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CV Opinión cintillo

Pablo Iglesias

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Pablo Iglesias es el político que ha defendido, desde 2015, que se daban las condiciones y los números para un gobierno progresista. En la moción de censura del 2018 quedó demostrado y fue él quien consiguió el apoyo de los partidos periféricos para echar a un PP hundido en corrupción hasta las cejas.  

Pablo Iglesias ha demostrado ser un gran político con voluntad de poder para cambiar las cosas y catalizador de fuerzas para conseguir construir el primer gobierno de coalición desde la muerte del dictador Franco. 

Los privilegiados vieron enseguida el peligro que representaba y su ataque fue feroz. Se inventaron un Podemos de derechas, crearon algún medio de comunicación solamente para difamar a Podemos y, como tenían el Gobierno, pusieron a la policía, que debería ser de todos, a trabajar contra Pablo Iglesias y Podemos. Cómo no encontraron nada, se inventaron el famoso Informe PISA (Pablo Iglesias SA) con pruebas falsas. Los jueces lo dijeron claro: no hay nada de financiación ilegal de Podemos ni de conducta irregular de Pablo Iglesias.

Pero el escándalo de la existencia de una policía política, que, en cualquier país democrático hubiera supuesto la caída del gobierno, aquí pasó como si nada. Sus miembros fueron discretamente protegidos. 

Desde ese momento quedó claro que los ataques a Iglesias tenían muchas posibilidades de quedar impunes, que había carta blanca para perseguir a Podemos e incluso la justicia podía echar una mano. 

Y así ha sido. Imputación tras imputación hacía Podemos y sus líderes, archivo tras archivo. Con mucho altavoz a las primeras, mucho silencio a los segundos. Si no hay pruebas se buscan y, si no se encuentran, se vuelven a buscar. La culpabilidad, en este caso, se supone. 

La vida de Pablo Iglesias y la de su familia se convirtió en un vertedero de infamias, un atractor de acosos y porquería lanzados sin pudor desde todos los frentes, casi siempre impunemente.

Mientras tanto, los medios se han dedicado a desacreditar y crear una imagen convenientemente demoníaca de Pablo Iglesias. 

Cualquier golpe a su reputación ha sido noticia sin importar su veracidad. Cualquier acto normal en la vida de una persona se ha presentado, en su caso, envuelto en un halo de sospecha. Los “grandes” periodistas de este país se han dedicado a despreciar sus opiniones, a hacer interpretaciones interesadas que lo pusieran en el disparadero, cuando no directamente han proferido groseros insultos y amenazas incluso de agresión física. Se han dedicado a difundir bulos o a aceptarlos sin rechistar -a pesar de haberse demostrado falsos- cuando los utilizaban los rivales políticos de Podemos.

Pablo Iglesias es un enemigo formidable para los privilegiados. No lo pueden comprar y no han conseguido -todavía- condenarlo. Así que han destinado todos los recursos necesarios a destruir su imagen en lo que se puede calificar como un asesinato reputacional. 

Deberá pasar un tiempo para valorar el daño que ha producido a la democracia el silencio de la mayoría de supuestos líderes políticos y mediáticos ante ese acoso indecente.

Pero, a pesar de todo, Pablo Iglesias sigue siendo dueño de sus actos y el suyo no es un proyecto personal. Ahora dimite de todos sus cargos porque sabe analizar la realidad y valora como puede ser más útil para avanzar en igualdad y en condiciones de vida de la gente. 

Ahora más que nunca sabemos que los derechos no se regalan, que los que no se exigen no se consiguen, que los que no se defienden se pierden.

Sabemos que, con la fuerza que en cada momento se tenga, es posible iniciar cambios beneficiosos para la mayoría y que eso depende de la presión en la calle y en las instituciones. 

Sabemos que Pablo Iglesias es una persona honrada y un político honesto y valiente. 

Es un honor haber estado y continuar estando a su lado.

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