“Es catalán quien, habiendo nacido aquí o no, quiere serlo y esta voluntad de serlo se manifiesta principalmente con el uso de la lengua de nuestro país”. Esta frase, pronunciada por el catedrático de filología catalana Joan Martí Castell, fue una de las más aplaudidas en el acto de presentación del manifiesto Por un verdadero proceso de normalización lingüística en la Cataluña independiente. El documento, promovido por el Grupo Koiné (‘lengua común’ en griego clásico) y firmado por más de 170 personas vinculadas a la lengua (desde la academia hasta la política) es un alegato contra el bilingüismo en una futura Catalunya independiente, donde, en palabras del propio Joan Martí, “todo el mundo, siempre, en todo lugar y para todo” debería utilizar el catalán. Desde el día que se conoció el manifiesto, se ha abierto un intenso debate sobre la salud del catalán y la realidad lingüística de Catalunya. Pero han quedado en segundo término aquellas palabras del catedrático Martí, tan aplaudidas en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona.
El manifiesto avala una nueva definición de quién es y quién no catalán. Enmienda aquella frase del Presidente Jordi Pujol en los años 80: “Es catalán quien vive y trabaja en Cataluña”. Después se añadió “y quiere serlo”. Es decir, además de trabajar y vivir había que tener la voluntad de participar de una colectividad, de un proyecto cívico. Pero hasta ahora no se había vinculado la identidad lingüística a la hora de ser considerado catalán. Estamos, por tanto, ante un paso relevante. Y de cierto revisionismo histórico. Porque a la hora de explicar las raíces de la fragilidad del catalán se incorpora la inmigración procedente del resto de España, en los años 50, 60 y 70. “El régimen dictatorial del general Franco - dice el manifiesto- completó en dos generaciones este proceso de bilingüización forzosa mediante la represión política y jurídica del uso del catalán, la enseñanza obligatoria y la extensión de los nuevos medios de comunicación, ambos absolutamente en castellano, y la utilización de una inmigración llegada de territorios castellanoparlantes como instrumento involuntario de colonización lingüística”.
Es decir, el manifiesto considera ‘colonos involuntarios’ a los ‘altres catalans’ que tan bien describió Paco Candel. Esta calificación representa un retroceso de décadas, un menoscabo de los casi dos millones de ciudadanos del resto de España que vinieron aquí por razones económicas, que tanto han contribuido al progreso de Cataluña y que se sienten partícipes de un proyecto colectivo. A ellos, a sus hijos, y a sus nietos. Y también significa un menosprecio de la política de la cohesión social que la mayoría de partidos catalanes han practicado durante casi cuarenta años de democracia. Por eso es tan significativo que la primera reacción pública viniera del diputado de ERC Joan Tardà, que en un twett proclamaba que “la república de Cataluña tendrá como lengua oficial el catalán y el castellano será cooficial. Las dos lenguas, nuestras”. Tardà recordaba así el pacto no escrito de convivencia entre las dos lenguas y que hasta ahora había evitado la creación de dos comunidades lingüísticas, y sociales, en Cataluña.
El catalán también ha sido utilizado como instrumento contra la convivencia lingüística por parte de aquellos que mantienen la ficción de una lengua castellana amenazada en Cataluña. Las campañas mediáticas y sentencias judiciales contra la inmersión lingüística provocan una fuerte indignación porque la enseñanza en catalán forma parte de los consensos básicos en Catalunya. La mayoría social la considera uno de los grandes patrimonios del país, ya que ha contribuido a la cohesión de la sociedad. La obsesión de lo que se conoce como la caverna mediática e intelectual del nacionalismo español para crear un problema de convivencia entre el catalán y el castellano provoca una profunda herida entre una población que vive en plena normalidad el uso de los dos idiomas. Pero esta vez, el riesgo para la convivencia lingüística ha surgido de los que hasta ahora aparecían como las víctimas de la intransigencia. Por eso resulta tan preocupante el trasfondo del manifiesto promovido por el grupo Koiné.
El manifiesto coincide en el tiempo con la publicación del libro Perlas catalanas. Tres siglos de colaboracionistas, de Salvador Avià y Joan-Marc Pase (Viena Editores). El libro, según se cuenta en la contraportada, es “una galería de personajes catalanes de la peor especie: esclavistas, colonizadores, colaboracionistas, genocidas...”. En esta lista de setenta “catalanes despreciables” aparecen, entre otros, Vicens Vives, Josep Pla, Carles Sentis, Francesc de Carreras, Juan Antonio Samaranch, Francesc Cambó, Albert Boadella, Félix de Azúa, Rosa Regàs, Carme Chacón, Josep Borrell, Miquel Roca o Duran Lleida. Todos ellos, dicen los autores, son ‘colaboracionistas’ con el ‘poder colonial’. De alguna forma, nos recuerda aquellos ‘colonos involuntarios’ del manifiesto. Y, también, la obsesión tan arraigada aquí de redactar listas de ‘buenos y malos’ catalanes. Pero, por encima de todo, recuerda que la legítima aspiración de la independencia tiene un grave problema con sus sectores más integristas. No es así, precisamente, como se puede ensanchar la base del soberanismo.
Por fortuna, Catalunya es mucho más plural, tolerante, abierta y compleja de lo que puede reflejar un manifiesto o un libro. Siete días después de hacerse público el manifiesto, el programa ‘Polonia’ de TV3 celebraba diez años de sátira política, diez años que han demostrado que Cataluña encaja un humor que muchos otros países no podrían soportar. Y esa misma noche, los lectores de El Periódico elegían ‘Catalá de l’Any’ a Òscar Campos, el responsable de Proactiva Open Arms, una ONG de Badalona cuyos voluntarios se juegan la vida desde hace más de medio año para rescatar refugiados en las aguas de la isla griega de Lesbos. Quizás a la hora de definir quién es catalán le podríamos añadir, entre otras muchas virtudes, que tenga sentido del humor, que sea solidario y altruista... Y que esté a favor de la convivencia entre lenguas y en contra de redactar listas de buenos y malos catalanes.