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CV Opinión cintillo

A quien lea

A información desnuda

17 de junio de 2023 07:37 h

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“No us esparvereu, amics, si us dic

que he vist, ací mateix, a ran de premsa,

tirar al terrat d’enfront

pedres codisses i veritats com pilons“.

Lluís Alpera, València,1963. ‘Dades de la història civil d’un valencià’

No disparéis contra los columnistas. Y como en el frente, caen los periodistas cuando sus condiciones de trabajo, no sólo crematísticas, son irrespirables: Javier Pérez Royo, Enric González, Manuel Castells, Jesús Cintora, Ignacio Sánchez Cuenca. En los tiempos turbulentos, que nos corresponde vivir, una clase de periodismo, hasta ahora bastante intocable, sufre las inclemencias de un panorama confuso de vértigos y forcejeos políticos. En los medios informativos – diarios, semanarios, radios, televisiones y la red de redes y nubes que nos zarandea–, son los columnistas, colaboradores más o menos asiduos, los que aportan y enriquecen la línea editorial del periódico. Desde fuera, con el aval de su credibilidad personal.

Poliédricos

Un periódico, hecho por periodistas, no es monolítico, sino poliédrico, si quiere ser plural. El periódico se debe a sus lectores que tampoco son pétreos ni unidimensionales. Ni vienen del mismo sitio, ni van al mismo lugar, al margen de brechas intolerantes y generacionales. Un medio de comunicación muere cuando se convierte en portavoz sectario de partido, ideología o intereses intransigentes. Conviene que sean múltiples los puntos de vista para afrontar la variedad de su público. Los temas y los enfoques que tratan los columnistas han de reflejar el abanico de opciones exigido por los destinatarios de su trabajo. Los columnistas, para serlo, han de ser remunerados–única fórmula para exigir– y comprometidos en la labor insustituible de aportar luz sobre los acontecimientos que sobrevienen. Hay columnistas libres e independientes y aquellos que responden a interés de parte. Los que informan al tratar aspectos de la actualidad y los que prolongan con florituras su tarea literaria en las galeradas de un periódico. Una cosa es periodismo y otra literatura. Las dos son válidas y valiosas. Ambas distintas. El trabajo de un columnista no es caprichoso ni gratuito, sino sujeto a la obligación de cumplir su misión. Lo definió, un tipo grande, el emperador romano Marco Aurelio, hacia el 180 d.C. en los campamentos mientras luchaba contra los bárbaros. Y lo matizó: lo que debe inspirar a un hombre “ es un pensamiento justo, unas actividades consagradas al bien común, –y lo más importante– un lenguaje incapaz de engañar”.

Sin trampa

Al terminar el primer cuarto del siglo XXI, son tiempos difíciles para el periodismo sin muletas ni trampa. En sucesión encadenada de convocatorias electorales hacia una atmósfera de transformación que se repite en Europa y se solapa con el clima de giro a la derecha que se respira por el mundo. Días antes de los últimos comicios autonómicos y municipales, el presidente y editor de ‘The New York Times’, Arthur Gregg publicó, en la revista estadounidense, ‘Columbia Journalism Review’ el ensayo, ‘El valor esencial del periodismo’ sobre el estado del oficio de informar a partir de la experiencia del máximo ejecutivo de uno de los grupos para la difusión de noticias que influyen en el mundo. Abre el documento la afirmación de que el periodismo en EE.UU se enfrenta a la encrucijada de retos que amenaza a la prensa libre con mayor peligro detectado en más de un siglo. Las presiones son múltiples al desempeño del periodismo sin artimañas ni asistencias atípicas que enrarecen el ambiente, complican la subsistencia de los medios de comunicación y ponen en peligro su normalidad.

Objetividad

Los principios que esgrime Gregg en su documento de 52 páginas son: humildad, justicia imparcialidad y por supuesto, objetividad. El pilar que sostiene la tarea de quien relata la actualidad está en el valor de la independencia periodística por la que informadores y medios merecen la confianza del público. Por difíciles que sean las circunstancias y el riesgo de las consecuencias, la gente merece conocer toda la verdad. Es una batalla en la que el periodismo ve comprometida la supervivencia de su misión, ya en jaque porque la confianza del público en su papel en la sociedad está cayendo a mínimos históricos. Se da la encrucijada en la que coinciden las crecientes agresiones a periodistas, –algunas con resultado de muerte–,con claudicaciones a la presión que se ejerce para minar la resistencia de los profesionales de la información y de los medios que les proporcionan ocupación y sueldo. No se puede pedir a nadie la inmolación en su oficio, cuando, además de ser un héroe incomprendido, tiembla el suelo sobre el que asienta su futuro. Las fuerzas que dominan el panorama informativo son implacables en la persecución de sus objetivos. Se lucha por el Estado de Derecho, por el mantenimiento de gobiernos honestos, por la igualdad de derechos– dignidad humana, libertad, oportunidad– y, por la libertad de expresión. Sin ella no es posible alcanzar las demás.

