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Opinión - Salvar el Mediterráneo y a sus gentes. Por Neus Tomàs

Adiós al rey Artur

Artur Mas, ante el Palau de la Generalitat

Neus Tomàs

Artur Mas (Barcelona,1956) lo ha sido todo en la política catalana: azote de Pasqual Maragall en el Ayuntamiento de Barcelona, diputado en el Parlament, delfín de Jordi Pujol, jefe de la oposición al tripartito, presidente de la Generalitat, inductor y víctima del procés. Más de tres décadas en la primera línea que le han convertido en uno de los políticos más poderosos pero también en uno de los más detestados por sus adversarios.

Mas es menos distante de lo que aparenta aunque implacable a la hora de perseguir sus objetivos. Josep Antoni Duran Lleida, enemigo íntimo suyo durante décadas, o Maragall, a quien intentó echar de la Generalitat con un pacto a escondidas en la Moncloa con José Luis Rodríguez Zapatero, fueron víctimas de su ambición.

Calculador pero también un político con paciencia. Sus siete años de travesía del desierto a la espera de regresar a la Generalitat le curtieron personal y políticamente. Se sintió traicionado por la ERC de Carod-Rovira y desde entonces jamás acabó de fiarse de los republicanos aunque quien le acabó tirando a la “papelera de la historia” fue la CUP de Anna Gabriel. Y nunca se lo ha perdonado.

Pese a su larga trayectoria, Mas no ha tenido amigos ni en el partido ni en el Govern con la excepción de Jordi Vilajoana aunque sí ha sabido cuidar a sus colaboradores, empezando por el fiel Francesc Homs.

Homs, junto a David Madí, Oriol Pujol Ferrusola y Germà Gordó formaban el 'pinyol', el núcleo duro del 'masismo', una una forma de ejercer el poder, con tentáculos en la administración pero también en las empresas. Hijos del pujolismo que reinventaron la Convergència de su fundador. Con suerte desigual.

Esa Convergència, la del “Govern dels millors”, en el 2010, un Ejecutivo que se presentaba como 'business friendly' fue el mismo que abanderó la política de austeridad hasta el extremo. “Pareció que nos gustaba recortar y no era cierto”, reconocía tiempo después el expresident. Sus detractores siempre le han reprochado que para que los catalanes olvidasen la tijera decidió envolverse en la 'estelada'.

El fracaso del 'mesías' 

Mal aconsejado, según algunos de sus colaboradores en ese momento, o demasiado confiado en la demoscopia, según otros, en 2012 adelantó las elecciones convencido de que la reivindicación del derecho a la autodeterminación le garantizaría la mayoría absoluta. Se quedó con 50 diputados. Fracasó, pero persistió en su conversión al independentismo.

La organización de la consulta del 9-N en 2014 le consagró como líder de este movimiento. Fue su gran momento como presidente pese a que le ha conllevado una coste personal entonces impensable. En las siguientes elecciones su futuro quedó en manos de la CUP, una formación en las antípodas del catecismo económico de Mas. Otro 9 de enero, del que exactamente se cumplen dos años este martes, Mas se convirtió en el gran mártir del 'procés'.

Posteriormente, en marzo del 2017 el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC) le condena, por unanimidad, a dos años de inhabilitación especial para empleo o cargo público. Lo peor para el expresident estaba por llegar. Otro tribunal, el de Cuentas, le condenó a pagar 5,3 millones. Y pese a no ocupar cargos públicos, el Supremo le ha imputado en la causa por rebelión.

La recolecta popular iniciada por la ANC y Òmnium, bautizada como 'caja de resistencia', no ha sido suficiente y desde el mes de diciembre tiene embargado el piso donde reside, situado en la calle Tuset, en uno de los mejores barrios de Barcelona.

Mas renuncia justo antes de que se conozca la sentencia del 'caso Palau', lo más cerca que han estado los tribunales hasta ahora de probar que Convergència presuntamente se financió de manera ilegal. Años en los que Mas estuvo al frente de la secretaría general del partido, años en los que ya ocupaba cargos institucionales. Años en los que dice que nunca escuchó ni vio nada.

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