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Entrevista
Filósofo y periodista

Josep Ramoneda: “El fin de la fantasía del neoliberalismo económico produce un crecimiento espectacular de las vías autoritarias”

Josep Ramoneda, periodista, filósofo y escritor, coordina el Festival de les Humanitats de Denia.

Laura Martínez

26 de octubre de 2022 22:34 h

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“Los que tenemos la costumbre de hablar, pensar y escribir lo único que podemos hacer es provocar que se oigan muchas voces, compartir la experiencia humana, que a veces explica la realidad mejor que un montón de teorías”. El filósofo, periodista y escritor Josep Ramoneda (Cervera, 1949) considera que la reflexión desde las humanidades es crucial para afrontar los problemas contemporáneos.

Sobre la necesidad de crear espacios de pensamiento colectivo, el director de la revista de pensamiento La maleta de Portbou reúne en Dénia a un panel de expertos en ciencia, tecnología, salud, geopolítica, economía, escritura y arte para abordar las inquietudes humanas en su sentido más amplio, atravesadas por los conflictos presentes, que nos hacen sentir “atrapados en un presente continuo”. Durante tres días, el Festival d'Humanitats que coordina el filósofo con el apoyo del Ayuntamiento de Dénia y la Generalitat Valenciana, plantea unas jornadas en las que debatir sobre la relación humana con la naturaleza, la crisis del modelo patriarcal, el futuro de la salud y las derivas autoritarias. En vísperas del festival, Ramoneda conversa con elDiario.es sobre este propósito.

¿El título arroja una pista, pero qué se pretende con este festival?

En un momento en el que el peso de la tecnología es muy poderoso, en el que estamos siendo superados por sistemas de comunicación y de expresión que de alguna manera van más allá de nosotros, y en un momento en el que estamos rodeados de una sensación de cambio, de final de época, una reflexión que venga desde las humanidades como genuino discurso de la experiencia humana nos parece interesante. Y sobre todo nos parece interesante razonar juntos. Pretendemos sentar en diversas mesas a científicos, filósofos, artistas y escritores para debatir las grandes cuestiones que transmiten la sensación de que estamos en un mundo que no sabe bien en qué dirección va, atrapado en un presente continuo.

En la primera mesa, titulada 'La inmensidad del alma humana', se plantea la idea de que hemos elegido un paraíso privado donde nos sentaremos solos con la serpiente como única compañía. ¿A qué se refiere con esta metáfora?

Creo que lo que tenemos que hacer es conectarnos los unos con los otros, establecer cierta capacidad de reflexión compartida que nos abra perspectivas, que nos abra campos como humanidad en un momento en el que el mundo es más pequeño, se va más rápido de un lado a otro, se pasan las comunicaciones más rápido, pero tenemos más conciencia que nunca de que no estamos constituidos como humanidad.

¿Estamos aislados?

Aislados o no, hay cierta sensación de desasosiego. Venimos de unas generaciones que vivimos alimentadas por la idea de progreso, después de la guerra civil española y la segunda guerra mundial. Hay una especie de caída de las expectativas de futuro doblada de un progreso que a veces parece incontrolado de las grandes tecnologías.

¿Y en las democracias liberales, qué efectos puede tener ese desasosiego?

Hay un problema de fondo, que es de lo que estamos hablando: el paso del capitalismo industrial al capitalismo financiero global. Esto plantea problemas muy serios. La democracia liberal fue una cosa que funcionó en un punto relativamente inesperado: la conjunción del capitalismo industrial y el Estado-nación. Ahora el capitalismo industrial no existe; el Estado-nación no se sabe muy bien. ¿Y la democracia? ¿Sigue teniendo juego? O todas estas señales que anuncian desde distintas posiciones, desde distintas perspectivas, desde Putin a la extrema derecha europea, una especie de evolución hacia el autoritarismo postdemocrático.... ¿Son una amenaza real? ¿Somos conscientes de ello? ¿Estamos viviendo unas situaciones parecidas a los años 30? Son cuestiones que están sobre la mesa, como algunas que nos plantea la ciencia, que a veces las humanidades rehúyen por una dificultad de hacerlas suyas. Son temas sobre los que hay que hablar, razonar colectivamente.

Y después, hay dos cuestiones estructurales que están en cuestión y que hay que afrontar. Una es un mundo construido sobre estructuras patriarcales que ya no se sostiene más, pero ¿cómo se revierte? ¿Cómo se llega a un mundo con patrones más equilibrados? La segunda es qué hacemos con una naturaleza que se nos está yendo de las manos, con un mundo que amenaza cada día con ser más inhabitable. Hay que hablar de ello porque el negacionismo no sirve para nada.

En otros momentos históricos, incluso en otros continentes, las crisis, el malestar, han llevado a cambios sociales, a revoluciones...

Por supuesto. No vamos a descubrir ahora que la humanidad tiene momentos malos, es un ciclo constante.

Pero parece que esto nos lleva ahora a un bloqueo.

Es una sensación que debemos superar, ir más allá. Por eso hay que plantearse las cuestiones. Sentar a gente razonable capaz de hacer aportaciones importantes. Desde el hombre biónico hasta la cuestión de la inmigración, pasando por la atención a la naturaleza y las estructuras patriarcales, están en el guion del festival. Seguiremos intentando avanzar sobre un territorio que hay que pensar. Sobre todo creo que es importante aportar perspectivas distintas.

Entre los temas del programa están las fronteras, el binomio salud-enfermedad, feminismo-modelo patriarcal o la relación del ser humano con el planeta. Dibuja una agenda clara de prioridades, de retos a largo plazo. ¿Pero, a corto, eso se corresponde con la agenda institucional?

