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Diana, una luchadora que nunca se doblegó

Diana Garrigosa junto a Pasqual Maragall

Neus Tomàs

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Diana Garrigosa (1944-2020) tenía carácter, a veces parecía que demasiado, pero era, por encima de todo, una mujer fiel a sus principios. Indomable, siempre fue Diana. No se resignó a ser la mujer del alcalde ni la del president. Era ella, le pesase a quien le pesase y a muchos les pesaba y mucho. Luchadora, defendió su independencia sin someterse a intereses políticos ni consejos protocolarios. No era de las que jugaba a quedar bien, tampoco con los periodistas, pero era alguien que siempre iba de cara.

Fue la madre, la buena amiga de sus amigos, muchos repartidos por medio mundo, y la hermana, la que siempre estaba cuando Pilar la necesitaba. Luchó por lo que creía y creía en la libertad. Ya en la universidad, cuando conoció a Pasqual, cuando sus amigos se iban a Bocaccio, punto de encuentro de la gauche divine barcelonesa, él prefería montar reuniones en los barrios del Bon Pastor o Sant Andreu.

Diana vivió de cerca los preparativos de los Juegos y los quebraderos que dieron las que todavía hoy muchos defienden como las mejores Olimpiadas de la historia. En uno de los almuerzos le tocó tener al lado a Fidel Castro y guardaba un buen recuerdo de su “cortesía”. Después vino Roma, lejos de casi todo y de casi todos. Romano Prodi y Francesco Rutelli ejercieron de amigos. Allí era il professore Maragall. Y Diana fue feliz.

Pero Maragall era Maragall y un año después anunció que regresaba para ser candidato del PSC a las autonómicas. Ganó en votos pero perdió en escaños. Lo peor, para Diana, vino después. Definía los tres años en la presidencia de la Generalitat como “un infierno”. Aunque, también añadía que los que vinieron después de él lo hicieron peor. Tal vez no se equivocaba. Diana rompió el carnet socialista y en el PSC comprobaron, una vez más, que la única disciplina que acataba era la que le dictaba su conciencia.

De nuevo tocaba mirar hacia delante, contagiarse del buen humor de él, ahora para hacer frente al alzheimer. Durante meses solo lo sabían Ernest, el otro Maragall, y su esposa, Pepa; Pilar, más que una hermana para Diana, y su marido, Norman. A Cristina, Airy y Guim, los tres hijos de Pasqual y Diana, no se lo dijeron hasta poco antes de que el expresident anunciase públicamente que padecía la enfermedad. Ella confesaba que no quería llorar, aunque fuese de lágrima fácil, y una vez más decidió mirar hacia delante.

Ambos crearon la Fundación Pasqual Maragall, empezó una nueva lucha, por Pasqual y por tantos otros enfermos, y eso fue lo que le dio fuerzas para no llorar. Se truncaron algunos viajes, esos que habían planificado para cuando se retirase, pero no renunció a todos. Decía que no quería ni podía dedicarse solo a ser la cuidadora. Porque Diana, la que estuvo siempre a su lado, desde que se conocieron, en 1964, en una fiesta de estudiantes, nunca dejó de ser Diana.

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