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La cadena humana coloca a los partidos catalanes ante el espejo

La confluencia del paseo de Gràcia y la Gran Via durante la manifestación del 11-S.

Jordi Mumbrú

Barcelona —

Para una pequeño segmento de la población catalana, el futuro de Cataluña debería pasar por mantener su relación actual con el Estado español; para otros, en cambio, ya ha llegado la hora de cambiar la Constitución y transformar el Estado de las autonomías en un Estado federal en el que los diferentes pueblos de España se sientan más cómodos. Y, evidentemente, también están los independentistas, una familia cada vez más numerosa, según confirman las encuestas, dentro de la cual están los que quieren un Estado propio a través de un referéndum de autodeterminación, por una parte, y los que quieren marcharse a toda costa​​, es decir, los que no cierran la puerta a una declaración unilateral de independencia, que debería efectuarse tras ganar unas elecciones plebiscitarias.

Cuesta creer que los del primer grupo, los unionistas convencidos, o los del último, los independentistas del sea como sea, puedan cambiar de idea. Pero entre los miles de catalanes que se encuentran en medio, hay claramente vasos comunicantes. Y estos son, en todos los casos, los que decantan la balanza.

Un año después de la gran manifestación de la Diada pasada, es evidente que desde Cataluña la cuerda se ha ido tensando. Los partidos que reciben votos de los dos extremos, con posiciones explícitas sobre la soberanía de Cataluña, no han tenido un curso demasiado complicado: a PP y Ciutadans, por un lado, y a ERC y CUP, por el otro, en este sentido les ha bastado cumplir con el guión que de ellos se esperaba. Unos han pasado el año acusando al president Mas de haberse vuelto loco en su “deriva” independentista, mientras los otros le reprochaban -la CUP más que ERC- que estuviera ralentizando el proceso por presiones del stablishment.

La agonía de los partidos sin un posicionamiento claro

El resto de partidos, los que no se cuentan entre independentistas o unionistas declarados, han pasado por un suplicio. ICV decidió no apoyar la Via Catalana y participar en la acción simultánea convocada por el Procés Constituent de rodear la sede de La Caixa, una concentración paralela a la de la ANC que apuesta por vincular la reivindicación de los derechos nacionales con los sociales. Desde entonces, los ecosocialistas han tenido que afrontar algunas críticas a las que no estaban acostumbrados, ya que han abrazado la vía de la consulta soberanista desde el primer momento y sin letra pequeña.

Sin embargo, los partidos que peor lo están pasando son precisamente los que más votos han aglutinado en los últimos años. CiU y PSC albergan diferentes corrientes internas y sus equilibrios se antojan complicados cuanto más se tensa la cuerda.

En el PSC la división es intensa, además de ser de dominio público, como suele ocurrir en esta formación. Mientras su primer secretario, Pere Navarro, por un lado, pide a la Generalitat que pase la factura a la ANC de los gastos públicos que genere la cadena, algunos diputados socialistas optan, por su parte, por acudir a la concentración y por defenderla públicamente. Las discrepancias afloran a pesar de que, a lo largo de este año, el PSC haya votado a favor de la celebración de una referéndum de autodeterminación pactado con el Estado.

En CiU, los problemas no son muy distintos a los que padecen los socialistas, aunque no trascienden del mismo modo a la opinión pública. Las presiones que recibe el presidente Mas son constantes, tanto desde buena parte del empresariado cercano al partido, que teme perder influencia con los eventuales cambios de un proceso de esta magnitud; como desde figuras de su propio partido y de Unió Democràtica de Catalunya, su socio de coalición, que no es independentista. Unas presiones que se suman, como se supo la semana pasada, a las ejercidas por el Gobierno central, de manos del propio presidente Mariano Rajoy.

Mas insiste en mantener la dirección hacia el Estado propio, y sabe que si prueba de echarse atrás tiene muchos números de despeñarse, llegados a un punto en que buena parte de la población ya siente el proceso soberanista como propio. Prueba de ello son las reacciones a su afirmación la semana pasada de que si el Estado no autorizaba la consulta, se celebrarían elecciones plebiscitarias en 2016, coincidiendo con la finalización del mandato actual. La tormenta de declaraciones posterior a sus palabras obligó al presidente a asegurar que no había retrocedido “ni un milímetro” y que se aplicará el calendario pactado con ERC, que pasa por celebrar una consulta en 2014.

La ANC aceptaría unas plebiscitarias, pero en 2014

Este mismo martes, la presidenta de la Asamblea Nacional Catalana, Carme Forcadell, ha afirmado que le parecería bien que se celebren elecciones plebiscitarias con el objetivo de hacer una declaración unilateral de independencia, aunque ha dejado claro que debería producirse en cualquier caso durante el año 2014 y siempre que la consulta sea inviable. No importa el camino, sostiene, porque los miles de personas que mañana unirán todo el territorio con la Vía Catalana tienen prisa por marcharse. En una semana clave, Mas ha cambiado su discurso y también el ANC ha abierto una nueva vía.

Durante el próximo año habrá muchos cambios y movimientos inesperados, sobre todo en las filas de CiU y el PSC, donde hay vasos comunicantes con los extremos independentistas y unionostas, respectivamente, pero se hace difícil pensar que pueda terminar el año 2014 sin un referéndum o unas elecciones plebiscitarias. Después de la demostración del año pasado y, previendo que la cadena humana de mañana será éxito, ¿qué se puede esperar para el 11 de septiembre de 2014 si aún no se ha abierto ninguna puerta?

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