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Cebrián y la tormenta perfecta de la prensa

Josep Carles Rius

Cuando alguien escriba la historia de la crisis que sufre la prensa escrita, contará el episodio que vivimos estos días en torno a la figura de Juan Luis Cebrián. Los datos aparecidos en los 'papeles de Panamá' respecto a personas vinculadas al máximo responsable de Prisa, y las represalias que éste ha emprendido contra los periodistas y medios que los publicaron, nos sitúan en el epicentro de la tormenta perfecta. El estallido de la crisis en 2008 puso en evidencia tres crisis larvadas en la prensa desde hacía años. La crisis de credibilidad por no haber ejercicio de contrapoder, la impotencia y el desconcierto ante el impacto de las nuevas tecnologías y los efectos de graves errores de gestión. La tormenta perfecta.

La suma de crisis resultó devastadora para los periodistas. Pero también para los editores, que vieron cómo se hundía el mundo sobre el que habían basado su rentabilidad. El binomio virtuoso que durante tantos años hizo compatible el beneficio económico y el beneficio social se rompió de golpe. La figura del editor sucumbió a manos de fondos de inversores opacos, de bancos acreedores (que están hoy sentados en los consejos de administración de los periódicos) y de directivos que no responden de sus decisiones.

Algunos editores de prensa descubrieron demasiado tarde que habían perdido el control de sus propios periódicos. Que había directivos que, aprovechando su extrema debilidad financiera, lograron hacerse con el poder de las empresas. Que para asegurar el poder habían diezmado sus propias redacciones, el principal patrimonio de los periódicos. Que no habían respondido a los objetivos de la empresa editora sino a estrategias de otras sedes políticas o económicas. Que habían sustituido los criterios éticos en la gobernanza de los periódicos por el juego de las influencias. Que antepusieron sus intereses personales a los de la propia empresa editora. Directivos que convirtieron los diarios en plataformas de poder personal. Sin otro principio que el beneficio propio y el de los grupos de intereses que les mantienen en el cargo.

Para los periodistas que hemos desarrollado buena parte de nuestra carrera profesional en la prensa en papel resulta comprensible que vinculemos de forma directa la crisis de los periódicos a una supuesta crisis del periodismo. Pero si tomamos una cierta perspectiva, podemos concluir que estamos ante la crisis de un modelo -del que Cebrián es una de sus máximas expresiones-, pero no ante una crisis del periodismo.

Precisamente, el reconocimiento de que ha existido durante años una crisis ética, en la que muchos periódicos no cumplieron su función social, es la base para la regeneración del periodismo. Y el compromiso y el coraje de muchos de los periodistas de los diarios, que hacen su labor a contracorriente de su propia empresa, es el mejor ejemplo de que no estamos ante una crisis del periodismo.

Los periódicos afrontan un reto monumental, pero si quieren sobrevivir necesitan recuperar la credibilidad. Devolver la libertad a sus redacciones y renovar su compromiso de servicio público con la sociedad. Tendrán que hacer su propia regeneración ética y democrática, la que reclaman a la clase política y que nadie pide para las empresas de comunicación y para aquellos directivos y periodistas que han liderado el desastre, la pérdida de la confianza de los lectores.

Una de las figuras claves a la hora de interpretar la crisis de la prensa es el que fuera durante veinte años (1995-2015) director de The Guardian, Alan Rusbridger. Pilotó, posiblemente, el mejor tránsito de la prensa escrita para superar la crisis. Siempre defendió la necesidad de incorporar a los medios el llamado 'periodismo abierto', independiente, libre, participativo, bidireccional, diverso, hipertextual, transparente, generador de comunidades de interés, agregador e impulsor de debates. Es decir, todo lo contrario del 'periodismo cerrado' que han practicado muchos periódicos.

Un 'periodismo cerrado' que, en palabras de Owen Jones, autor de El Establishment, “no sirve para informar, educar y desafiar a quienes tienen el poder, sino que actúan de plataformas para las ambiciones, los descarados prejuicios y los intereses propios de un pequeño número de magnates”.

José Luis Orihuela, en su libro Los medios después de Internet, afirma que “en la medida en que los públicos de los viejos medios se van convirtiendo en usuarios de las redes, los contenidos de los medios se transforman en conversaciones dentro de las comunidades virtuales. Los periódicos, en consecuencia, se ven abocados a escuchar, a ser más transparentes, más abiertos, más dialogantes”. Esta es una batalla larga y si la prensa escrita no reacciona, entonces no tendrá futuro.

Pero sea cual sea la suerte de los periódicos en papel, el periodismo de siempre, el que busca la veracidad desde la independencia y la honestidad, tiene más futuro que nunca. Pese a la tormenta perfecta que sufre la prensa. Pese a las represalias emprendidas por Juan Luis Cebrián.

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