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La semilla de Andrea

Josep Moreno

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Un 20 de julio del año 2012 publicaba un servidor en el diario El País una columna titulada “Sincera Andrea”. Un alegato en favor de las virtudes políticas de la descendiente de Carlos  Fabra que disfrutaba, con el legítimo derecho que solo asiste a una hija, del escaño que su papá no podía ocupar en Madrid por los presuntos motivos que, menos el visionario Rajoy a quien Fabra siempre le pareció un ciudadano ejemplar, todo el planeta parecía conocer.

Reivindiqué entonces el histórico gesto de mi Andreíta, quien en un alarde de sinceridad poco común entre los miembros de aquel hemiciclo, expresó sin filtro ni tapujos su sincera opinión respecto de las políticas públicas dedicadas a atender a los parados y paradas de este país  y cual debería ser el único objetivo de estas: “que se jodan”. Eso dijo, mi sincera Andrea.

Ha tenido que pasar un lustro, para que aquel legado de honestidad brutal que con tanto valor construyó Andreíta encontrara acomodo en la voz robusta de otra diputada de su misma tierra y circunscripción:“Nadie de Cuenca me va a imponer en que lengua hablar”. Ahí estaba otra vez. De nuevo podía sentir el refrescante, estremecedor y sincero espíritu de mi añorada Andrea. Con estas palabras, la diputada popular Beatriz Gascó, no solo ponía en su sitio, que por lo visto es Cuenca, a la diputada de Podemos Sandra Mínguez. Con estas palabras, la diputada Gascó ponía en su boca lo que la inmensa mayoría de sus compañeros de bancada siempre han sabido y nunca se han atrevido a denunciar: Que nos gobiernan y legislan una tropa de izquierdistas resentidos por su triste suerte; piojosos sin alcurnia conocida ni fortuna que justifique su posición y rango. Y esto no es lo más grave. Lo peor es que muchos de ellos no son más que desarrapados inmigrantes o hijos e hijas de mujeres sin patria, que no contentos con plantarse en nuestra tierra para robarnos riquezas y trabajos, ahora incluso se atreven a legislar sobre nuestras costumbres y derechos. Me enferma solo pensarlo.

Así que, animado por la valiente denuncia de la desacomplejada diputada, hoy me he puesto mi traje blanco de investigar y he dirigido mis pasos hacia las Cortes Valencianas para, en la medida de lo posible, contribuir a desenmascarar esta trama de extranjeros  que embozados tras el cuero de sus escaños conspiran para destruirnos obligándonos a hablar en valenciano.

Tres horas de interrogatorios, árduas pesquisas y un par de sobornos más tarde he podido concluir que la situación es mucho peor de lo que la diputada popular supone. No solo está la tal Mínguez. Por lo visto la trama viene de lejos. Al parecer, esta organización, sin duda criminal, ya consiguió colarle al mismísimo Partido Popular un presidente murciano nacido en Cartagena al que sucedió, por designación claro, un segundo nacido en Motilla del Palancar. ¡Que vergüenza! Menos mal que el PP valenciano enderezó el rumbo, supongo que alguien descubriría el pastel, y los dos siguientes presidentes, por suerte, ya fueron un Camps y un Fabra que son dos apellidos de familias valencianas de toda la vida lo que sin duda es una garantía de decencia y dignidad.

Si damos por bueno el criterio de la diputada Gascó cuando parece afirmar que uno es de donde nace y no de donde vive, el escándalo es de una envergadura mayúscula. Y es que, por lo que he podido averiguar en solo unas horas,  entre los 99 diputados de las Cortes Valencianas se esconden, además de la pérfida manchega Mínguez, otra compatriota suya de su misma secta, dos andaluces, dos catalanes, un cántabro, un canario, dos argentinos, una marroquí, una alemana (que con lo dominanta que es me apuesto lo que quieran a que es la tal Oltra) y un ciudadano Suizo. Este último es el que más me preocupa porque… qué malo debe ser lo que ha hecho este hombre para tener que huir de un lugar tan bonito como Zúrich para esconderse entre nosotros.

A la diputada Gascó, en lugar de criticarla y acusarla de aquello que, lejos de esconder, exhibe con orgullo, deberían protegerla, ensalzar su honradez, su sinceridad y su coraje. Gracias a diputadas como Andrea Fabra y Beatriz Gascó  todavía nos queda una brizna de esperanza a aquellos que creen que no hay parado suficientemente jodido ni migrante digno de emparentar con nuestra prole.

Ayer fue un día grande para la memoria de Andrea. Quienes creyeron que apartándola de la primera línea acabarían con su espíritu se han equivocado, porque en el vigoroso y racial verbo de Beatriz se reconoce con nitidez la ideología auténtica, como la añorada Falange, de aquella semilla que un día plantó Andrea. Benditas seáis.

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