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CV Opinión cintillo

El palé del olvido

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La novela del año en València, Noruega, de Rafa Lahuerta, está llena de calles, plazas, callejones, bastantes menos avenidas y apenas unos pocos jardines, algunos incluso de mala muerte. Es un viaje con mayor protagonismo para las calles de los barrios de la Ciutat Vella: Velluters, Seu, Xerea, Mercat, Sant Francesc y Carme, pero con una presencia nada desdeñable de otras zonas de la ciudad. Nunca había leído literatura con tanto callejero.

Calles de prostitución, de pegamento esnifado, calles donde habita el olvido que casi nunca han tenido quien las escriba. Algunas las había sacado de mi vida antes de llegar a Noruega, otras me son familiares pero sería incapaz de ubicarlas, las hay que simplemente me suenan y sé que existen. Muchas forman parte de ese barrio de Velluters que algunos llaman todavía Barrio Chino y a la gente de orden y firmes creencias le gusta nombrarlo barrio del Pilar, como si el hábito hiciese al monje.

He vivido en la frontera de Velluters durante más de dos décadas. Llegué todavía a tiempo de ver chavales esnifando pegamento, traficar heroína y ejercer la prostitución. Conozco el barrio, pero ha sido una verdadera putada que mientras disfrutaba leyendo la novela Noruega, por momentos me sintiese culpable y me atormentase ese desconocimiento, esa ignorancia enciclopédica sobre el callejero de València ante la que me ponía una novela que recomiendo y seguro que volveré a leer antes de morirme.

En la geografía de la ciudad donde nací los lugres se nombraban sin calle: la Colmena, el Corralón, la Chopera, la Glorieta, el Viaducto….Las primeras calles cuyos nombres ocuparon un cierto lugar en mi vida estaban todas en la capital de un reino que entonces era dictadura. Fueron las calles del Palé (más tarde Monopoly), aquel juego que ocupó tantas tardes de infancia. ¡Joder, todas en Madrid! Apenas tenía 10 años y ya me eran familiares Bravo Murillo, Carretas, Atocha, Santa Engracia, Princesa, Plaza de Oriente, Alcalá, Paseo del Prado, Velázquez, Serrano, Goya, Arenal, Carrera de San Jerónimo. No solo conocía sus nombres sino también sus posibilidades especulativas para construir casas y hoteles y hundir en la miseria al que pasara por allí en partidas que parecían no acabar nunca.

Mucho antes de la famosa Movida, las niñas y niños de todas las Españas ya transitábamos por un Madrid de tablero de cartón como si tal cosa y sin que nunca llegase a entender por qué te daban 10.000 pesetas cada vez que pasabas por la casilla de salida, que no debía de quedar lejos de la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol, ni que de repente te mandasen a la cárcel o el valor de la inversión se multiplicase al dominar todo un barrio y no dejar nada para los demás.

Noruega, la novela que triunfa como la Coca Cola, la novela en Valenciano que posiblemente menos tiempo me ha costado leer en toda mi vida - y con menor número de incursiones en el Diccionari Normatiu Valencià-, daría para montar un Palé Valenciano del Olvido que recorriese las tripas de una ciudad carregada de punyetes, d’hòsties, d’oblits, de mala llet, d’enemics irreconciliables, xoriços i maganxers. Un Palé con su Barrio Chino, su Mercat, su Xerea, su barri del Carme, tan autèntic i tan pixat. Pero también con ese Eixample benestant que dice Rafa Lahuerta que nació a imagen y semejanza del Eixample de Barcelona, para después querer parecerse a un barrio parisino y convertirse finalmente en sucursal del madrileño barrio de Salamanca.

El Palé Noruega, el Palé Sanchis Bermell (su protagonista), que también tendría en el medio sus montoncitos con tarjetas de Suerte y Sorpresa, a las que podrían añadirse otros de Olvido y Desidia. Lo de la mala muerte ya lo he dicho.

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