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CV Opinión cintillo

Mª José Catalá, González Pons y Mazón; corrupción, competencia y trampas

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No resulta fácil explicar el recurrente éxito electoral de personas que se dedican a la política como Catalá, Pons o Mazón. No todos los políticos son iguales. La política, como arte de gestionar lo colectivo, resulta especialmente atractiva para dos tipos de practicantes; las personas especialmente altruistas y las personas especialmente egoístas. Los primeros tratan de satisfacer su querencia de servicio público y los segundos tientan la posibilidad de capturar, en su favor o de “los suyos” los recursos comunes.

En condiciones de laboratorio, el sistema ideal sería aquel que, dadas las preferencias ideológicas de la ciudadanía, y en contextos de trasparencia máxima que permitiera evaluar con cierta racionalidad instrumental las capacidades esperadas y el grado de egoísmo, los votantes pudieran elegir a través de sus votos a aquellos políticos más competentes y menos corruptos.

Nadie votaría ni a altruistas ni a corruptos incompetentes, ni tampoco a egoístas cuando el coste de la corrupción fueran inferiores a los beneficios de su extra de competencia. La tendencia a largo plazo por tanto sería que la política estaría poblada por una mayoría de altruistas medianamente competentes y algunos poco corruptos y muy competentes. Y todos ellos más o menos próximos a las preferencias ideológicas de la población.

Pero es obvio que la realidad nos transporta a condiciones muy distintas a las del laboratorio y la praxis política está trufada de mecanismos trampa para obstaculizar la transparencia y por tanto distorsionar la estimación de los niveles de competencia y corrupción. Algunas de estas trampas son actitudes y comportamientos de las propias personas que se dedican a la política como la mentira, la falacia, el cinismo, el filibusterismo político, o la manipulación emocional, mientras que otras son claramente disfuncionalidades del sistema como la instrumentalización de los medios de comunicación y de construcción de la opinión pública, la distribución desigual de recursos para posibilitar la visibilidad de las distintas ofertas políticas, el partidismo y las listas cerradas, el uso perverso del sistema de justicia, la fragilidad de los sistemas de auditoría y de los contrapoderes o también la pobreza y las dificultades de acceso a datos confiables.

Parece evidente que no es un ejercicio sencillo estimar ni la tolerancia a la corrupción ni el nivel de competencia de los políticos que acabamos de elegir legítimamente y democráticamente. Pero déjenme que lo intente, aun con indicadores indirectos y personalizando en MªJosé Catalá, Carlos Mazón y Esteban González Pons. Este último, aunque no ha sido elegido cerraba la lista municipal de València, a modo de autoritas conclusivo y es cabeza de cartel para las próximas elecciones por lo que es de suponer que impregnará y avala el estilo del futuro gobierno.

Si hablamos de corrupción, es evidente que no presentan credenciales muy esperanzadoras. Nada indica que sean directamente corruptos, pero tenemos mucha información para determinar que al menos son bastante indulgentes con la corrupción. A lo largo de su trayectoria política han nombrado, mantenido y relacionado con gente claramente corrupta. María José Catalá y Esteban González Pons han tenido centenares de reuniones y han desarrollado acciones con gente como Cotino, Blasco, Grau, Serafín Castellano, Milagrosa Martínez, Carlos Fabra. Detectar quien es corrupto, les aseguro, no es tan difícil.

 Carlos Mazón ha contratado como asesor a un condenado por corrupción y su figura muestra tantos paralelismos con Eduardo Zaplana y proviene de la misma tradición ético-política que es imposible no pensar como ha acabado el ex presidente de la Generalitat.

Por su parte Estebán González Pons es el único de su clan de amigos inicial de “el Agujero” que no ha tenido problemas irresolubles con la justicia (Camps, G.Camps, Vicente Burgos, Mª José Alcón), a pesar que ha sido señalado en varias ocasiones por “El Bigotes” y por Pedro Garcia, en el caso de la visita del Papa y que avaló y nombró a personajes como Caturla, David Serra o Vicente Burgos, entre muchos otros.

En el debe de Mª José Catalá está el mantener durante años a Consuelo Ciscar (y a algunas otras gestoras de instituciones culturales) cuando cualquiera hubiera detectado que utilizaba el museo en su propio beneficio. Sorprendentemente en cambio el cesó fulminantemente a Helga Schmidt y la intendenta del Palau de les Arts fue finalmente absuelta post-mortem.

Del análisis del pasado no resulta ninguna exageración estimar que los niveles de tolerancia a la corrupción de Catalá, González y Zaplana/Mazón son bastante laxos.

Está mayor tolerancia podría ser compensada por una alta competencia en conseguir sus objetivos, pero de nuevo el análisis del pasado nos indica que los políticos populares son poco eficaces. A modo de síntesis, la Comunidad Valenciana, junto a Alentejo, es la región ibérica con menor crecimiento del PIB per cápita entre 2001-2019, el período que recoge los efectos de las políticas del PP - y entendiendo que estas políticas estructurales muestran cierta inercia-, desde aquel 1995, año en el que llegó Zaplana y el PP al gobierno regional. Los gobiernos del PP nos llevaron del 98% del PIB per cápita nacional al 87,5% en 2015. Cifra que solo ha dejado de bajar desde entonces. Y la lista de despropósitos de proyectos es tan abultada a todos los niveles y escalas que resulta difícil de listar sin caer en el desánimo. Desde la gestión de las ITV, el proyecto de Terra Mítica, el aeropuerto del abuelo, los desastres Ciudad de la Luz, el legado ruinoso de otros eventos, el cierre de RTVV, modelo sanitario, las mediocres puntuaciones en los indicadores educativos, el deterioro reputacional por la corrupción. Aun con buena voluntad es difícil encontrar un indicador social o económico que no empeorara, en términos comparativos entre 1995 y 2015. Y solo ahora empezaban a percibirse algunas reversiones esperanzadoras. Esto obviamente no quiere decir que no hayan obtenido algunos éxitos en el ámbito de la gestión, como Mª José Catalá al cargo de la reducción de las tasas de abandono escolar, u otros aspectos de la política educativa, pero la visión en conjunto es bastante desoladora.

Tampoco las preferencias ideológicas explican el reiterado éxito electoral del PP. Los valencianos y valencianas se sitúan ideológicamente en el 4,87, en la escala izquierda y derecha y ubican al PP bastante lejos por encima del 7, a pesar de que Esteban González Pons ejerza, de cuando en cuando, de dicharachero literato frustrado.

Incompetentes, lejos de las preferencias ideológicas e indulgentes con la corrupción. La única explicación plausible es que Mazón, Catalá y González sean especialmente hábiles en el uso de las trampas. Desde insinuar pucherazos, azuzar el anticatalanismo o a ETA, a servirse y promover el lawfare y blanquear a la ultraderecha, hacer demagogia con impuestos y okupas, tratar de boicotear en Europa, engrasar medios o participar dopados en campañas electorales cuando no les pillan, son, sin ánimo de exhaustividad, algunas de sus tretas.

Y resulta frustrante jugar a la democracia cuando el adversario es propenso a las trampas. Y no, no se paga en ningún momento, ni hay ningún karma compensatorio. Los tramposos ganan más sistemáticamente. Ahí están Catalá, González Pons y Zaplana/Mazón para evidenciarlo. Sólo se erosiona la democracia.

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