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Contra la indiferencia: análisis del primer año del Botànic en Medio Ambiente

Elena Cebrián, consellera de Agricultura y Medio Ambiente.

Andreu Escrivà

El nuevo Consell cumple un año y, como era previsible, se han escrito decenas de análisis en la prensa para valorarlo. Algunos son una mera recapitulación de datos, y otros se mueven en el terreno estricto de las opiniones y prejuicios. Uno de los mejores, a mi parecer, es el que escribieron al alimón Joan Romero y Adolf Beltrán en este medio digital, consultando a especialistas en distintas áreas y resaltando tanto la situación actual como el camino que debía transitarse. No obstante, y para mi mayúscula sorpresa –ambos no sólo están sensibilizados con el mundo ambiental, sino que lo conocen y han publicado otras veces sobre ello-, había un vacío humeante donde debía haber estado el juicio sobre las acciones de la Conselleria d’Agricultura i Medi Ambient. Tampoco se consultaba a ningún especialista en la materia (si acaso Josep Sorribles, quien daba algún pincelazo sobre la dimensión múltiple de la cuestión territorial).

La ausencia en el reportaje de Romero y Beltrán no es, sin embargo, un olvido que debamos achacar a eldiariocv ni a sus autores, porque lo que hace es reflejar una realidad que, nos guste o no, es palmaria: no se habla de medio ambiente. Recuerdo una pieza –muy extensa- en otro medio valenciano, a los seis meses de tomar posesión el nuevo gobierno: en un repaso pormenorizado a todos los departamentos y consellers, no había ni una sola mención a Elena Cebrián. Ni una. Ahora imagínense un estudio a las virtudes y flaquezas del once inicial de España en la final de una Eurocopa, y que, por algún extraño motivo, nadie menciona al delantero, o al portero, o al lateral izquierdo. Mosqueante, ¿verdad?

Quizás este silencio es lo que mejor define el primer año de gestión ambiental del nuevo gobierno, un periodo en el que se han hecho más cosas de las que parece, pero que no se han sabido transmitir, o esa es la sensación que tenemos muchos. También ha sido un año algo convulso, porque cabe recordar que en la conselleria de Cebrián se produjo la primera destitución del Consell (María Diago, Directora General de Cambio Climático y Calidad Ambiental, a quien sustituyó Joan Piquer), y que acaba de anunciar su marcha uno de los engranajes clave de la maquinaria verde, el biólogo e histórico ecologista Carles Arnal, que ejercía el papel de asesor de Elena Cebrián.

El caso, de cualquier forma, es que no ha sido hasta hace poco que la consellería ha empezado a dar muestras claras de hacia dónde quiere dirigirse. Quizás porque trabaja en temas espinosos con mucha resistencia, quizás porque pisaban un terreno ruinoso y lleno de escombros tras la demolición de lo púbico por parte del Partido Popular. Y todo ello en el contexto de los recortes presupuestarios y la infrafinanciación crónica de la administración valenciana, la clave para revertir la situación. Sin fondos no hay buena gestión que valga. Y sin presencia pública y reivindicación constante de la acción de gobierno, complicado hacerse con un trozo más grande del pastel.

En mayo pasado la consellera ofreció un par de conferencias en las que detalló su programa de gobierno, algo positivo, pero que hubiese sido deseable escuchar en mayo de 2015. ¿Por qué se ha tardado un año?

En materia de cambio climático, especificó, se colabora intensamente con la conselleria de Economía Sostenible, con el fin de dar un papel preponderante a la energía, “olvidada hasta ahora” (y de paso, esperemos, darle contenido al apellido del departamento de Climent). Asimismo, se comprometió a la elaboración de una Ley de Cambio Climático en esta legislatura, lo que no puede ocultar que, tras un año y un aumento del 12,5% de emisiones de gases de efecto invernadero en el País Valenciano, no se ha tomado ninguna medida concreta para disminuirlas. No hay tiempo que perder, y la impresión generalizada es que nos lo estamos tomando con mucha calma. En relación a los efectos previstos del calentamiento global, la prioridad del departamento que dirige es “reducir el número de incendios” mediante la prevención, en la que tendrán un papel importante los mosaicos agrícolas, y la rápida detección.

