha llegado a pasar cuatro días en huelga de hambre en el CIE.

Pero el caso de Gabriel tiene una particularidad extra al tratarse de un ciudadano rumano, un país de la Unión Europea. La ley de extranjería en vigor sí permite la expulsión de España de ciudadanos comunitarios, pero no su internamiento en un CIE. Para José Javier Ordóñez, abogado de Migrastudium, el servicio jesuita a migrantes, el caso “es el colmo de la injusticia dentro de un centro injusto como ya es el CIE”. “Es excepcional y no tiene cobertura legal”, insiste el letrado.

“Una granja de humanos”

“El CIE es una granja de humanos. Es peor que la cárcel, y yo he estado en la cárcel”, explica Gabriel. A diferencia de un centro penitenciario, recuerda Gabriel, el CIE no cuenta con instalaciones educativas, laborales o deportivas. Durante el día, los internos transitan entre sus habitaciones –compartidas por hasta seis personas–, el patio, el comedor y las salas de visitas (si tienen, pues, a diferencia de Gabriel, muchos son migrantes recién llegados sin red de conocidos en España). Lo demás es esperar su vuelo de deportación.

No tiene reparos Gabriel para contar su experiencia carcelaria en Zaragoza, que como tantas otras fue producto de cometer un delito en un contexto de pobreza. Tras huir con 13 años de un padre maltratador, malvivió en centros de acogida o casas ocupadas de Zaragoza. Y empezó a robar. Primero, rememora él mismo, paquetes de mortadela del súper “para poder comer”. Pero un día el robo fue de unos 600 euros en monedas de una tienda. Y le pillaron. Tras año y medio entre rejas, que aprovechó para sacarse el graduado escolar y un curso de cocina, obtuvo el tercer grado. “Con la cárcel cambié”, afirma.

El CIE es una granja de humanos. Es peor que la cárcel, y yo he estado en la cárcel

Tras salir de prisión, encontró trabajo en una obra y un domicilio estable. Y conoció a su pareja, actualmente embarazada. La primera ecografía se la tuvo que narrar por teléfono, pues Gabriel estaba ya en el CIE. El pasado 4 de abril unos agentes de la Policía Nacional, explica este joven, le fueron a buscar a casa. Le pidieron que los acompañara a comisaría. “Y yo, como cada vez que me paran los policías por la calle, obedecí”. 

En comisaría le comunicaron que tenía una orden administrativa de expulsión. Un momento que Gabriel no puede olvidar: “No es normal que te vengan a buscar a casa, no es normal que en comisaría un jefe no escuche a sus agentes cuando le dijeron que vine voluntariamente. No es normal nada”. De una comisaría de Zaragoza fue conducido al CIE.

Aislado en el CIE

En el CIE, la jornada empieza sobre las siete de la mañana. Sobre las nueve los internos desayunan. Después pasan la mañana en el patio hasta la hora de comer. Una de las quejas de Gabriel es que pasó un mes hasta que le permitieron no comer pescado, al que es alérgico, lo que provocó que le salieran sarpullidos por todo el cuerpo. 

Sobre las 13.30 horas, los internos vuelven a las celdas, y cuatro horas después pueden volver a salir al patio o a una sala con máquinas de café y ‘snacks’, que hay que pagar. Alrededor de las 20 horas, se cena. Y otra vez a la celda, que no dispone de duchas, que son comunitarias.

La convivencia con los otros internos es buena, asegura Gabriel, que sí reconoce momentos de tensión con algunos agentes, pero también que se lleva bien con otros. El mayor encontronazo fue hace unas semanas, cuando se rajó con un tornillo suelto de una silla y tras quejarse a un policía, Gabriel asegura que el agente respondió con amenazas e insultos. Y el joven, “en un calentón”, reconoce, replicó: “Os voy a matar y me voy a matar por todas las ilegalidades que estáis haciendo conmigo”.

Gabriel admite que esa disputa fue en realidad producto de la ansiedad por estar encerrado. Pero le ocasionó consecuencias graves y pasó unos días en una celda de aislamiento. “Solo podía dar tres pasos, y me dejaban salir nada más que una hora al día. Era horrible”, rememora ahora. Tras la disputa y antes de ser internado en aislamiento, fue reconocido por una psiquiatra del Hospital Clínic, quien en un informe descartó que el joven presentara riesgo de suicidio. 

Tras salir del aislamiento, Gabriel se encontró que su Biblia, su poca ropa y los papeles que guardaba en su celda se habían esfumado. “Llegué a pasar un día entero solo en calzoncillos”, recuerda. La ropa que le proporcionó la Cruz Roja, denuncia, era inusable y olía a horrores. Sus compañeros de celda le dieron una camiseta, un pantalón y unas zapatillas, y este jueves una amiga de Zaragoza le vino a traer más ropa.

Expulsión, pero no internamiento

Más allá del caso concreto de Gabriel, existen criterios contradictorios entre distintos CIE de España a la hora de internar a comunitarios. Mientras en Barcelona sí se permiten, en Madrid están prohibidos después de que el juez de control del centro de la capital de España, en un auto del pasado mes de diciembre, vetara el internamiento de una ciudadana rumana. 

“Los ciudadanos comunitarios no pueden ser ingresados en el CIE para llevar a cabo su expulsión decretada administrativamente”, recordó el juez al director del centro de Madrid, que había abogado por el internamiento de la mujer rumana. El magistrado advirtió además que desde el centro no se podía efectuar “una interpretación extensiva” de las normas de extranjería para limitar derechos fundamentales como la libertad.

Esta interpretación judicial, sin embargo, no ha llegado a Barcelona, ya que los dos casos análogos que conoce Migrastudium se han resuelto sin que hayan podido ser revisados por el juzgado de control de la capital catalana. A principios de año, una mujer búlgara y otra croata fueron deportadas tras pasar por el CIE de la Zona Franca, cuenta Ordóñez. 

El letrado alerta además que en los últimos meses ha detectado mayor presencia de ciudadanos del este de Europa, en especial mujeres, en el CIE barcelonés. “No sabemos qué criterio hay detrás de este aumento por parte de la Policía, es una lotería, y al ser arbitrario es más difícil de combatir con las herramientas legales que tenemos”, asevera el letrado.

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