No es la luz ni la comida: esto es lo que atrae a las polillas a tu casa y cómo evitarlo
Las noches cálidas de verano invitan a descansar con las ventanas abiertas, pero a través de ellas se corre el riesgo de recibir visitas molestas e inesperadas. La luz es un poderoso atractivo que en muchas ocasiones actúa como imán. Siempre se ha considerado que hay insectos que, cuando oscurece, se sienten especialmente atraídos por la luz y que encender una bombilla en el interior de una casa con las ventanas abiertas es un riesgo cuando no se quiere recibir visitas incómodas, como las de las polillas, frecuentes en todas las zonas de España.
Hasta ahora se pensaba que, como los mosquitos, estas mariposas nocturnas que no despiertan tanta simpatía ni despliegan tanta belleza como los ejemplares diurnos, sentían un irremediable impulso hacia las bombillas, las farolas o los letreros luminosos. Sin embargo, hay otros factores por los que se adentran en el interior de nuestras casas.
Polinizan por la noche
La polilla nocturna a la que nos referimos no tiene nada que ver con las polillas comunes de la madera que son milimétricas. Las mariposas nocturnas, como señala el equipo de guías de Naturea Cantabria de la Red Natura 2000, son más grandes y tienen un rango de medidas más amplio: desde unos milímetros hasta varios centímetros.
Descansa durante el día camuflada en los troncos. Su trabajo comienza cuando se oculta el sol: mientras todos duermen ella tiene la misión de polinizar las flores que se abren por la noche.
Este insecto toma el relevo de las abejas y visita otras especies que ellas no tienen en su ruta. Se han encontrado fósiles de polillas que podrían tener 190 millones de años -según un estudio de investigación publicado en la revista Science Advances- por lo que su misión polinizadora ha sido vital a lo largo de la historia.
La cuestión es que siempre se ha dado por supuesto que las polillas viajan hacia la luz, que una bombilla encendida las atrae. De hecho, hay estudios que indican que la contaminación lumínica de las ciudades y pueblos, donde cada vez brillan más luces artificiales, pantallas y neones, ha provocado un grave descenso de la población de polillas. Más acusado, lógicamente, en los entornos urbanos más habitados. Pues bien, esto no es así. La luz no atrae a las polillas. Más bien, las desorienta.
Los expertos sostienen que a la hora de volar estos insectos nocturnos se guían por un sistema de estabilización. Se orientan por la luz de la luna, el único destello que brilla en la noche, según un estudio publicado en 2024 en la revista Nature Communications.
Así es como consiguen diferenciar entre el cielo y el suelo. Pero hay otra cuestión más: en realidad ellas huyen del sol y viven de noche. La luna es el faro que sitúa y determina su vuelo y, por tanto, la luz artificial les puede confundir.
La luna es su faro
¿Qué sucede, por tanto, cuando se enciende una bombilla? Pues que la polilla confunde el resplandor de la luna con la iluminación artificial o, al menos la perturba tanto como para dirigirse hacia ella para tratar de inclinarse contra el sol, pero esta maniobra provoca un desconcierto que las hace volar en círculos como habitualmente se ve junto a una farola iluminada.
Las consecuencias de este fenómeno son fatales para la especie, quedan atrapadas en un bucle, no son capaces de despegarse de la luz, así que se fatigan tanto que se agotan y acaban por caer al suelo donde son presa fácil para sus depredadores.
El sentido más desarrollado
Pero lo que atrae a las polillas no es la luz, ni la comida. Es el olor. Poseen un olfato extraordinario, es el sentido que más desarrollado tienen, hasta el punto de que los ejemplares macho son capaces de detectar a una hembra a más de once kilómetros de distancia.
La conclusión es que cuando entran en nuestras casas por la noche lo hacen porque nos huelen a nosotros: nuestro olor, el de nuestra ropa, el de un perfume, el del sudor o incluso el de la humedad del ambiente.
La polilla se guía por la nariz y los aromas que detectan les crean una sensación de dirigirse hacia un refugio, una zona segura o de alimento. Es decir, no entran por accidente hasta la cocina de nuestra casa.
Lo hacen pensando que llegan a un entorno seguro y confortable. Les mueven y les atraen estímulos químicos que actúan como pistas y que para las personas son absolutamente imperceptibles.
Inofensivas
En cualquier caso, conviene tener en cuenta que la polilla es realmente un ser completamente inofensivo que se alimenta de néctar de las flores y no muerde ni pica ni causa ningún problema a las personas.
Si aterriza en nuestro salón mientras cenamos a través de la ventana, lo mejor que se puede hacer por ella y por el medio ambiente es orientarla y devolverla a las sombras de la noche para que siga haciendo su trabajo.
Los expertos, como el investigador del CSIC en el Museo de Ciencias Naturales, Robert Wilson, también consideran que el cambio climático está favoreciendo un cambio de hábitat.
Y es que hay más polillas que antes en entornos urbanos, están ampliando su territorio como consecuencia de las alteraciones que sufre el planeta: temperaturas más cálidas y estaciones más suaves contribuyen también a alimentar su desconcierto en un ecosistema que cada vez les resulta más hostil. El biólogo alemán Josef H. Reichholf también lanzó hace unos años la alarma en su libro 'La desaparición de las mariposas', indicando que están disminuyendo.
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