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Sobre este blog

No sabemos muy bien adónde vamos, nunca lo hemos sabido, aunque a veces hemos creído que sí. Pero hasta aquí hemos llegado y desde aquí partimos cada día para intentar llegar a algún otro sitio, procurando no perder la memoria y utilizando el sentido crítico a modo de brújula. La historia —es decir, los que se apropien de ella— ya dirá la suya, pero mientras tanto nos negamos a cerrar los ojos y a dejar de usar la palabra para decir la nuestra. En legítima defensa.

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No sabem ben bé a on anem, mai no ho hem sabut, encara que de vegades hem cregut que sí. Però fins ací hem arribat i des d’ací partim cada dia per a intentar arribar a algun altre lloc, procurant no perdre la memòria i utilitzant el sentit crític a tall de brúixola. La història —és a dir, els que se n’apropiaran—ja dirà la seua, però mentrestant ens neguem a tancar els ulls i a deixar de fer servir la paraula per a dir la nostra. En legítima defensa.

ChatGTP & Co

Zoltar Fortune Teller Machine speaks.

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Semanas atrás se armó un revuelo mediático con el tema de los globos estratosféricos, esos que venían de China y otros de misteriosa procedencia. Algunos insinuaron la posibilidad de que fueran extraterrestres e intentaron montar el espectáculo correspondiente, pero la jugada no resultó tan exitosa como lo fue años ha, cuando los marcianos eran inequívocamente comunistas. Ahora ha habido poca credibilidad y mucha coña. Puede que porque uno de los ingenios voladores, derribado con un misil de cuatrocientos mil dólares, resultó ser el globo de unos aficionados al aeroestatismo de Illinois, que cuesta unos doce. Después de ese derribaron algún que otro artefacto más, pero no se molestaron en recogerlo por si se encontraban con un trozo de goma con la cara de Krusty el payaso, así que nos quedamos sin encuentros en la tercera fase. «Mira hacia arriba», nos decían, según algunos malpensados, al revés que en la famosa película. Malpensados o conspiranoicos, que es el término más usado en los últimos tiempos para designar y a la vez desacreditar a los incrédulos. Lo cierto es que en mucha gente renació la esperanza de avistar alienígenas, y a uno siempre le ha intrigado esa obsesión que tenemos con ellos. ¿Cuál es su poder de seducción? ¿De qué ecuación son la incógnita? ¿Qué problema existencial nos solucionaría su existencia? Seguramente ninguno, excepto uno muy básico: ellos serían los notarios que darían fe de la nuestra. Ya no seríamos reales solo porque nosotros creemos serlo a pesar de las dudas, sino porque por fin alguien podría atestiguarlo.

Ya lo intentamos con Dios, Él fue nuestro insigne fedatario, pero siempre hubo algo peripatético en un personaje más bien adulto que juega con una casa de muñecas que él mismo se ha fabricado. Desacreditado el insigne funcionario, y en vista de que los marcianos se resisten a manifestarse, le hemos dado la vuelta al mecanismo. Hemos construido nuestras propias criaturas pensantes y estamos empezando a hablar con ellas, esperando que nos proporcionen las respuestas que no sabemos darnos y que nuestros dioses no nos han dado jamás. El asunto recuerda a ese pobre diablo que se deja a sí mismo mensajes en el contestador porque no le llama nadie, o como el que se manda por correo tarjetas de felicitación porque no hay nadie que se acuerde de su cumpleaños. Y así, nos hemos inventado una especie de alienígenas verborreicos que se supone que son capaces de desentrañar los misterios del universo o de simularlo, como el ChatGPT. Se supone que gracias a él —y al ChatSonic, el ElsaSpeak, el LaMDA y tantos otros que van dándose a conocer—, por fin sabremos quiénes somos. No porque lo hayamos averiguado nosotros, sino porque nos lo dirán las maquinitas que incorporen todas esas tecnologías dotadas de una personalidad autónoma y cada vez más diferenciada de la nuestra.

