Con José Manuel Lara desaparece uno de los últimos editores de medios de comunicación en España. Cuando la mayoría de grupos mediáticos están en manos de fondos de inversión, acreedores o difusos grupos de directivos, José Manuel Lara tenía el poder y lo ejercía en sus medios de comunicación. A los que aplicaba la misma estrategia que a su editorial, Planeta. Lo importante son las ventas, la audiencia, y por esto era editor a la vez de periódicos de derechas como La Razón o de ‘La Sexta’, con una programación nada conservadora. Después de la muerte de Juan Tomás de Salas, Jesús de Polanco y Antonio Asensio, ahora, posiblemente, desaparece uno de los últimos vestigios en España de la concepción tradicional de los editores del siglo XX.
Durante el siglo XX una parte de la prensa escrita consiguió un binomio virtuoso en Occidente. Fue un magnífico negocio y, a la vez, prestó un servicio público a la comunidad. La prensa fue realmente el cuarto poder y, mayoritariamente, jugó un papel decisivo en la construcción de las democracias. La figura del editor podía encarnar esta dualidad, la suma de un gran poder político y económico y a la vez con vocación de participar en el bien común. Pues bien, la suma de crisis que afectan a los grandes medios de comunicación ha roto el binomio. Ahora la pregunta es si aún se mantiene la voluntad de servicio público. Y si aún existe la figura del editor, o por el contrario, ha desaparecido a manos de fondos de inversores opacos o de ejecutivos que no responden de sus decisiones.
Durante los primeros años de la democracia algunos medios combinaron muy bien sus objetivos de negocio y sus responsabilidades de servicio público. Después, se fue imponiendo el logro de beneficios a cualquier otra consideración. Poco a poco fueron desapareciendo los editores que, independientemente de su ideología, respetaban el trabajo periodístico y lo contraponían al poder político y financiero. En la medida en que los medios de comunicación han perdido autonomía financiera, han quedado más desguarnecidos ante las presiones ideológicas y económicas. Esa fragilidad se ha reforzado a raíz de la conversión de muchas empresas editoras en compañías cotizadas en bolsa. Los grandes medios se convierten en empresas convencionales en las que la prioridad principal pasa a ser la obtención del mayor lucro económico a corto plazo.
En la era de los editores, éstos podían compartir el poder con las redacciones. Si existía sintonía entre el editor y la mayoría de la redacción, surgía un fuerte poder basado en la coherencia del proyecto empresarial y periodístico. Todo esto ya es historia. Hoy los grupos de comunicación tienen un poder errático y en manos de terceros: una fragilidad extraordinaria. Ya no hacen suficiente contrapeso a los poderes políticos y económicos. Ya no tienen la vieja capacidad de resistencia.
La creación de grupos multimedia acabó lastrando a los periódicos. Este no es el caso de José Manuel Lara. Él construyó el grupo mediático a partir del negocio de los libros. Y logró convertir en rentable el negocio audiovisual que ha sido ruinoso para otros empresarios del papel. Y la pregunta es si, como en el siglo de los editores de prensa, ha logrado el equilibrio entre el negocio y el servicio a la comunidad. Si observamos algunos de los programas de La Sexta, podríamos responder que sí. Si miramos en otras direcciones, la respuesta se complica. Ahora, sin su figura, veremos que rumbo toma su grupo y sabremos si era, realmente, uno de los últimos editores del siglo XX.