Emili Albi, escritor: “El sexo con otra persona no es un derecho, pero si hubiera un derecho a la dignidad humana, el autoconocimiento y el autoplacer deberían estar representados”

El sexo es un tema plagado de tabús y de lugares que parecen vetados al debate y la reflexión, pese a consistir en un pilar de la intimidad humana. Para el escritor valenciano Emili Albi, el sexo es un tema profundamente literario y la ficción es un terreno en el que explorar cuestiones que plantean dudas, un espacio en el que filosofar sobre la condición humana de forma personal primero, compartida después.

En su primera novela publicada, que no escrita, el también editor afincado en Barcelona aborda la asistencia sexual, un tema apenas tratado en la ficción y en el espacio público. La amante ciega (Altamarea, 2022) arranca con la crisis de un hombre de 40 años, galerista de arte en el sello familiar, que recibe el diagnóstico de esclerósis lateral amiotrófica (ELA) de su hermana y una visita de un personaje siniestro que amenaza con destruir la reputación de su familia. La cercanía a la enfermedad lo lleva a investigar sobre la asistencia sexual a las personas con diversidad funcional, un campo en el que va adentrándose con temor y una superposición de dilemas éticos.

El interés por la asistencia sexual surgió hace siete u ocho años, al leer en el periódico una entrevista a un asistente. Un joven griego explicaba que se había trasladado a Barcelona primero y a Valencia después para constituir una entidad con esta figura, alegal en España y en la mayor parte de Europa. “Nunca me había planteado que las personas con diversidad funcional tuviera sexo”, reconoce el autor en conversación telefónica, explicando el golpe moral causado por haber ignorado esa dimensión. Que las personas con diversidad funcional tengan “vetado el acceso al deseo” le pareció “cruel e insolidario”.

El autor aborda varios planteamientos sobre la asistencia sexual, una figura que se ha equiparado a la prostitución en varios ámbitos. La prostitución es un problema de violencia de género, en el que operan multitud de relaciones de poder, pero es “injusto” relacionarla con la asistencia sexual, afirma Albi. La diferencia es que, como un asistente personal, el asistente sexual “te provee de todo lo necesario para que tú hagas lo que una persona sin diversidad funcional puede hacer. Te proveen de lo puramente funcional para que tú disfrutes de tu cuerpo, para el autoconocimiento” sin incluir el sexo oral o el sexo con penetración. Tampoco se parte de una situación de desigualdad económica o de género, apunta el autor, que ha ocupado un largo tiempo en documentarse para la novela, relacionándose con colectivos en defensa de la asistencia sexual.

“En el proceso de documentación del libro me he encontrado con dramas brutales. Mujeres y hombres que se han muerto sin tener una experiencia sexual, padres que tienen que ayudar a sus hijos a tener experiencias sexuales, padres que han contratado a una prostituta y se la han llevado a sus hijos, chavales que gestionan un despertar sexual en ambientes o familias religiosas, donde se viven auténticos dramas. Si no somos capaces de mejorar la situación de estas personas, estamos fallando”, considera el novelista, que no plantea su trabajo como una defensa a ultranza, sino como debate.

Albi reconoce que es un tema que le ha hecho dudar y reflexionar aún después de haberlo novelado. “La literatura es la gran pregunta. Yo escribo para preguntarme cosas, para ensanchar el mundo intelectual y emocional. Me gustaría que la gente se preguntara sobre este tema, que veo necesario desde el punto de vista social”. Durante el proceso preparatorio, encontró el testimonio de la activista Sole Arnau, ya fallecida, que señalaba que las personas con ciertos tipos de discapacidad tienen que programar su deseo. Lo hacen “con una persona que es en principio desconocida, con la que no siempre funciona el vínculo, con la que te encuentres cómodo…”, tejiendo una intimidad, un vínculo, como sucede en otros cuidados. “Abres de par en par tu intimidad física, intelectual y emocional a otra persona. Como terreno literario, filosófico incluso, me parecía muy rico. La literatura a veces trata de comprender el mundo en el que vivimos… Esta era una pregunta necesaria”, reitera.

Sobre si existe o no el derecho al sexo, el autor, que es licenciado en Derecho, responde con rotundidad: “El sexo no es un derecho, no con otra persona”. Después, plantea: “Si hubiera un derecho a la dignidad humana, que incluyera la sanidad pública, la educación, el acceso a la cultura, la vivienda digna, la higiene... Creo que en ese hipotético derecho el autoconocimiento y el autoplacer deberían estar representados”.

Las mismas reflexiones, en aras de continuar con esa pregunta literaria, las traslada a su protagonista, que durante la obra recorre varios conflictos morales relacionados con el sexo. Se suman vergüenza, culpa, a veces ira, otras tranquilidad y disfrute, a menudo una escapatoria. El sexo es culpa cuando se hace a escondidas, es el descubrimiento de un cuerpo nuevo con otras formas de placer, y el sexo también es la memoria de la construcción de la sexualidad del protagonista que, de adolescente, lo ve como un rito hacia la edad adulta. “Para los hombres [la primera vez] es un trago también, pero hablamos menos de esas cosas”, apunta Albi, que atisba un cambio con cierto optimismo, aunque se plantea si esta nueva liberación no puede suponer más presión hacia las chicas más jóvenes. En su adolescencia recuerda la presión del grupo, tal que algunos chavales se ven abocados a mentir sobre sus relaciones, a competir entre ellos... “Es una cultura muy machista en la que tienes que pasar por el ritual”, sostiene, destacando la relación entre la carencia de educación afectivosexual, los tabús y la violencia.

La novela, en la que la escultura, la pintura y el mercado cultural tienen una fuerte presencia, aprovecha el potencial comunicativo de las artes para expresar las pulsiones de los personajes y fusionarlas con el contexto de la trama. Esta se entronca precisamente en dos tabús: el sexo y la enfermedad, que se entrelazan en otra historia de chantaje, culpa y castigo social relacionada con el prestigio familiar de la galería que dirige. El protagonista transita entre varias culpas provocadas por varios secretos, con el reproche social siempre en la nuca. “En la novela se ve el papel de la sociedad, de las familias, el grupo social como censor. Ernesto lo pasa muy mal porque es padre, porque está casado, y tener una aventura se vive con culpa, con dolor, de forma traumática... Los grupos tienen que tener unas normas, pero a veces no nos permite ser feliz o desarrollarnos”.

Albi plantea la novela desde la perspectiva de la cercanía del sexo y el arte. “Son grandes medicinas contra la muerte. El sexo está ligado al instinto de procreación, al perdurar, nos aleja de la muerte; el arte, instinto creador, es también antónimo de la muerte”. Pese a los temas tratados, que pueden dar a equívoco al lector, el autor se reafirma en su intención: “Me interesa afirmar que he escrito una novela vital. Nos pasamos la vida intentando escapar de la muerte”, subraya.