'Trump indicted'
“No vi a ningún verdadero líder en el escenario de Trump, ni siquiera al propio Trump”, decía David French sobre el mitin protagonizado por el magnate en Waco al lanzar su campaña para volver al Despacho Oval, en una columna de opinión en The New York Times titulada “Trump ya no controla su movimiento”, publicada apenas unos días antes de que en los medios de comunicación estadounidenses estallara un titular prácticamente unánime: Trump indicted. ¿Qué quiere decir que el expresidente republicano, el primero en ser imputado, no controla aquello que el articulista calificaba como “la turba populista”?
“Para entender la dinámica social y política de la derecha moderna, hay que comprender cómo es que millones de estadounidenses se inocularon contra la verdad”, iniciaba su explicación el opinador. Y me vino a la cabeza una de esas frases rápidas y brillantes que Aaron Sorkin suele poner en boca de los personajes de sus series televisivas: el Will McAvoy que Jeff Daniells interpreta en The Newsroom, por ejemplo. En uno de los episodios, en que él y su equipo de noticias se han embarcado en una sucesión de informaciones para desenmascarar las contradicciones del movimiento de extrema derecha del Tea Party, el periodista televisivo se defiende de los reproches de izquierdismo: “Soy republicano militante, solo parezco liberal porque creo que los huracanes los causan las altas presiones y no el matrimonio gay”.
Hace una década que se produjo esa serie y la “inoculación contra la verdad”, que ya practicaba el Tea Party para socavar al presidente demócrata Barack Obama, ha profundizado en una mutación de la que Trump ha sido un elemento clave, porque la deriva hacia una suerte de fascismo moderno ha encontrado en su ascenso al poder, su negacionismo democrático y el asalto frustrado al Congreso tras la derrota frente a Joe Biden, la encarnación simbólica de todas las señas de identidad de las que aparece armada la ultraderecha actual (Véase el caso de Brasil y los seguidores de Bolsonaro). Hasta el punto, si hemos de seguir con el razonamiento de David French, de que, “aunque los políticos siempre tienen la tentación de ser complacientes, rara vez se ve una abdicación tan completa de cualquier cosa que se acerque a un verdadero liderazgo moral o político como lo que ocurrió en Waco”.
French apuntaba que para los empleados de la Fox, cadena de referencia de la derecha, “respetar a la audiencia no significaba transmitir la verdad (un verdadero acto de respeto). Por el contrario, significaba alimentar el hambre insaciable de los espectadores por confirmar sus teorías conspirativas”. Evocaba, además, el papel jugado en la conformación de esa “turba populista”, que también se les ha ido de las manos, por los pastores evangélicos del mismo tipo (añado yo) que esa colombiana del Centro Apostólico Cristo Vive a la que el PP cedió hace poco el estrado en un acto político en Madrid con Alberto Núñez Feijóo, Isabel Díaz Ayuso y, quién lo iba a decir, Esteban González Pons. Y concluía: “Quizá haya habido un momento en el que Trump de verdad dirigiera su movimiento. Ese tiempo ya pasó. Ahora es su movimiento el que manda. Alimentado por teorías de la conspiración, está hambriento de confrontación, y mítines como el de Waco demuestran su dominio”.
La disrupción que este nuevo fascismo está causando en las democracias y su impacto en las formaciones conservadoras todavía no se han calibrado en todo su alcance. Esta misma semana el PP propuso sin éxito en las Corts Valencianes y en el Congreso de los Diputados sendas comisiones de investigación de la supuesta financiación ilegal del PSPV-PSOE en base al sumario del denominado caso Azud, una causa judicial en la que figuran medio centenar largo de imputados por corrupción de la época de la popular Rita Barberá en la alcaldía de València, incluido el que fue su vicealcalde, Alfonso Grau, y la familia al completo de la fallecida alcaldesa, con su hermana y su cuñado en papeles determinantes, además de algunos socialistas entonces en la oposición. Los populares quieren convertir ese en un caso de corrupción exclusivamente socialista, borrando a los suyos y retorciendo los hechos en la misma medida en que Díaz Ayuso tuvo que hacerlo para clamar en Valencia por el regreso a un pasado, el del denominado “eje de la prosperidad” Madrid-València-Palma que tanta corrupción acumuló, con Gürtel y otras tramas entre sus penosos logros. Según Díaz Ayuso, ha llegado el momento de “volver a levantar el eje próspero”, tras el cual, habría que recordar, se vino abajo todo el sistema financiero valenciano (Bancaja, la CAM y el Banco de Valencia).
Steve Bannon, estratega de la extrema derecha norteamericana, se pateó Europa en los tiempos de Trump en la Casa Blanca, esparciendo la cizaña que produce el mundo ultra (Vox fue una de las organizaciones con las que tuvo tratos) y que encuentra eco cada vez más en algunas de las actitudes de la derecha, digamos, convencional. Sea cual sea el resultado de la acusación del fiscal ante un gran jurado de Manhattan contra Donald Trump porque habría pagado en su día con dinero de su primera campaña presidencial un soborno a una actriz porno con la que había tenido relaciones sexuales, ocurre que, “como el pirata que se planta frente al personaje de Tom Hanks en la popular película de 2013 Capitán Phillips, la derecha populista se planta frente al Partido Republicano, los medios conservadores e incluso los republicanos de base reticentes y lanza un único y sencillo mensaje: 'Ahora soy yo el capitán!”. Solo hay que ver los perfiles de las hipotéticas alternativas a Trump, con el gobernador de Florida, Ron DeSantis, en lugar preferente, y la deriva de algunas derechas europeas para darle la razón al columnista de The New York Times, un antiguo abogado que procede de sectores religiosos conservadores de su país, que estuvo a punto en 2016 de lanzarse a competir con Trump en el campo republicano y que no ha podido evitar ser objeto de virulentos ataques por parte de la alt-right.
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