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Dudas en mi nevera

Josep Moreno

Hoy he repasado, por enésima vez, mi lista de tareas pendientes sin que se haya producido ningún progreso significativo ni resuelto ni uno solo de los dilemas que atormentan mi espíritu.

Todavía no sé si estoy por apoyar o oponerme al pleno soberanista catalán. No me decanto ni por Iniciativa ni por el Bloc. Estoy intentando aclararme sobre si el fichaje de Irene Lozano por mi amigo Pedro Sánchez es más de unión o de progreso. Y hace meses que no avanzo en aquello de si debo creer a Bárcenas o a Rajoy.

En la puerta grande de mi nevera se acumulan los post-it convocándome a la urgente resolución de tanta disyuntiva. Por ejemplo: El Nou d’Octubre me quedé junto a Joan Ribó a las puertas del templo reivindicando el carácter laico de la procesión, pero al mismo tiempo, a la sombra de la “senyera” musité una novena para congraciarme con el Cardenal Cañizares. Porque... ¿Estamos seguros los valencianos que podremos sobrevivir a la infrafinanciación de Rajoy y a la ira de Dios al mismo tiempo y en una sola legislatura? No lo veo claro.

De pequeño me hice del Barça, no por la mala influencia del pancatalanista claustro de profesores que me tocó en suerte, sino para no tener que decantarme entre el Valencia o el Levante. Ni siquiera conseguí decidirme en su día entre Bisbal o Bustamante. Y todavía hoy, pasados más de veinte años de mi primer congreso del PSPV no he podido contestar con rotundidad a la pregunta que aquel anciano militante me formuló en la mesa de credenciales: “I tu xiquet, que eres, Lermista, Ciscarista o renovaor?”. Lo de “renovar” ya no es el caso. No parece prudente acometer tan espinosa encomienda en tiempos de gobierno. Pero aquello de tener que elegir entre el “lermismo” y el “ciscarismo” todavía hoy me quita el sueño porque, a ver quien acierta a decidirse entre el poder y la inmortalidad.

Y ahora, para complicarlo todo más, algunos amenazan con constituir coaliciones que plantean disyuntivas tan complejas que ni siquiera se acaban al elegir entre Puig y Oltra. Pues si te decides por mi estimada Mónica, después has de abordar el matiz de si vas a ser de Mónica-Mónica; o de Morera; o de Montiel. Si vas a ser de Morera, afina entre Nomdedeu o Fran Ferri. Y si apostaste por Montiel habrás de discriminar antes de encontrar definitivo acomodo, entre Montiel y su “casta dirigente de alegres profesores” o los auténticos guardianes del espíritu del círculo que resisten escondidos por las montañas de la ciudad de Valencia.

En este frenético decidir al que parece abocado el humano moderno, empiezo a plantearme con seriedad que no hay nada más revolucionario que la indecisión militante. Tal vez, la negativa contumaz a tomar partido sea la más eficaz de las acciones contra un sistema que alimenta tertulias, estadios, urnas y trincheras con la falsa necesidad de alinearse con un bando.

Creo que me voy a comprar un saco de palomitas estas elecciones y me sentaré con mi amiga Salut a ver como este país, que aunque lo leo en mi DNI todavía no tengo decidido que vaya a ser para siempre el mío, se hunde en el caos, el independentismo y el desgobierno. Estoy casi seguro de que ha llegado el día de tomarme un merecido descanso como ciudadano militante y relajar mis otrora tensados maxilares mientras hago apuestas silenciosas sobre quién dará el primer manotazo a las gafas de quién.

Tal vez así, si por un momento dejo de ocuparme de tanto “gran dilema” por fin encuentre tiempo para las otras dudas que aun no he resuelto: las dudas sobre quién genera tanta pobreza, quién alimenta tanto fanatismo, cómo y quién atenderá mi salud o la educación de mis hijos. Esas dudas que alguien parece querer olvidadas en la otra puerta de mi nevera: la del congelador.

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