Claridad

La premisa es clara: “los que pretenden cambiar el mundo, primero han de entenderlo”. Y ahí entran de pleno los medios y sus periodistas. La polarización en dos bandos irreconciliables y la desinformación sacuden los cimientos de las democracias liberales. Para defenderla a toda costa se necesitan periodistas independientes y con principios: los básicos universales y aquellos arraigados –lengua, cultura, idiosincrasia, historia, rasgos de identidad– que peligran en los territorios donde la conciencia y la voluntad de ser no se manifiestan con rotundidad. Walter Lippman, figura estelar del periodismo norteamericano, dejó escrito que: “los periodistas no han de servir a una causa por buena que sea.” Planteamiento alejado del que impera en la prensa occidental donde prevalece, salvo excepciones, la ley de la selva. Aquella donde prima el que más pueda para él, y todo y todos tienen un precio. Únicamente precisan de alguien que esté dispuesto a pagarlo.

Sin miedo

La prensa tiene una dificultad insalvable: la financiación y los recursos plurales imprescindibles para no tener que vender la independencia detrás de cada esquina. La disyuntiva se sitúa entre medios reducidos y elitistas o la colonización del magma noticiable al precio ,más o menos , de un paquete de acciones, la continuidad en el flujo publicitario o la subvención institucional enmascarada al seguimiento dócil de las consignas de gobiernos y grupos de presión. La causa de la independencia informativa y de opinión protege al periodismo de ser distorsionado por las presiones gubernamentales. Es cierto que la utilización de determinados resortes y prácticas alejadas de la ortodoxia, dan pie al aprovechamiento de estos cauces y métodos por parte de los adversarios que los harán suyos sin miramiento ni contención. La independencia en los medios de comunicación es imprescindible para que el público tenga la posibilidad de entender lo que le conviene y a interpretar cuanto ocurre a su alrededor. Es necesario no dejarse intimidar en el seguimiento de un tema: vale la pena seguir una historia sobre todo cuando se dejan sentir las amenazas en torno a las consecuencias. No podemos exigir al informador y al columnista opinante que sean héroes cada día. Mucho menos si no se les acompaña y respalda en el desempeño responsable y comprometido de su oficio. Cada artículo de opinión suscita un punto de vista personal, valioso cuando no está supeditado a consignas ni a limitaciones corporativas. La independencia no es neutralidad. El periodismo independiente no es una plataforma neutral de opinión. Para conseguirlo y mantenerlo se precisa una prensa fuerte y sostenible. Los grupos de presión empeñados en evitar la pluralidad de criterios, se esfuerzan para conseguir el control de los medios y la banalización en el ejercicio de la profesión periodística mediante el clientelismo dócil.

Los más

De la misma manera que la política tiende a asfixiar la existencia de la sociedad civil libre y plural, los grupos de presión se esmeran en tomar posiciones en el sector informativo con el único freno de conseguir la aprobación, a ser posible muy numerosa, de las audiencias y los públicos, de los que se sirven para crear estados de opinión que les resulten favorables. Los grupos de influencia necesitan divulgar sus noticias, evitar la propagación de las que les son molestas y a su vez son fuente de información, más o menos valiosa, que propagan en exclusiva en base a su control de los hechos que les atañen. El resultado electoral municipal y autonómico del 28 de mayo en el País Valenciano ha producido un impacto de cambio abrupto cuyo desenlace definitivo se confirmará con los comicios generales anticipados para el 23 de julio. Consecuencias: mayor polarización de la sociedad; incógnitas sobre servicios básicos en sanidad, educación y atención social ( el 86% del presupuesto de la Generalitat); dirigismo en la política cultural y lingüística; enrarecimiento de la convivencia ciudadana en temas sensibles y su extensión a la protesta en la calle; privatización en la gestión de servicios públicos y alejamiento en la expectativa de solucionar la financiación autonómica. Sin autonomía financiera y económica, la autonomía política no es más que una falacia. La opinión pública no existe si no se pronuncia frente al hecho informativo o contra una imposición por parte de los grupos de poder e influencia. La paz informativa se dirime entre la sumisión y la resistencia. Del pensamiento único a la emancipación rebelde.

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