El problema es que en este asunto, la gestión de los montes, se ha abierto la caja de los truenos. Quienes se habían encargado tradicionalmente de ello (ingenieros) han visto cómo se sustituye su cosmovisión forestal (limpieza de combustible, silvicultura preventiva) por una más próxima a la ecología del bosque (interconexión, protección, mantenimiento de los servicios ecosistémicos). Y tras los primeros incendios graves de la temporada (Bolbaite y Carcaixent), el debate ha saltado a la esfera pública. La virulencia de los ataques, que se extienden más allá de la cuestión técnica a ámbitos ideológicos y políticos, era en cierta medida previsible: las inercias eran –son- enormes, y si se quiere cambiar la visión y gestión de nuestros montes –algo complicadísimo, pero necesario, dado su estado actual- hará falta mucho diálogo. El cruce de acusaciones –mucho más enconado por parte de quienes han sido desplazados- puede y debe reconducirse hacia el diálogo, el consenso y la búsqueda conjunta de soluciones, dado que los ingenieros forestales tienen muchísimo que aportar, y no sería nada deseable obviar su experiencia y conocimiento. Una herramienta básica es el PATFOR (Plan Forestal), aprobado en 2013 pero en actual revisión, para adaptarlo a los nuevos criterios; sin embargo, urge tender puentes antes de que se rompan del todo.

Un aspecto que vende mucho el departamento de Cebrián es el del fin de “la guerra del agua”, pero se asemeja más a certificar la defunción de una momia egipcia que a una ecografía que nos muestra el futuro: ni siquiera el PP se atrevía ya a sacar a pasear el trasvase del Ebro más que en la intimidad. No creo que la consellera –que ha repetido mucho este mensaje- deba incidir más en esa vía: ya no da más de sí. Se acabó (afortunadamente).

En el ámbito de los residuos, uno de los que más quebraderos de cabeza está provocando a los responsables de la conselleria, se ha defendido reiteradamente la separación en origen, con el fin de poder producir compost de calidad y minimizar la fracción que se envía a vertedero, actualmente más de la mitad de los deshechos producidos. No se promoverán ni grandes vertederos ni grandes incineradoras, pero sin dar más detalles sobre el futuro de las instalaciones de menor tamaño. Sin embargo, nos volvemos a encontrar con resistencias importantes por lo que respecta al retorno de envases (SDDR), un sistema que se aplica en otros países (como Alemania) y que se pretende implantar en breve. Ecoembes y Ecovidrio, las dos empresas que monopolizan el reciclaje, se encuentran en una guerra abierta con el Consell, quien tampoco piensa ceder en la implantación del SDDR. Y mientras, los vertederos siguen su camino hacia el llenado. Meter la basura debajo de la alfombra no es una solución viable en el s. XXI, y no hay tiempo que perder en abandonarla.

Hay muchos más temas, claro está. Desde la cuestión de los espacios naturales (algunos de los cuales llevan más de un año sin director) hasta las especies invasoras, pasando por la enorme problemática de la desertificación o la integración real de la educación ambiental. Pero hay uno que destaca: VAERSA. Desde la entrada del nuevo gobierno se han sucedido de nuevo las situaciones complicadas en la empresa pública, el “brazo armado” de la gestión ambiental de la conselleria. Utilizada en otros tiempos para relajar la contratación de ciertos servicios y personas (lo que no quiere decir que no haya gente enormemente válida y trabajadora en su seno), ha devenido en un problema crónico. Desde los retrasos en las encomiendas (de plagas, por ejemplo), hasta el cuestionamiento del cuerpo directivo por parte de algunos sindicatos, pasando por las denuncias de despidos escalonados para evitar el que sería el tercer ERE en pocos años. Pero lo más grave es la misma esencia de la empresa: una incógnita. La pregunta del millón es si el Consell está cómodo con esta empresa pública, o si entiende que –como ha dictaminado la justicia en otras ocasiones- realiza un trabajo que correspondería a funcionarios, y por lo tanto debe encaminar sus pasos hacia la disolución. Una patata caliente de difícil solución inmediata, pero de la que al menos deberíamos saber si pretendemos explotarla y recomenzar, o pasarla de mano en mano hasta que tengamos que ir al hospital por las quemaduras.

Y sí: me he “olvidado” de la agricultura, por dos motivos. El primero, que es un mundo que me apasiona, pero sobre el que creo que hay gente mucho más cualificada que yo para hablar. El segundo, que el análisis de Beltrán y Romero se desgajaba en áreas temáticas, y agricultura me parece lo suficientemente importante como para ser abordada de forma autónoma, de la misma forma que, si de mi dependiese, tendría una Conselleria propia. ¿Quizás con la entrada de Podemos en el gobierno? Quién sabe. El año que viene, en el ecuador de la legislatura, veremos cuántas líneas de este texto habría que tachar. Esperemos que todas.

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