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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Bulos e inocentadas

Chus Villar

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Echo de menos aquellos tiempos en los que sólo pasabas por tonto el Día de los Inocentes. Llámenme retrógrada, pero las nuevas tecnologías han permitido que hoy cientos de miles de personas retuiteen, wasapeen o compartan en facebook los más estúpidos bulos a diario. Antes, estabas atento al 28-D, sabías que te la iban a intentar colar y analizabas con detenimiento el telediario, las llamadas de los amigos, sus mails… Vigilabas tu espalda por si tu sobrino te pegaba el típico muñequillo de papel. Es decir, ponías a funcionar tu materia gris. Ahora, nuestros pulgares me recuerdan a esas máquinas que fabrican en cadena, que repiten una y otra vez el mismo movimiento sobre el teclado del móvil sin pensar en lo que hacen.

Que sí, que los tontos somos nosotros y que la tecnología sólo está al servicio de nuestra imbecilidad previa, pero oigan, menudo progreso este que nos hace involucionar. Es como esas historias de ficción en las que uno nace viejo y muere bebé: al final todo acabaremos siendo monos, o animales unicelulares si vamos más hacia atrás.

Deberían crear una aplicación que te avise cuando detecte un posible riesgo de engaño. Sería algo así como un programa antibulos, con sus alertas visuales y sonoras. ¡pi, pi, pi, piiii. Atención, se ha detectado una amenaza para su sistema intelectual! Al fin y al cabo no sería tan difícil, porque todos los falsos mensajes tienen características en común. Por ejemplo, proceden de fuentes poco fiables. Si pepito.com te dice: “¡Lo que los científicos no quieren que sepas! El bicarbonato de sodio con limón cura el cáncer” (y esto fue una falsa información que circuló de veras), la aplicación buscaría rápidamente en Internet a ver si algún medio serio, a poder ser una publicación científica, menciona el importante hito.

No es que la prensa oficial esté a salvo de los bulos. Hace poco se hacía eco de una supuesta frase de Putin sobre los terroristas musulmanes (“Perdonar a los terroristas corresponde a Dios, enviarlos con él es cosa mía”) que resultó ser un fake, pero es cierto que el New York Times la caga menos veces que el blog de Antoñita, y este tipo de softwares funcionan con cálculo de probabilidades.

Si el mensaje contiene una imagen tampoco es difícil introducirla en un buscador de fotos y ver si se corresponde con otro contexto distinto a aquel para el que está siendo utilizada en ese momento. También se puede establecer un filtro por palabras clave, como las de tipo apocalíptico o que suenen a conspiración del estilo “lo que los gobiernos no quieren que sepas”. Otro clásico con tufillo a mentira es la petición de reenvío y sus amenazas adosadas si no lo haces.

Pero a la espera de que los avances tecnológicos nos faciliten la tarea de detectar falsedades, yo les propongo aplicar un poco el sentido común y hacer además algunas de estas comprobaciones por su cuenta. Así evitarán acojonarse cada vez que consuman un producto de Mercadona (especial objetivo de los bulos, vaya usted a saber si idea de un ex trabajador despechado o de un competidor envidioso) o desinfectar los botes de refresco cuando vayan a acercar sus labios a alguno de ellos, no vaya a ser que la orina de rata les fulmine entre horribles estertores, o darse la llantera padre porque su actor favorito la ha palmado, o impedir a sus hijos que pisen los parques, por si aparece el secuestrador que dicen haber visto las madres del grupo de whatsapp de clase, aunque la foto del individuo en cuestión se hiciera en Boston.

En fin, que yo, aunque esto de los bulos haya perdido hoy toda su gracia por exceso, sigo fiel a la celebración de Todos los Santos y ahora mismo voy a colgar en las redes un mensaje: “las fuerzas progresistas alcanzan un pacto tras el 20-D”. Ya verás que algún tonto se lo cree.

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