La homeopatía, Dios y el cambio de voto: pásale este artículo a quien quiera convencer a los votantes del PP
Como en cada convocatoria electoral, proliferan los artículos en los que se apela al votante del Partido Popular para que cambie de voto, pero en los cuales se le acaba tildando poco menos que de imbécil. “Que sí, gilipollas, que no sabes votar y todo lo malo es culpa tuya. Las pelas que cuenta Rus, los trajes de Camps, la privatización de la sanidad. Pero como somos benevolentes, te diremos a quién debes votar, no sea que otra vez hagas lo que te dé la gana y nos jodas al resto.”
No debe pues extrañar por qué este alud de artículos, que sus autores piensan escritos con argumentos irrefutables, no triunfan más que entre los que ya están convencidos. Lo sorprendente es que no consigan el efecto contrario.
Cuando era un niño, trataba de demostrarle a mi abuela la inexistencia de Dios, o al menos que no hacía falta ningún ser supremo para explicar el mundo. Mi abuela, que era creyente (pero en absoluto beata) además de inteligente y curiosa, me escuchaba, me rebatía y nunca llegábamos a un acuerdo. A mí me divertían aquellos ratos, aunque en parte –para qué negarlo- me indignaba que una persona tan querida estuviese, a mi parecer, tan radicalmente equivocada.
Tengo distintos conocidos y amigos que utilizan la pseudomedicina, es decir: terapias que nunca han demostrado tener eficacia probada científicamente. “A mí me funciona”, me dicen, y aunque está meridianamente claro que eso carece de cualquier tipo de validez médica y científica, se agarran a la experiencia personal como un clavo ardiendo para justificar su elección. Y aún con todos los datos experimentales e informes de mi parte, no he conseguido que se replanteen el uso de terapias que ahora, con afecciones leves (insomnio, dolor de cabeza, estrés), pueden parecer efectivas (gracias al efecto placebo y regresión a la media), pero que quizás algún día pongan en peligro su vida si renuncian a la medicina en su favor. Más o menos como le pasa al protagonista de “Art”, de Yasmina Reza, que es incapaz de entender cómo su mejor amigo se gasta una fortuna en un cuadro en blanco, una estafa a todas luces según piensa él: siempre me doy contra un muro.
Lo que me enseñaron las discusiones religiosas con mi abuela y las cervezas (no homeopáticas, afortunadamente) con mis amigas es que cambiarle los parámetros vitales a la gente es jodido. No me refiero a que sea complicado, que también: quiero decir que implica joderles. ¿Os molesta cuando os demuestran que estabais equivocados con el potencial de un jugador de fútbol, con el tornillo que había que utilizar para una reparación en un mueble o con la cantidad de sal que había que ponerle a las lentejas? Pues imaginad si os ponen del revés vuestra vida, si os dicen que no, que esas “energías” que te curaban en realidad no existen, que esa fuerza superior que velaba por ti y los tuyos está sólo en tu cabeza. Mi abuela hubiese sido muy infeliz si yo, en sus últimos años de vida, le hubiese conseguido convencer de que Dios no existe y somos tan sólo carne que se pudrirá entre tierra y madera. Mis amigas recibirán un golpe muy duro el día que descubran que las han estado estafando, que se han gastado el dinero en magia y gominolas, aunque por su bien espero que ese día llegue.
Responsabilizando a los votantes del PP de la corrupción, de la crisis y del desmantelamiento del Estado del Bienestar sólo generamos rechazo, más aún si lo hacemos desde una muy discutible superioridad moral y con un tono entre agresivo y condescendiente. ¿Quién no ha persistido en un error aún intuyendo que lo era, sólo por el mero hecho de reafirmarse ante las críticas de los demás?
Quienes votaron al PP en las elecciones pasadas lo hicieron según sus preferencias y su ideología. A veces, cuando nos regodeamos en el discurso del 99%, del “Arriba y Abajo” (como si esto fuese Barrio Sésamo), nos olvidamos que también hay gente que es de derechas. Que antepone, de forma legítima, una determinada concepción del mundo, del Estado y de la gobernanza pública a asuntos de corrupción o comportamientos poco ejemplares. “¡Pero si votar a la izquierda es lo que más les conviene! ¡Habrá cosa más idiota que un obrero votando a la derecha!”, decimos, cuando en realidad queremos que voten a quienes concuerdan con las preferencias que previamente nosotros hemos escogido para ellos.
A quienes hay que apelar es a los engañados por el PP, porque está claro (y probado) que sí, que una parte del voto popular se benefició de la corrupción y el saqueo sistemático de las arcas públicas. Hay que insistir a quienes los populares vendieron un país ejemplar, próspero y estable, pero que se han encontrado con precariedad, paro, corrupción, inestabilidad y, sobre todo, inacción. Porque nadie habla de lo poco, poquísimo que ha hecho el PP. En el País Valenciano han recortado servicios públicos, han recuperado conflictos identitarios a la desesperada, han legislado con humo y pompas de jabón, exhibiendo una parálisis patológica que nos condena al subempleo, la emigración y la desigualdad.
Si queremos convencer a los que votaron PP y ahora no saben qué hacer, la clave es apostar por dibujar un futuro compartido, ser realistas y empáticos, entender que muchos tomaron una decisión racional, meditada y válida según un abanico de ofertas. Que el problema no es escoger ensalada en vez de un filete de pescado, sino descubrir, cuando el plato llega a la mesa, que la lechuga está llena de gusanos y la manzana podrida. Si seguimos con el “vótanos, que tu no sabes, imbécil”, nos igualamos a Rita Barberá cuando, por todo argumento, dice que si no está ella sólo habrá caos y destrucción. ¿Somos como ellos?
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