Esto no es un encuentro político, es un encuentro para reflexionar y para hacer que personas distintas puedan hablar y entenderse. No vamos a cambiar el mundo, vamos a hablar, a pensar, a dar puntos de vista y ver si así vamos contribuyendo a crear espacios de comunicación que permitan generar conciencia de los problemas que tenemos por delante.

Desde el punto de vista de la conciencia, da la sensación que tomar medidas es lento, que se topa con otras cuestiones urgentes, como la pandemia.

Este es el problema. La política tiene dificultad para actuar porque hay intereses en juego, intereses conflictivos o intereses representados en poca gente con mucho poder, que hacen difícil encaminar las cosas de un modo racional y razonable. Vivimos en una cultura que ha convertido el éxito y el dinero en un horizonte posible y esto puede llevar a callejones sin salida, como en el que estamos en estos momentos, con tanto comportamiento nihilista, guiado por la pérdida de límites. Es lo que vemos en representantes como Putin o en el poder económico global, y algo esencial a la condición humana son los límites, nunca se puede perder la idea de límites.

Parece que lo urgente empaña constantemente lo importante, en ese presente continuo que comentaba. En ese contexto, ¿Cómo se puede razonar, si no hay un tiempo ni un espacio?

Es lo que intentamos crear: pequeños espacios en los que la reflexión sea posible. Que poco a poco vayan atrayendo a la ciudadanía y vayan generando cierto espíritu crítico, un estado de opinión para afrontar las cosas.

Con la pandemia se planteó que podría darse un cambio social, aunque usted se mostraba escéptico ante esta idea, y también que esta crisis impugnaba el modelo neoliberal. Sin embargo, en algunas partes de Europa, en Italia, en Reino Unido... no lo parece.

La pandemia fue un aviso importante que nos debería hacer tomar conciencia de nuestras limitaciones. En un mundo que creíamos cargado de potencia química, física, hemos tenido que hacer algo tan primitivo como encerrar a la gente en casa. Esto ha sido un shock, una lección de humildad para la humanidad. Es verdad que vivimos en un momento acelerado, en la que las cosas pasan tan deprisa que es difícil que las lecciones cuajen. Por eso planteamos debates de este tipo, para no dejar pasar las cosas, intentar aprender de las experiencias que vivimos. Lo que ocurre es que esto ha coincidido con la pandemia y con una ruptura que supuso la crisis de 2008, con el fin de la fantasía del neoliberalismo económico, que está produciendo un crecimiento espectacular de las vías autoritarias en muchos lugares.

¿Las democracias europeas están preparadas para afrontarlo? Porque por esas grietas se están colando neofascistas en los gobiernos.

Tendrán que demostrar que sí. O si se van plegando, como a veces dan cierto miedo, con políticas de apaciguamiento que se parecen a las de los años 30. Me sorprende que Macron vaya tan deprisa a saludar a Meloni. ¿Qué hacemos con esto? ¿Es una especie de Chamberlain? Hay que ir con cuidado con estas cosas. Hay sectores a los que no se les pueden hacer concesiones, hay que combatirlos. en este momento todas las derechas europeas se están adaptando muy fácilmente a la radicalización. Y no es casualidad que expresen cierta complicidad con Putin. Son dos formas de autoritarismo.

¿A qué cree se debe esa adaptación?

En el sistema económico y político actual hay razones para sospechar que la vía autoritaria se acabe imponiendo.

Hay otra cuestión que planea sobre los temas de las jornadas que es la seguridad-inseguridad. ¿La inseguridad es un signo de nuestro tiempo? Los muros, el miedo...

La inseguridad es un elemento estructural de la especie humana. Partimos de la condición precaria de la especie, nacemos y morimos en cien años con suerte, no es ni un microsegundo del universo. Tenemos que ser conscientes. En un momento en el que se ha creado un bienestar amplio, con parte de la ciudadanía bien acomodada, en crisis y momentos de choque como el actual se hace más fácil la tentación autoritaria. Hay gente que pensaba que nunca se encontraría del lado de los perdedores, que se siente amenazada y teme que la dejen caer. Ha ocurrido en otros momentos de la historia, son de alguna manera fases cíclicas. Ahora deberíamos intentar que esa fase se abra hacia caminos nuevos y recuperemos cierto horizonte de expectativas y de esperanza, pero para eso hay que afrontar de cara los problemas que tenemos delante.

Para romper esa espiral de vulnerabilidad hay que ser consciente de esa vulnerabilidad.

Es el punto de partida; si nos creemos dioses estamos perdidos.

Uno de los temas que se ha puesto de relieve, especialmente durante la pandemia, ha sido el aumento del malestar en los Estados de Bienestar. Los problemas de salud mental han aumentado considerablemente en el último lustro, especialmente en la población más joven. Una sociedad en la que sus jóvenes no tienen ganas de vivir, con tasas de suicidio elevadas entre los jóvenes ¿Qué futuro tiene?

Se sienten desesperados, con pocas expectativas, porque pesa sobre ellos una ideología meritocrática que excluye directamente a la población. Por eso estamos en un momento en el que se amplían las zonas de marginalidad, de pérdida de posición. Es evidente que hay un fracaso político de la izquierda y de la derecha liberal.

La meritocracia es una trampa en la que se cae constantemente.

Y es una trampa ridícula. ¿Qué quiere decir el mérito? ¿Alguien ha escogido en qué situación nacía, las oportunidades que le han caído? Es realmente ideología en el sentido más triste de la palabra: querer hacer creer una cosa que es completamente falsa.

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