En el peor lugar en el peor momento. Esta es la historia de Pere Navarro como secretario general del Partit dels Socialistes de Catalunya. Fue elegido en diciembre del 2011 con una mayoría tan notable (73%) como ficticia porque ocultaba las graves tensiones larvadas en el partido. Llegó en medio de la formidable movilización política que vivía Catalunya. Y Pere Navarro se encontró en el epicentro de todas las tempestades, las internas del partido y las externas. Juntas, unas y otras, crearon la tormenta perfecta que llevó al PSC a naufragar en todas las elecciones y a su líder a la renuncia. Navarro creyó que podía pilotar la nave pero se vio superado por la magnitud de la misión. Y fue así porque era una misión imposible.
El PSC sufre el descrédito general de la socialdemocracia a la hora de afrontar la crisis, lo que le abre vías de agua (de cientos de miles de votos) hacia posiciones más nítidas de izquierdas, desde ICV a Podemos. Y, a la vez, padece una sangría de apoyo popular por su indefinición ante el proceso soberanista. Los votantes más catalanistas reprochan a los socialistas que no se hayan sumado al bloque por el derecho a decidir, mientras que otro sector les acusa de todo lo contrario, de ambigüedad frente al independentismo. Resultado, fugas de votos en masa por ambos frentes, hacia ERC o Ciutadans. Incluso ERC no sólo se queda con sus votos, si no que aspira a quedarse con su memoria maragallista.
El partido se ha convertido en un inmenso granero electoral para el resto de formaciones políticas. Por desméritos propios y, también, porque el PSC y sus líderes han sido víctima del acoso de quienes intentan atraer el partido a su causa (las hemerotecas dan fe de ello). Pere Navarro pensó que la solución estaba en lograr que el PSOE abriera una ‘tercera vía’, que permitiera al PSC recuperar su vieja tradición de punto de encuentro de quienes se sienten tan catalanes como españoles, mayoritarios hasta ahora según las encuestas. Navarro logró convencer al PSOE, pero no a su electorado más catalanista, que percibió la propuesta federal (declaración de Granada) como insuficiente y poco creíble. Y por supuesto, no convenció al sector crítico del partido, dispuesto incluso a crear una nueva formación socialista.
El PSC lucha por mantener la centralidad política, pero ésta cada vez ocupa un espacio más pequeño. En una sociedad tensionada (que no en tensión) por la crisis económica, el proceso soberanista y por el inmovilismo del Gobierno del PP, queda poco margen para los equilibrios y los matices. Son tiempos de extrema complejidad y Pere Navarro no pudo, o no supo, gestionarla: Desde la resolución de los grandes dilemas a los que se enfrentaba el PSC o la ‘rebelión’ de los críticos, hasta episodios tan surrealistas como el de la agresión sufrida cuando asistía a un acto familiar en Terrassa. La presión ha acabado siendo insoportable y Pere Navarro ha tirado la toalla. No tenía alternativa.
Pero en ningún caso es sólo una cuestión de liderazgo personal. La dimisión de Navarro es una evidencia más de la tormenta perfecta que lleva al PSC a la deriva. Un síntoma más, también, de la crisis que sufre uno de los mayores instrumentos políticos de cohesión social que ha tenido Catalunya y de las grietas que padecen los pocos puentes tendidos con España. Sólo con una verdadera refundación, el PSC puede recuperar su papel histórico. Pere Navarro llegó al peor lugar en el peor momento. La pregunta es saber si el lugar, el momento y los líderes cambiarán lo suficiente como para que la misión del PSC deje de ser imposible.