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La mentira ante su espejo

FOTO: Europa Press

Lorenzo Sentenac

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Recientemente un tweet de Juan Diego Botto sobre el silencio como caldo de cultivo de nuestra mentira triunfante, ha tenido una gran acogida. El éxito o fracaso de este tipo de mensajes en una de las redes sociales de mayor tráfico, depende claro está de la notoriedad del autor y su número de seguidores, pero también del contenido del mensaje y del estado del receptor, que puede ser más o menos sensible a lo expresado en el tweet.

El número de réplicas y comentarios es por tanto un buen termómetro del interés que suscita el tema. En este caso, el tema del mensaje (el silencio que ampara y acuna la corrupción en nuestro país) ha suscitado un evidente interés, traducido en un buen número de réplicas. Es decir, todavía hay personas (no sabemos cuántas) a las que la corrupción no les da igual.

En realidad lo que desconcierta es que aún sean tantos y tan mudos los consentidores e indiferentes. Y desconcierta porque la mayoría de ellos padecen las consecuencias de esa corrupción cada día. ¿Entonces? ¿Por qué no reaccionan? Parece haberse perdido en nuestro país la actitud crítica y la capacidad de respuesta ante este tipo de problemas tan graves, en el convencimiento sin duda equivocado de que la razón, el argumento y la palabra, no sirven ya de nada. El silencio y el conformismo por tanto se imponen y retroalimentan.

¿El hartazgo ha conducido a la pasividad? La beligerancia contra la corrupción parece cosa de gente minoritaria y extravagante que reclama una “pureza” imposible. Se promociona incluso este diagnóstico de rareza y extravagancia desde algunos medios afines a nuestra “normalidad” institucional. Cuando lo cierto es que lo que se reclama desde esa minoría “extravagante” y rara, y siempre desde el más frío pragmatismo, es un mínimo de honestidad.

Esta actitud crítica y vigilante, aunque incómoda, debería ser la norma en todos los ciudadanos, o al menos en la mayoría, si es que tenemos en alguna estima la sociedad en la que convivimos y su futuro. Pero sabemos que en nuestro país no ocurre así, y todo parece indicar que no se avecinan cambios al respecto. Las raíces de este mal son antiguas y complejas. La corrupción por tanto seguirá siendo el eje de nuestra vida política y económica al igual que lo fue en los decenios anteriores. Es lo que señalan las encuestas. Y no es un buen augurio. El nuestro es un mundo de máscaras y apariencias, es decir un mundo en el que la mentira es parte cada vez más importante de la atmósfera que se respira. Esto conduce al cinismo.

Esta mentira envolvente ha sido normalizada mediante un amplio e intrincado engranaje del que participan algunos medios, es decir, aquellos instrumentos teóricamente encargados de combatir esa mentira y buscar la verdad. En este tipo de práctica, la cobardía de la razón se disfraza de discreción y prudencia institucional. De eso va el tweet de Juan Diego Boto, de la vocación y el ejercicio del periodismo.

Todos sabemos de la importancia del periodismo para una democracia, y todos sabemos que su misión es investigar la verdad y contarla. También está la opinión, sin duda versátil pero que debe intentar fundamentarse en la verdad. Como en cualquier otra rama de la actividad humana, en el periodismo hay héroes y referentes que motivan vocaciones. Entre nosotros los ha habido muy señalados, pero Bernstein y Woodward, que pusieron en marcha la investigación del Watergate y propiciaron la caída de Nixon, han quedado como paradigma del periodismo occidental contemporáneo, es decir, del periodismo como pilar de la democracia.

El tweet de Juan Diego Boto nos habla de esa épica que es al mismo tiempo una ética, y también de esos periodistas que velaron sus armas (al menos teóricamente) a la luz del ejemplo de sus héroes, y hoy ante su propio Watergate autóctono hablan bajito y quedo, cuando no intentan estrangular a “garganta profunda”. La tristeza que esto produce es palpable, y la soledad ante el espejo se cuece en su propio silencio.

Los niveles de corrupción que se han alcanzado en nuestro país son conocidos por todos. Tales cotas de miseria política y moral han requerido grandes dosis de mentira aliñada con grandes silencios. Una manera de contribuir a esa mentira y a esa corrupción es confundir deliberadamente los efectos con las causas de esa corrupción. Recientemente uno de esos periodistas que ante su propio Watergate habla bajito o calla y se pone de perfil, decía como explicación o ensayando una excusa, que Villarejo, el gran villano (y seguro que lo es) contamina y pudre todo lo que toca.

He ahí una forma torticera de contribuir a las medias verdades, y en última instancia a la mentira final, porque a Villarejo lo han utilizado todos. Y con “todos” me refiero a todos los que han medrado y callado en esta normalidad institucional que nos enfanga desde hace ya demasiado tiempo, y que es una “normalidad” que ha hecho de la corrupción norma, santo y seña, es decir, una normalidad muy anormal.

La corrupción institucionalizada precede a Villarejo, y este ha sido solo un instrumento a su servicio. Un poco descontrolado, eso sí. De ahí que tantos callen y explica también que no puedan desmantelar las cloacas porque se desmantelarían ellos mismos. El silencio, la corrupción, y el miedo los une. Siendo esté el panorama, nada halagüeño, algunas de las soluciones que se nos ofrecen en forma de candidatos a presidir al gobierno, resultan cuando menos sorprendentes y sin duda contraproducentes, muy parecidas a la ocurrencia peregrina de intentar apagar un fuego echándole gasolina.

Por ejemplo ese candidato “liberal” que ha impulsado o consentido un pucherazo electoral en su partido (bien empiezan), y que lejos de dar alguna explicación creíble, ha ordenado silencio y amenazado con castigo a los militantes que protesten.

O ese otro candidato, heredero de tantas corrupciones y fraudes como olas tiene el mar (una tras otra), y del que se duda seriamente si se ha agenciado su máster en un chino. Otro que también empieza bien. Este es el futuro que se nos ofrece.

Añadan a estos -porque juntos van- esos otros que parecen sacados de una película del Oeste, que piden pistolas para todo el mundo y vociferan que la culpa de toda esta corrupción que nos ha hecho famosos en medio mundo (Gürtel, Malaya, Púnica, Noos, Palau, Fabra, Palma Arena, Acuamed, Andratx, Pretoria, Bonsai, Caballo de Troya, Campeón, Pujol, Brugal, Lezo, Rasputín, Taula, preferentes, sobresueldos, tarjetas black, los EREs andaluces, Villarejo, Bárcenas y su chófer, Fernández Díaz, las cloacas y su presidente, Urdangarin y el emérito intocable, la operación Kitchen y la mafia policial que fabrica mentiras, la amnistía fiscal de los tramposos, el rescate con dinero público -que no han devuelto- de la estafa financiera, las reformas laborales del PPSOE al servicio de la explotación y el maltrato laboral, y no sigo porque me quedo sin folio), la culpa –dicen- de todo esa retahíla de golferías que nos ha sumido en la miseria, la tienen los inmigrantes. Y se quedan tan anchos.

Eso se llama ir con la verdad por delante y la cartuchera bien cargada para defenderla.

Como John Wayne, pero en cutre.

Por poner un dato: el coste de la corrupción del PP en España se estima en unos 122 millones de euros (y seguro que la estimación se queda corta).

De ahí que Ciudadanos y Vox hagan frente común con este partido. Todo encaja.

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