El hongo que amenaza la seguridad alimentaria mundial tiene un nuevo rival: las espinacas
Los suelos ácidos del noroeste de Estados Unidos tienen un talento especial para complicar la vida agrícola. Su pH bajo favorece la propagación de ciertos hongos que, sin demasiada resistencia, acaban con cultivos enteros. Uno de los afectados es el de la espinaca, cuyas semillas se producen en esa región a gran escala.
El problema no es nuevo, y tampoco ha sido fácil de abordar. Sin embargo, una investigación reciente ha puesto en el centro de la conversación a unas variedades de espinaca que crecen de forma natural en Asia Central, sin intervención humana, y que llevaban años creciendo sin llamar la atención.
El hongo Fusarium sigue siendo un enemigo que seca la planta desde dentro
Todo comenzó con 68 variedades de espinaca salvaje procedentes de Asia Central. Los investigadores de la Universidad Estatal de Washington, junto con especialistas de la Universidad de Arkansas, las seleccionaron para comparar su reacción frente al Fusarium oxysporum, un hongo que bloquea la absorción de agua desde las raíces y que cada año amenaza con arrasar cosechas enteras. En paralelo, analizaron 16 variedades comerciales. La diferencia era evidente desde el principio.
El interés por comprobar esa reacción tenía una razón de peso: este patógeno vive en el suelo y accede a la planta por las raíces, donde obstruye los conductos que transportan agua y nutrientes.
En poco tiempo, la espinaca se marchita, como si estuviera seca, aunque haya humedad. El hongo se adapta bien a suelos ácidos, sobrevive durante años incluso sin plantas huésped y resulta muy complicado de eliminar.
La genética de espinacas uzbekas y tayikas abre una nueva vía para mejorar los cultivos
En ese proceso, los investigadores comprobaron que algunas de las especies recolectadas en Uzbekistán y Tayikistán ofrecían una resistencia muy superior. Fue a partir de ahí cuando el grupo liderado por Lindsey du Toit localizó las regiones genéticas asociadas con ese comportamiento.
Esas zonas, conocidas como loci de rasgos cuantitativos, abren una vía directa para introducir resistencia en nuevas variedades mediante selección asistida por marcadores.
Du Toit, que trabaja desde hace más de dos décadas en la mejora genética de semillas, subrayó durante la presentación de los resultados publicados en Scientific Reports la relevancia inmediata del hallazgo al explicar que “esta es una herramienta que está disponible de inmediato para los programas de mejora genética”.
La razón por la que esto resulta tan útil está en la forma en que se cultiva la espinaca para semilla. A diferencia del producto fresco, que se da bien en zonas cálidas como California, Florida o Texas, el ciclo de la semilla requiere condiciones muy específicas. En Washington y Oregón, los veranos secos y suaves facilitan ese desarrollo, aunque el hongo aprovecha la acidez del suelo para multiplicarse.
Para combatirlo, los agricultores suelen espaciar las siembras durante más de una década y aplicar carbonato cálcico, pero el margen de error es pequeño. Un fallo puede costar toda la producción.
Una solución eficaz que puede aplicarse ya sin conocer todos los mecanismos de fondo
En ese contexto, el valor de estas especies silvestres aumenta. A pesar de que todavía queda trabajo para comprender a fondo los mecanismos genéticos de resistencia, los resultados ya permiten a las compañías productoras incorporar esas cualidades a nuevas líneas comerciales. Como apuntó du Toit en una de sus intervenciones durante la difusión del estudio, “no es necesario entender el mecanismo de resistencia para utilizarlo”.
La investigación recibió financiación del Instituto Nacional de Alimentación y Agricultura de Estados Unidos, además del apoyo de iniciativas universitarias y entidades privadas como la Cátedra Alfred Christianson en Ciencia de Semillas de Hortalizas.
El impulso conjunto permitió no solo desarrollar las pruebas de campo, sino también realizar el análisis genético posterior, sin el cual habría sido imposible trazar los marcadores implicados en la resistencia.
Aunque el foco del estudio se ha centrado en el problema del Fusarium, las implicaciones van más allá. La demanda global de espinaca, especialmente en su formato baby, ha crecido de forma considerable durante las últimas dos décadas, sobre todo en Estados Unidos y Europa. Esta presión comercial sobre las semillas incrementa el riesgo cuando no hay margen para proteger el cultivo.
Con estas nuevas herramientas, la mejora genética puede avanzar más rápido hacia una espinaca comercial más robusta, capaz de soportar condiciones más agresivas. Las variedades silvestres, durante mucho tiempo ignoradas, se han convertido en aliadas de primer nivel gracias a su capacidad para crecer sin sufrir daños en zonas donde otras no sobreviven.
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