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CV Opinión cintillo

“Climigrantes”: Migración y crisis climática

16 de diciembre de 2020 13:42 h

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El mundo es un lugar en el que, cada año, 20 millones de personas se convierten en refugiadas climáticas o por desastres naturales o desplazadas ambientales o eco-refugiadas o “climigrantes”. Ya ven que no hay consenso ni siquiera para denominar a las personas que migran por causas relacionadas con desastres medioambientales, ya sean huracanes, sequías, subida del nivel del mar y una larga lista que se pueden imaginar.

Usted, lector, entiendo que, como yo, no entra dentro de este enorme colectivo. Las poblaciones de países de renta baja y media-baja, tienen cuatro veces más posibilidades de verse desplazadas por desastres ocasionados por condiciones meteorológicas extremas que las de aquellos países de renta alta, como España.

Las poblaciones de los pequeños Estados insulares en desarrollo (SIDS, por sus siglas en inglés) tienen, en general, 150 veces más posibilidades de verse desplazadas debido a desastres ocasionados por condiciones meteorológicas extremas que en Europa. Algunos ejemplos de estos Estados son Vanuatu, Fiji o Cuba. Países donde están esas islas paradisíacas que aparecen por Internet en entradas como “¡Las 50 playas que no te creerás que existan!”; bueno, es posible que, en unos años, el lector escéptico tenga razón y, en efecto, no existan.

El 10% de las personas más ricas del planeta son responsables del 50% de las emisiones totales de CO2 en el planeta. Una persona que vive en España deja, de media, una huella de carbono dieciséis veces más grande que la de una persona que vive en Nigeria. Y otro dato: los países ricos emiten 44 veces más CO2 que el resto. Esto evidencia la gran desigualdad existente y que están pagando las consecuencias quienes menos responsabilidad tienen, aunque esto entra dentro de la tónica de la historia de la humanidad. Tenemos en Occidente un estilo de vida muy arraigado a hábitos que implican actividades contaminantes, y ejemplo de ello son el consumo de plástico, la ganadería intensiva o el vuelo a algún país de Europa que planeas cada verano.

Dijo Josep Borrell hace unos meses, refiriéndose a quien salía a manifestarse contra el cambio climático: “Está bien salir a manifestarse hasta que te piden contribuir a pagarlo. Me gustaría saber si los jóvenes que salen a manifestarse en Berlín son conscientes de lo que valen esas medidas y si están dispuestos a rebajar su nivel de vida para subsidiar a los mineros polacos”. Se le echaron al cuello las hordas tuiteras e incluso dentro de su partido hubo voces muy críticas. Todo ello, creo yo, porque sus palabras contenían una verdad amarga. Y es que hay verdades que nunca queremos escuchar porque, en realidad, no las queremos afrontar.

En 2018, el Banco Mundial estimó que 140 millones de personas en África subsahariana, Asia meridional y América Latina, el equivalente a tres veces la población de España, para que se hagan una idea, se verían obligadas a desplazarse dentro de las fronteras de sus países para el año 2050 si los Gobiernos no conseguían acordar medidas climáticas más ambiciosas. Según las estimaciones de Oxfam, los Gobiernos de los países de renta alta proporcionaron menos de 10.000 millones de dólares de ayuda neta para la adaptación al cambio climático en 2015-2016, muy lejos de los 100.000 millones de dólares por año que prometieron proporcionar para 2020 con el fin de ayudar a los países empobrecidos a evitar futuras emisiones y a adaptarse.

En un mundo globalizado e interconectado, muchos movimientos políticos optan por recluirse en sus fronteras y levantar muros, obviando la complejidad del mundo actual donde es necesaria la cooperación de todos y cada uno de los Estados para afrontar ciertos retos. Habrá quien crea que levantando un muro crea su propia atmósfera y su propio planeta. Esperemos que, mediante la crisis sanitaria provocada por el coronavirus, los gobernantes se den cuenta de que hay problemas a los que una frontera les da igual.

Hay que actuar contra el cambio climático, no solo pidiendo cambios a los gobiernos, sino también aplicando cambios a nuestros hábitos. Hay que evitar el desplazamiento masivo que provocan cada año los desastres naturales. Es posible que usted lo vea como algo lejano, pero puede que sus hijos e hijas tengan que entrar con botas de agua a ese apartamento en primera línea de playa que tiene en Gandía. Y también puede que, si alguna vez cogemos un avión para ir a las islas Fiji a visitar el paraíso, en vez de usar bañador y chanclas, usemos una escafandra.

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