Valencianismo invisible
“Ara mirem amb plor aquestes terres:
vents de l’oest arrasaren els camps,
senyors d’espasa i foc ens conquistaren
i oferiren al dard l’esguard superb
de conteses i morts sense victòria“
Jaume Pérez-Montaner.l’Alfàs del Pi (La Marina) Màscares-1992
Una broma reciente: la Fundación de Estudios de Economía Aplicada ( Fedea) confirma que el País Valenciano padece infrafinanciación por parte de la administración central del Estado al menos desde hace 20 años.
El panorama político valenciano necesita una clarificación desde las consecuencias de las últimas elecciones autonómicas y locales de 28 de mayo de 2023.
-Primero, el bloque de partidos que participaron en los dos Consells (PSOE, Compromís y U.Podemos) perdió las elecciones y no por los méritos de sus contrincantes, sino por sus carencias y errores.
-Segundo, el proyecto valenciano que se inició en 2015 bajo la denominación Compromís ha desaparecido fagocitado por la nueva superestructura de la coalición Sumar, que lidera Yolanda Díaz, sin ninguna vinculación con las tesis y posicionamientos del valencianismo político, tal como lo entendieron sus fundadores y lo reconocen sus votantes.
-Tercero, las únicas reminiscencias del valencianismo en la política española son personales: Enric Morera –ex Bloc y ex Més Compromís– que se ha asegurado cuatro años de sueldo como senador autonómico y Águeda Micó, ex secretaria del Bloc y de Més Compromís que como diputada en el Congreso mantiene remuneración hasta el fin de la legislatura actual con la responsabilidad de portavoz suplente de Sumar, que no de Compromís.
-Cuarto, el valencianismo ha sido relegado a un espacio de invisibilidad como no lo había vivido en su dura historia de abandonos y contrariedades. Ni tan siquiera desde la fundación por Francesc de Paula Burguera del Partit Demòcrata Liberal del País Valencià (1974) y de su sucesor el Partit Nacionalista Valencià (1978) con sus consiguientes transformaciones evolutivas.
A la cola
El déficit flagrante se perpetuó con los gobiernos del Partido Popular de José María Aznar, cuya afrenta se renovó con los gobiernos del PSOE de J.L. Rodríguez Zapatero en 2009 y se confirmó en los mandatos de Mariano Rajoy hasta la era social-podemita de Pedro Sánchez-Iglesias-Yolanda Díaz. En coincidencia con este largo período, los valencianos han sufrido gobiernos de ‘realpolitik’ de Felipe González y los oscuros antecedentes de la Transición a la democracia de los herederos del franquismo agazapados en la UCD de Adolfo Suárez, quien consumó la afrenta hasta el grotesco golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 para aparentar un cambio que nunca se pretendió. En este laberinto de insidias se fraguó en falso el Estatut d'Autonomia (1982) para los valencianos que nació arrinconado al artículo 143 de la Constitución, repleto de vejaciones y vacío de garantías para financiar las competencias( Sanidad, Educación y servicios sociales, principalmente) que se asumieron por los responsables políticos valencianos del momento: Joan Lerma (PSOE), Eduardo Zaplana, J.L. Olivas, Francisco Camps, Alberto Fabra, (los tres primeros procesados ) y Ximo Puig del PSOE, el único que convocó y encabezó una manifestación de protesta que no sirvió para nada. Este estado de la situación prolongado en el tiempo ha coincidido durante los últimos ocho años con dos legislaturas de gobiernos (2015-2023), llamados del Botànic, bajo el signo de coalición de PSOE con Ximo Puig, Compromís con Mónica Oltra y Aitana Más en la vicepresidencia y desde 2019 con vicepresidentes de Podemos: Rubén Martínez Dalmau y Hëctor Illueca.
Ignominia territorial
Es conocido el hecho de que sin garantía de financiación suficiente la autonomía política es imposible. Una burla. Está condenada a la frustración de las fuerzas vivas y desemboca en el fracaso colectivo del territorio paciente. Los empresarios valencianos lo saben bien y tienen la certeza de que el partido político de su preferencia, el Partido Popular, que gobierna el País Valenciano, València- Cap i Casal, los principales municipios y las tres diputaciones provinciales, no tiene ni la más remota intención de remediar esta injusticia que perjudica desde tiempo inmemorial a cinco millones de valencianos e impide su crecimiento, desarrollo, progreso y bienestar. Los valencianos saben que sin formaciones políticas y grupos de influencia que hagan valer de verdad los derechos de los valencianos, su futuro es incierto y está condenado al adocenamiento de la mediocridad. Los empresarios, generadores de riqueza y empleo, tienen muy claro que dependen de la felicidad y del progreso de su entorno. La economía es la ciencia que trata sobre el desarrollo de las empresas y del territorio en el que están enclavadas. En ningún caso significa que cada cual deba ocuparse sólo de su bolsillo y de sus negocios sin tener en cuenta a los demás. Los empresarios valencianos, encastillados en AVE y CEV (las Cámaras de Comercio quedaron anuladas y obsoletas) han de saber que nunca resolverán sus problemas de fondo mientras no dispongan de partidos políticos organizados e influyentes de obediencia valenciana, cuyas decisiones se tomen en el territorio autonómico y en defensa de sus intereses y de todos los ciudadanos que viven y se sienten comprometidos con el futuro del País Valenciano.