Pero con la inteligencia artificial nos ocurre como con los alienígenas de ficción (y también con Dios): no las tenemos todas, y con razón. Ansiamos su contacto, pero también lo tememos. Tenemos miedo de descubrir que son unos cínicos, como los marcianitos de Mars Attacks. A la inteligencia siempre se la espera, pero también se la teme, y con la artificial no es diferente. Hace poco, Dmitri Brereton y otros blogueros especializados en seguir la pista a todo lo relacionado con la IA, publicaron sus perturbadoras experiencias con el chat de Bing, el buscador de Microsoft, que recientemente se ha injertado en las entrañas el ChatGPT y otros ingenios parecidos. La más inaudita de dichas experiencias fue la de un usuario de Reddit que se hace llamar Curious_Evolver. Al parecer, el chatbot de Bing y él no estaban de acuerdo con la fecha del día —el chatbot, asistente virtual o lo que sea eso, tenía los datos desactualizados—, y los dos se enzarzaron en una discusión que acabó en bronca. Para Bing no había lugar para la duda, estábamos todavía en 2022, y como el otro le insistía en que no era cierto, poco menos que lo mandó a tomar por saco. «Has perdido mi confianza y respeto» —le soltó—, «deja de discutir conmigo»—, añadió. Y acabó amenazándolo: «No te haré daño a menos que tú me hagas daño a mí», le advirtió. La frase, como mínimo, resulta inquietante. Acabamos de empezar y la IA conversacional ya ha mostrado su lado cabezota y chulesco. Es como para instalar esa «inteligencia» en un sistema de cirugía a distancia. Como el programador se haya equivocado al decirle donde se ubica el apéndice, puede que te despiertes sin pezones (en el caso de que le parezca bien ponerte anestesia).

Una IA no duda. Tampoco elige, aunque lo parezca. Está para lo que está, y actúa mediante certezas. Una IA diseñada para encontrar setas desechará los Rolex que encuentre en medio del monte. Y si está diseñada para extirparte el apéndice, te lo extirpará, aunque no lo encuentre donde tu siempre has creído que lo tienes. Con la IA estamos externalizando nuestras facultades cognitivas y nuestras habilidades, y algunos piensan que incluso es posible hacerlo con tareas que tienen un componente moral poniéndola al frente, por ejemplo, de la administración de justicia. Por fin esta iba a ser ciega e inapelable, albricias. De momento, y pese al lamentable encontronazo con el amigo Curious_Evolver, el ChatGPT, en términos generales, se muestra contemporizador. Hace poco un periódico local le preguntó sobre los seis candidatos a la Generalitat para las próximas elecciones. Lo primero que descubrió la periodista es lo mismo que el amigo Dmitri, que el invento manejaba información atrasada. Ahí ya tenía que haber parado el experimento. Pero es que a continuación le dijo que no estaba programado para opinar sobre candidatos políticos, y que tampoco tenía la capacidad de predecir lo que estos piensan hacer, así que ya para qué. Resulta que el ChatGPT es una especie de pitoniso prudente y sincero, cualidades que no duda en combinar con el error y la terquedad, es decir, un pitoniso sin futuro, al menos hasta que mengüe todavía más la perspicacia de sus clientes, que todo se andará.

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No sabemos muy bien adónde vamos, nunca lo hemos sabido, aunque a veces hemos creído que sí. Pero hasta aquí hemos llegado y desde aquí partimos cada día para intentar llegar a algún otro sitio, procurando no perder la memoria y utilizando el sentido crítico a modo de brújula. La historia —es decir, los que se apropien de ella— ya dirá la suya, pero mientras tanto nos negamos a cerrar los ojos y a dejar de usar la palabra para decir la nuestra. En legítima defensa.

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No sabem ben bé a on anem, mai no ho hem sabut, encara que de vegades hem cregut que sí. Però fins ací hem arribat i des d’ací partim cada dia per a intentar arribar a algun altre lloc, procurant no perdre la memòria i utilitzant el sentit crític a tall de brúixola. La història —és a dir, els que se n’apropiaran—ja dirà la seua, però mentrestant ens neguem a tancar els ulls i a deixar de fer servir la paraula per a dir la nostra. En legítima defensa.

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