Nos dirigimos, a falta de sorpresa final, hacía unas nuevas elecciones. Parte de la clase política, haciendo gala de una indisimulada falsa modestia, nos bombardea constantemente con mensajes donde reconoce su incapacidad para llegar a algún tipo de acuerdo. “No hemos estado a la altura”, “hemos defraudado a los votantes”, y mi favorita, “la ciudadanía está cansada de votar”, se encuentran entre las frases más escuchadas estos días. Por supuesto, no faltan aquellas voces que, sin ningún tipo de rubor, se encargan de culpar al resto de contendientes del resultado de las negociaciones. Ya saben, el consabido “y tú más”.
Así pues, y si nadie hace nada para impedirlo, el próximo 26 de junio volveremos a acudir a las urnas, algo que ha hecho que los partidos ya hayan comenzado a posicionarse. Algunos reafirman su voluntad de repetir listas y programas; otros, se aprestan a recuperar desechadas alianzas con la intención de ocupar un mayor espacio en el hemiciclo del Congreso de los Diputados. Todos repetirán cabeza de lista y, lo más importante, tratarán de hacerse con el relato.
Pero, ¿qué es el relato? En el caso en el que nos hallamos, el relato sería el conocimiento, la narración de unos hechos que se han producido o se están produciendo en este preciso momento. Los más avispados se habrán dado cuenta de que este relato coincide con aquello que Gramsci (atención podemitas) llamó hegemonía, es decir, el poder del que goza el grupo dominante para mostrar sus intereses como coincidentes con los generales. En cierta medida, aquel que sea capaz de convencer a los votantes de que le compren su relato y cuente, además, con la mayor cantidad de reconocimiento, o capital simbólico acumulado (atención sociólogos), será el que más posibilidades tendrá de ganar las elecciones.
Sería posible adelantar que el relato del PSOE estará basado en dejar constancia de que ellos, al menos, lo han intentado. Que ha sido Podemos, en este caso, el que no ha querido sumarse al carro de las fuerzas del cambio (por cierto, robo flagrante del concepto al partido morado), conformadas por ellos y Ciudadanos, y que lo han hecho obligados en su lucha por la integridad de España y para no quedar en manos de los independentistas. Pedro Sánchez y sus acólitos obviarán su viaje a Portugal, las imposiciones de Susana Díaz y el Comité Federal y las más elementales leyes de la matemática, es decir, que 130 es menos que 161. En cuanto al reconocimiento, como Pedro Sánchez no espabile, el día 27 de junio solo lo reconocerán en su casa a la hora de comer.
Por su parte, el relato del Partido Popular pivotará sobre el hecho de que ellos han salvado España de la herencia envenenada de ZP (sí, otra vez), que PSOE y Ciudadanos no han querido sumarse a una gran coalición, así en plan súper-europeo, y que el programa que propone el PP es el único razonable y sensato (sic). Para ello olvidarán todos los casos de corrupción -presentes, pasados y futuros-, que no han movido un dedo en estos meses, que nadie se quiere sentar con ellos ni aunque les inviten a cañas y que Rajoy tiene menos capital simbólico acumulado que Mario Conde y el ex- concejal Bartolín juntos.
Ciudadanos planteará que personifican el auténtico cambio moderno, que pueden pactar a izquierda y derecha (o sea, a derecha), que todo esto lo hacen con grandes sacrificios, ya que, como todo el mundo sabe, ellos están en política de paso, y que han hecho todo lo posible por evitar que en España gobierne Maduro a través de Pablo Iglesias. Por supuesto, olvidarán su participación en la coalición Libertas, que Rivera lleva ya más de 10 años en política y que gran cantidad de sus cuadros son ex peperos rebotados, como Juan Carlos Girauta. Albert Rivera cuenta, sin embargo, con su verbo, su gracia, su presencia y un cierto halo de respetabilidad que le aporta el ir siempre con traje y corbata.
Llegamos finalmente a Podemos. Son másters en hegemonía, su discurso del Gobierno a la valenciana va camino de ser el segundo referente territorial detrás de la paella y aunque, tras su propuesta de alianza con Izquierda Unida, tienen complicado volver al relato que enfrenta a los de arriba con los de abajo, sin duda se han mantenido fieles a principios que, a priori, podrían resultar duros de tragar en determinadas áreas del Estado, como el referéndum catalán. Se verán obligados a dejar atrás las disputas internas, los líos de Madrid, el despido de Sergio Pascual y la sensación de impaciencia por alcanzar el poder que transmiten. Pablo Iglesias mantiene casi intacto su capital simbólico y sin duda lo sacará a relucir en las semanas que quedan hasta el día de la votación. Ya saben, “nos ha faltado una semana y un debate”.
Las cuentas dicen que el resultado de los próximos comicios será muy parecido a los del pasado diciembre, con lo que posiblemente nos veremos, en unos meses, en una situación similar a la de hasta ahora. Cap problema!, que dicen los catalanes, aunque si se me admitiera una pequeña súplica, rogaría a los políticos que, en sus relatos, no nos traten como si fuéramos menores de edad. Pese a lo que digan los politólogos, les puedo asegurar que de votar no nos cansamos, pero de escuchar una y otra vez la misma cantinela, sí.