Ideología e identidad
En tierras valencianas sigue un conflicto vivo, una encrucijada en la que coinciden e interfieren ideología e identidad. Decía el liberal canadiense Henri Lefebvre, “Sí, los franco-canadienses soportan una vida dura: cuando menos se defienden e incluso, a veces, atacan”. Como ellos, los valencianos son afortunados y se sitúan entre dos civilizaciones, dos culturas: la de que emerge de España y la catalana- valenciana-balear. Los partidos alineables tradicionalmente a la izquierda son centralistas: PSOE, Izquierda Unida, U.Podemos, Sumar. Los del espectro de la derecha son más centralistas todavía: PP, Vox, los rescoldos españolistas de Ciudadanos. Los de la izquierda pueden mentir. Los encuadrados en la derecha ni se molestan en hacer concesiones a la galería. No hay esperanza de liberación territorial y periférica en ninguna de las dos orillas irreconciliables de los frentes políticos hoy en litigio. Los empresarios domésticos han de tomar nota si pretenden sobrevivir abrazados a su entorno en sintonía con sus paisanos.
Proletarios
Los valencianos conscientes y comprometidos se sienten proletarios frente a la burguesía castellano-española, al centralismo que emana de Madrid. Son recelosos frente a la prepotencia que despiden determinados centros de poder de Catalunya y de la pretendida supremacía vasca. Recientemente hemos asistido a un acercamiento renuente entre los señores del dinero que mandan en Catalunya ( Foment del Treball, Cercle d’Economia, medios de comunicación conservadores, líderes categóricos como Josep Antoni Durán i Lleida o el dirigente empresarial, Josep Sánchez- Llibre), y en los cubículos del poder del País Valenciano ( AVE, CEV, Fundació Premis Jaume I-Fprj y paremos de contar). El legendario Corredor Mediterráneo ferroviario ha dado mucho de sí desde que se inició la reivindicación como TAV (tren de alta velocidad) en 1989 desde la genuina Cámara de Comercio de València, presidida por Enrique Silla, cuando aún no había sido derrocada por Zaplana & Barberá. Faltan indicios fehacientes de conexión con PIMEC (la Pequeña y Mediana Empresa Catalana presidida por Antoni Cañete) plenamente reconocida y representada en Catalunya y que carece de referente interlocutor en el País Valenciano, donde las organizaciones empresariales dominantes permanecen ancladas en el anacronismo y en la cerrazón de no reconocer la figura y el peso numérico de las empresas pequeñas y medianas, que son mayoría (el 93%) y protagonistas indiscutibles del fenómeno productivo valenciano. Las pequeñas y las grandes empresas, a veces, tienen intereses contrapuestos.
Complejos y política
El periodista, empresario y amigo, Vicent Ventura Beltrán (Castelló, 1924- 1998) con la rotundidad que le caracterizaba, cuando se le preguntaba sobre su tendencia a aproximarse a Catalunya afirmaba: “es que me gusta y además nos conviene”. Es lo mismo que pensaban dos grandes empresarios y políticos valencianos del siglo XX: Ignasi Villalonga Villalba y Joaquim Reig Rodríguez en sintonía con los planteamientos de un financiero, corredor de Comercio, mecenas y político de notable envergadura: Joaquim Maldonado Almenar. Tras la derrota del País Valenciano en la guerra civil aún se celebraron durante dos décadas actos de hermandad en València organizados por la Casa de Catalunya en el jardín del Parterre sobre un tablado dominical donde se bailaban sardanas compartidas a los pies de la estatua ecuestre del rey Jaume I. Hoy es imposible por la entronización del fantasma catalán y de las derivaciones del anticatalanismo en el acervo íntimo de los valencianos. Los intereses centralistas comenzaron por desfigurar las señas de identidad y los rasgos territoriales valencianos. Dos denominaciones marcaron vectores para falsear lo valenciano: Levante, nombre que se impuso al diario republicano y liberal “El Mercantil Valenciano”, después de ser incautado por las huestes del general Franco. El término Sureste fue otra entelequia seudo geográfica, potenciada desde Alicante y Murcia para evitar llamar valenciano a un territorio que se consideraba tan manoseable como a sus pobladores.
¿Anticatalanistas o antivalencianos?
Si se analiza el recorrido y las motivaciones del anticatalanismo como causa- efecto de conflictos, atentados, enfrentamientos, actos terroristas y agresiones se observan injerencias foráneas– de intereses políticos inconfesables– y magnificación de una querencia natural y lógica– desde el campo intelectual, cultural y lingüÍstico– hacia un país vecino que a su vez forma parte de la territorialidad española. ¿Por qué no hay animadversión hacia Aragón o Castilla y sí la hay ,muy violenta y continuada, hacia Catalunya? Esta voluntad de contraposición se inflamó con la conocida “Batalla de València”, con base lingüística, auspiciada por Fernando Abril Martorell (UCD) y María Consuelo Reyna, que sigue promoviendose de manera torticera e irracional por parte de algunos partidos políticos enrocados en las trincheras de la derecha. El catalanismo en el País Valenciano es un señuelo anacrónico catapultado desde el anticatalanismo, que se esgrime para provocar el enfrentamiento entre valencianos por una causa que carece de cualquier sentido, aunque el presidente actual de la Generalitat, Carlos Mazón, pretenda servirse de él para enrarecer las relaciones entre zonas, comarcas y áreas de la demarcación autonómica que le ha correspondido presidir.
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