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Lógicas, narrativa (y algún desencuentro) de los movimientos sociales

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La colocación en la Plaza del Ayuntamiento de Valencia de un monolito conmemorativo del décimo aniversario del 15-M, ha puesto de manifiesto las discrepancias latentes en el equipo de gobierno municipal acerca de la gestión y el contenido mismo de dicho homenaje, que no hacen sino reflejar las diferentes culturas de los partidos que lo integran (Compromís, PSOE) y su desigual consideración de los movimientos sociales.

Se trate o no de un intento de apropiación simbólica y mediática de aquel amplio movimiento transversal de protesta frente a la crisis económica, social e institucional iniciada en 2008, lo cierto es que el aniversario actualiza el debate sobre las fortalezas y debilidades del 15-M, la continuidad o fractura de su impulso inicial, la dialéctica entre movimiento y organización.

En el contexto general de dicho debate (del que los medios de comunicación y especialmente éste han dado cumplida cuenta), el episodio del monolito me sugiere una reflexión complementaria sobre la relación de y entre los movimientos sociales.

Aunque parece que el texto inicial de la placa conmemorativa habría sido modificado a última hora para incluir, además de al 15-M, referencias a “todos los movimientos y a todas las personas” que trabajan por un mundo mejor, la redacción resultante no logra evitar un tratamiento desigual entre dichos movimientos y, lo que me parece más preocupante, ignora al que representa la lucha por la dignidad de trabajo y de los trabajadores: el movimiento sindical.

Se trata de un lapsus doblemente significativo, de carácter tanto histórico como teórico. En el primer caso incurre en contradicción al definir la plaza del Ayuntamiento como “escenario reivindicativo de la ciudadanía” e ignorar que fue precisamente esa plaza el punto de encuentro de importantes manifestaciones obreras, especialmente con motivo del 1º de Mayo, desde los tiempos de la República hasta este mismo año, pasando por las convocatorias duramente reprimidas en los últimos años de la dictadura.

Más allá de este episodio concreto, lo que merece una reflexión más profunda es el análisis de las diferentes lógicas y narrativas de los movimientos sociales, de las que el adanismo de unos y la institucionalización de otros son problemas a superar y la convergencia de todos la solución a practicar.

Especialmente compleja y necesaria resulta la relación entre el movimiento sindical y los denominados nuevos movimientos sociales por cuanto, al menos en origen, operan conforme a lógicas distintas y escenarios diferentes.

El espacio de intervención del sindicalismo tradicional es el de la producción y relaciones laborales en la empresa fordista en torno al conflicto capital/trabajo, mediante la creación de organizaciones formales y sólidas, de carácter tanto defensivo como propositivo y estrategias societarias e instrumentales, que defienden derechos colectivos y articulan la propuesta con la protesta.

Por su parte, el ámbito de los movimientos sociales de la época post-fordista es el de la reproducción y la sociedad civil, en torno a demandas de tipo identitario y cultural, expresión de las nuevas subjetividades postmodernas, mediante procesos de coordinación flexible y movilización informal, así como estrategias de carácter simbólico y expresivo.

Tales diferencias contribuyeron a que en su fase inicial, desde finales de los años 60 a mediados de los 80 del pasado siglo, los denominados “nuevos” movimientos sociales (feminismo, pacifismo, ecologismo, contraculturales…) se desarrollaran al margen de, e incluso en ocasiones en conflicto con, los sindicatos a los que se tildaba de representantes de un “viejo” movimiento cuya potencialidad transformadora se consideraba agotada.

Dicha interpretación simplista, que fue asumida posteriormente por una parte del 15-M y sus epígonos, pronto evidenciaría su debilidad analítica por cuanto el movimiento sindical demostró su capacidad de renovación incorporando a su agenda las principales demandas sobre igualdad de género, sostenibilidad medioambiental, etc., evidenciando en la práctica su compatibilidad con las de carácter laboral.

Mayores dificultades enfrenta el sindicalismo para la integración de los colectivos situados en la periferia del mercado de trabajo, tales como los parados, jóvenes precarios y estudiantes que son lo que, conforme a una lógica complementaria de acción colectiva, constituyen precisamente los principales protagonistas de los “novísimos” movimientos sociales de los últimos años (15-M, antiglobalización, PAH…), en cuyas redes sociales, tanto virtuales como reales, despliegan su sociabilidad, expresan su indignación crítica y exigen soluciones a sus demandas.

Pese a que en los últimos años se registra un proceso de aproximación creciente entre el sindicalismo y los movimientos sociales, que se manifiesta tanto en su coincidencia en movilizaciones ciudadanas como en el significativo volumen de afiliaciones cruzadas, la relación sigue siendo ocasionalmente desigual, tanto por el plus de visibilidad de que gozan los nuevos y “novísimos” movimientos sociales respecto del sindicalismo (del que el monolito en cuestión constituye la última muestra), como por el reconocimiento asimétrico que se profesan.

Si bien es cierto que dichos movimientos han hecho emerger nuevas realidades y demandas sociales e impulsado un nuevo ciclo de protestas, incorporando al mismo a colectivos débilmente vinculados a la lucha sindical, sigue siendo diferente el grado de compromiso e incluso riesgo (despidos, marginación laboral…) que comporta la participación en uno u otro movimiento y, sobre todo, su capacidad real de intervención sobre el núcleo duro de la desigualdad social, de manera que entre ambos movimientos existe una relación inversa en cuanto a la eficacia comunicativa e instrumental de sus acciones.

Y es que mientras los sindicatos y las/los sindicalistas participan diariamente en la gestión de conflictos, demandas, propuestas y negociaciones de los trabajadores en más de 100.000 empresas, actuando como contrapoder, defendiendo sus derechos y contribuyendo de hecho, en muchos casos, a la solución de sus problemas…, su intervención apenas alcanza una mínima visibilidad, salvo cuando traspasa las puertas de los centros de trabajo y ocupa el espacio público, escenario privilegiado de las perfomances de los nuevos movimientos sociales.

La crisis actual ha vuelto a poner en el centro del debate la cuestión social, la desigualdad y el clivaje de clase que el discurso ideológico neoliberal intentaba presentar como superado en la pretendida sociedad de emprendedores y clases medias, generando paradójicamente una re-materialización del conflicto que, articulando las estrategias de presión y negociación, hace posible, e incluso necesaria, la convergencia entre todos los movimientos que reclaman la dignidad del trabajo y la ciudadanía, recomponiendo la brecha entre lo expresivo y los instrumental, al enlazar la lucha en torno a las “viejas” reivindicaciones obreras (empleo decente y con derechos) con la defensa de las “nuevas” demandas ciudadanas (educación, sanidad, vivienda, calidad democrática…).

En este sentido, el movimiento obrero cuenta con una larga tradición integradora de las demandas procedentes de otros colectivos, desde la defensa de los derechos civiles por los cartistas ingleses y los antisegregacionistas americanos a la práctica actual del sindicalismo confederal, por lo que su estrategia de convergencia dista mucho de ser coyuntural y representa la oportunidad de contribuir a la consolidación de un nuevo bloque social que, en ajustada expresión de Norberto Bobbio, defienda la igualdad como objetivo central de la izquierda.

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