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La belleza en Auschwitz

Josep L. Barona

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Un grupo de internos de Auschwitz, a los que el azar había salvado temporalmente la vida al condenarlos a trabajos forzosos y no a la cámara de gas, regresaba al campo de exterminio sin esperanza, tras un día agotador picando piedra con el cuerpo enfermo y exhausto. Caminaban de retorno al campo arrastrándose en silencio cuando uno de los prisioneros se detuvo a contemplar el cielo iluminado por una esplendorosa puesta de sol. Tras unos emocionados minutos de silencio, el preso exclamó con un hilo de voz apenas perceptible: “que hermoso podría ser el mundo.” Es Viktor Frankl quien relata ese suceso real en su libro “El hombre en busca de sentido”.

El psiquiatra vienés Viktor Frankl, de origen judío, pasó los años de la última guerra mundial en cuatro campos de concentración alemanes. En los años 1920 había militado en las juventudes socialistas de Austria y se había relacionado con el círculo psicoanalítico vienés, manteniendo una estrecha relación con Sigmund Freud y Alfred Adler. Después se alejó del psicoanálisis para fundar una forma de psicoterapia a la que llamó logoterapia, cuya idea directriz pone en la búsqueda de sentido la motivación primaria del ser humano. Tal vez influido por las ideas de Max Scheler, desde sus primeras incursiones en la psiquiatría, Frankl centró en los valores y en la búsqueda de sentido la esencia de la vida y de la sanación.

Superviviente del holocausto, en diversos escritos relató Frankl las sucesivas etapas de degradación emocional y mental de los internos en los campos de exterminio y analizó su propia experiencia de la pérdida de identidad al ser despojado de todo atributo humano: derechos, familia, esposa, profesión, bienes, escritos. Pero Frankl no sucumbió a la trágica experiencia de verse privado de su humanidad. Ni durante los años de internamiento en que tuvo que afrontar cada día la muerte posible, ni en las décadas posteriores. Otros muchos no resistieron. Primo Levi lo contó antes de sucumbir.

Cuando aquel interno deshumanizado por sus opresores exclamó ante la belleza del ocaso “qué hermoso podría ser el mundo”, nos comprometió a todos a averiguar qué es lo que hace del ser humano un monstruo capaz de destruir todo lo bello y todo lo bueno. Por qué los humanos son capaces de transformar la belleza en espanto. Cada tiempo tiene sus demonios y sus aspiraciones de alcanzar la felicidad y la emancipación. Esa puesta de sol hermosa vale más que todos los paraísos artificiales. Seguro que aquel recluso deshumanizado al contemplar la puesta de sol sintió lástima por quienes, desde su vileza, sostenían aquel infierno real.

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