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CV Opinión cintillo

Política cultural valenciana, y el pensamiento pueril de Paula Añó

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Llevamos muchos años investigando sobre la naturaleza, las características y los efectos de las políticas culturales contemporáneas. De hecho, la Universitat de València cuenta con bastantes equipos especializados que son punteros a nivel europeo. Desde la tradición en el campo de la Sociología de la cultura tenemos los trabajos iniciados por el catedrático Antonio Ariño y seguidos por Joaquim Rius, Beatriz Santamarina y muchos otros investigadores en el ámbito de las manifestaciones festivas populares. Desde el Derecho tenemos al equipo de Andres Boix y Reyes Marzal, desde el Márqueting y el análisis de las prácticas culturales están Manuel Cuadrado y Juan de Dios Montoro, desde la propia Historia del Arte con Esther Alba y desde la Comunicación con Guillermo López y otros, y finalmente nosotros mismos, desde el equipo de Econcult en el campo de la Economía de la Cultura. También en la UPV destacan Francisco Hervás, Blanca y María de Miguel, y entre las dos universidades contamos con uno de los masters más antiguos de Gestión Cultural que ha formado a cohortes de buenos administradores de la cultura que está dispersos por distintas instituciones y organizaciones a lo largo y ancho de Europa. De hecho, una parte de la definición contemporánea de la profesión de la gestión cultural en España no se podría entender sin las convocatorias organizadas y lideradas por el SARC en los años 80 y 90 del siglo pasado.

En el ámbito de la praxis, las experiencias en planificación cultural se remontan a los años 90 cuando ya la Consellera de Cultura Pilar Pedraza encargo uno de los estudios más profundos y detallados en España sobre los sectores culturales y creativos valenciano, aunque se terminó quedándose en un cajón cuando el corrupto Zaplana accedió al poder en las elecciones del 95.

Y la política desarrollada en los 2000 de grandes eventos, con las hiperbólicas gestoras culturales (y en algunos casos también corruptas) como Consuelo Ciscar, Inmaculada Gil Lázaro o Helga Schmidt supuso un proceso acelerado de aprendizaje y prueba de estrés para un montón de jóvenes gestoras y gestores culturales que hoy en día dirigen instituciones como Espai la Granja, el propio IVAM o algunas de las direcciones del IVC. La última fase del gobierno del PP, aunque lastrada por numerosos casos de corrupción en las instituciones culturales, bajo el impulso de Manuel Tomás, también se caracterizó por un interés claro por la racionalización de las políticas culturales. Y el gobierno del Botànic, desde el principio y con más o menos eficacia ha basado sus intervenciones en planes más o menos estructurados.

Otras pruebas recientes respaldan esta noción, como el reconocimiento de L'Etno como el mejor museo de Europa debido a la labor de sus profesionales altamente respetados y cualificados. Además, la exitosa realización de la VI Conferencia Estatal de la Cultura en València hace unos meses, sin precedentes en términos de éxito, refuerza la idea de que Valencia se encuentra en la vanguardia de la gestión cultural y las políticas culturales. Incluso los medios de comunicación especializados en cultura exhiben niveles de excelencia que no son comunes en otras partes.

En 2023, tal como cualquier experto europeo reconocería, el País Valenciano se posiciona como un centro neurálgico de enfoques innovadores en la gestión cultural. Se destaca por su dedicación a la planificación cultural y se encuentra indudablemente en la vanguardia del conocimiento en lo que respecta a la capacidad transformadora de los ámbitos culturales y creativos. Esto se demuestra claramente a través del proyecto reciente “Measuring the Social Impacts of Culture”, financiado por Europa y liderado por la Universitat de València.

Es en este contexto donde aterrizan tanto el nuevo Conseller de Cultura, reconocido franquista de VOX, y Paula Año, desconocida vecina de Barcelona, si exceptuamos su papel protagónico como indignada fake en un directo del programa de Ana Rosa. Y desembarcan sin ningún tipo de programa; “hablar de una línea de actuación ahora sería una temeridad” y con el único plan incendiario de dar la “batalla cultural” y quitar las sucias manos del nacionalismo de la cultura. Paula Añó aporta en su ligero curriculum su capacidad para identificar a los agentes del pancatalanismo.

Hoy en día, en la sociedad valenciana, el anticatalanismo puede ser funcional para alguna airada soflama desde la oposición, pero no lo es para gobernar y gestionar. El ridículo de las últimas declaraciones institucionales sobre el ninguneo del valenciano por la aceptación del uso de las lenguas propias en el Congreso así lo ratifican.

Esta posición irresponsable nos retrotrae a los años 80 y se fundamenta en un pensamiento pueril que soslaya y amenaza todo lo que habíamos avanzado. Hace de la ignorancia y el adanismo su presunta matriz regeneradora y reduce el espacio de la cultura a un mezquino ring para la “batalla cultural”, que, si conociera con un poco de detalle el ecosistema cultural del País Valenciano, Añó debería saber que obviamente la tiene perdida. Francisco y Arévalo no dan para cebar las demandas y mantener las dinámicas de un sofisticado y complejo engranaje, conectado ya a redes europeas.

Por mucho que se empeñen, la palmaria falta de experiencia en la gestión, tanto del conseller franquista, como de la airada secretaria autonómica y la carencia de aliados, les dificultará trabar un engranaje que funciona con cierta autonomía y eficiencia. Incluso aventuramos que la esfera de la cultura –que no olvidemos, son los profesionales en la construcción de los relatos- podría ser el talón de Aquiles de ese ingenio al servicio de la corrupción que está articulando el presidente Carlos Mazón. Eso sí, a humoristas y cómicos al estilo de Xavi castillo les auguro una nueva edad de oro

Toda la investigación y la gestión que hemos realizado desde Valencia, liderando en Europa, en torno a la capacidad de la cultura y la creatividad para transformar aspectos como la innovación, la salud y el bienestar, la cohesión social, la inclusión e incluso la prosperidad económica, terminará archivada en el cajón de las contribuciones inútiles al patrimonio común y en la carpeta de oportunidades desaprovechadas.

Hasta que emerja una nueva corriente de sabiduría ciudadana y acción colectiva que guíe de nuevo al País Valenciano hacia el camino del trellat, la lógica y el sentido común. 

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