En Bruselas empieza la batalla
Tradicionalmente las elecciones europeas son las que menos interés despiertan entre la ciudadanía y, consecuentemente, mayor volumen de abstención registran. En la última convocatoria el índice de participación ni siquiera llegó al 45%. Bien pensado el desapego es normal. A fin de cuentas el ciudadano medio apenas tiene conciencia de que dichas elecciones sirvan para otra cosa que para regalarle cinco años de prebendas a un puñado de privilegiados que, en la mayoría de los casos, se embolsarán un sueldo de 8.000 € al mes por realizar una tarea de gestión más bien oscura. Eso, sin contar dietas, claro.
Pero con todo y con eso, la cita de las europeas debería ser ineludible para todos. No porque, como se apresuran a decir los partidos, nuestro destino se decida en Bruselas y no podamos permanecer impasibles. Efectivamente Bruselas tiene mucho más que decir sobre lo que legislan nuestros parlamentos nacionales de lo que a veces pensamos. Pero no nos engañemos. El Europarlamento solo es una de las muchas instancias que deciden en la opaca maquinaria burocrática Europea. Además, no pretendo pecar de iluso. Independientemente de cual sea su composición, muchas de las decisiones que se toman en Bruselas vienen ya decididas de antemano por otros organismos internacionales.
Ante un panorama así, la pregunta es obvia ¿para qué voy a tomarme la molestia de ir a votar? Quizá la respuesta, la mía al menos, pueda no parecer tan obvia pero en estos momentos me parece un argumento a tener en cuenta: para protestar.
En las últimas semanas estamos asistiendo atónitos a un espectáculo bochornoso en el que, de repente, qué se diga en Twitter parece razón de estado. De pronto la red social se ha poblado de delatores y cada usuario es sospechoso de un cargo tan difuso como ‘incitar al odio’. Quién sabe si dentro de poco el gobierno no decidirásustituir al simpático @policia por una @stasi que se dedique a vigilar la vida de los otros, no sea que alguien tenga la osadía de pensar distinto. Sin necesidad de hacer demasiados ejercicios de imaginación es lo que a menudo parecen todos estos intentos de criminalizar cualquier forma de expresión contra la clase política. Igual es que, como ha escrito hace poco Ana Pastor, es verdad que no todos somos iguales.
El único ejercicio de protesta que parece permitido para nosotros, los ciudadanos, es el del ritual de la urna. Aunque sea con trampas que favorecen a las mayorías, Bien, aceptémoslo. Tenemos por delante más de un año de citas electorales. Tal vez el resultado de las europeas no signifique mucho para nuestro día a día pero es el primer peldaño para las generales. Y es la primera ocasión de dar una respuesta. Por eso yo no me la pienso perder.