Por qué debemos ignorar el etiquetado de colores propuesto por la industria alimentaria

Foto: U.S. Department of Agriculture

Jordi Sabaté

A diferencia del sistema de etiquetado nutricional europeo, en el Reino Unido en lugar de porcentajes máximos diarios de cada componente alimentario para adultos, se utiliza un semáforo nutricional basado en tres colores: el verde, el ámbar y el rojo. El verde indica que el alimento es saludable en uno de los cuatro componentes: grasas totales, grasas saturadas, azúcares y sal: el ámbar señala que hay que ir con cuidado con las cantidades y el rojo que las mismas no son recomendables.

Así, en Gran Bretaña todos los alimentos procesados llevan un etiquetado frontal en el cual se indica con colores si el producto es recomendable en cuanto a grasas totales, grasas saturadas, azúcares y sal. Se trata de un sistema muy claro donde cuatro rojos significa un producto nada recomendable, lo que sería el caso de una chuchería, pero también de algunos derivados cárnicos y lácteos como los famosos petitisuis.

Una mezcla de lunares ámbar y rojo significa producto poco recomendable, si aparece un verde, como sería el caso de los quesos curados respecto al azúcar, nos hablaría de moderación; y si predominan los lunares verdes estaríamos seguramente ante legumbres, verduras u hortalizas. De este modo el consumidor británico puede guiarse nutricionalmente sin ambigüedades para comprar los productos saludables y si adquiere uno que lo es poco, al menos tiene conciencia de ello, dada la elevada visibilidad de este sistema cromático.

Pudo implantarse en la UE, pero…

En 2008 la eurodiputada conservadora británica Glenis Willmott propuso que la Unión Europea (UE) adoptara este sistema debido a que en Reino Unidos había resultado un gran éxito. La propuesta fue tomada con interés y simpatía y expuesta a un debate que duró un año y medio y que encendió todas las alarmas de las grandes corporaciones alimentarias, temerosas de que este sistema redujera las ventas de los productos más cargados de azúcares y grasas saturadas, siempre los más demandados por niños y personas con pocos recursos y estudios, tal como explicamos en su día en el libro El libro negro del consumo (Roca Editorial, 2017).

Este temor llevó a las empresas alimentarias a movilizar 1.000 millones de euros en grupos de presión para “convencer” a los eurodiputados de las distintas familias de que rechazasen el semáforo nutricional británico y apostasen por otro ininteligible y basado en las recomendaciones diarias de casa elemento;un sistema que a buen seguro el consumidor no entendería. Más si se piensa que va dirigido solo a adultos.

Finalmente en marzo de 2010 se votó en el Parlamento Europeo la aceptación o no del semáforo británico, y el resultado fue su rechazo por dos abstenciones y la aceptación del absurdo sistema de la industria. Como consecuencia del mismo, que es absolutamente inútil, la obesidad y la diabetes avanzan en la UE mientras muestran algunos signos de recesión en Gran Bretaña, tradicionalmente el país con más obesos.

La propuesta de la industria

No obstante, casi diez años después de la votación en la que se tumbó el semáforo británico con ayuda de los lobbies de las grandes corporaciones -que llegaron a dejar en los escaños de los europarlamentarios hojas con la votación deseada para confundirlos-, estas se disponen ahora a lanzar un sistema similar bajo el nombre de Evolved Nutrition Label Initiative, y con el argumento de que desean contribuir a la mejora de la dieta de sus compradores.

Detrás de este lanzamiento, que describen como voluntario pero al que se han adscrito cinco de los grandes grupos -Mondelez, Nestlé, Pepsico, Coca-Cola y Unilever- está la conciencia de que la obesidad y la diabetes, así como las enfermedades cardiovasculares, no han hecho más que aumentar en los últimos años, lo que ha creado alarma en los gobiernos. Ante la constatación de que se preparan nuevas medidas más estrictas en el etiquetado, han querido adelantarse para colocar su opción.

Es cierto que la propuesta de la industria alimentaria toma como base el semáforo británico de colores para los cuatro componentes, pero después lo mezcla con las recomendaciones diarias de cada elemento por porcentajes para “diluir” su peligrosidad. Así, tal como explica en este artículo el nutricionista Juan Revenga, una chuchería de chocolate, a todas luces insana para un niño, queda llena de ámbar -solo un rojo en grasas saturadas- al establecerse a la vez la comparación con los requerimientos medios diarios; como si sólo fuéramos a comer este producto en todo el día.

Para colmo de males el semáforo de la industria lo relaciona con las necesidades calóricas y nutricionales de los adultos, que nada tienen que ver con las de los niños. De este modo quedan “aguados” numerosos productos que en lógica se antojan contraproducentes. Otras veces la amalgama de ámbares y algún verde o rojo confunde, según Revenga, al consumidor, que no sabe bien si tomar o rechazar el producto. Al final todo termina como con el anterior sistema: en la indiferencia del consumidor ante un sistema intencionadamente poco claro.

España apuesta por el modelo francés

Hace unos pocos días el Gobierno ha anunciado una batería de medidas contra la obesidad, entre ellas la adopción del etiquetado nutricional francés, conocido como NutriScore y que sí supone una evolución sobre el semáforo británico, a diferencia de la iniciativa de la industria. NutriScore hace una evaluación de todos los componentes que puede llevar un producto elaborado donde da unos colores, de verde intenso a rojo intenso, y cinco letras de evaluación -A, B, C, D y E- que nos dicen si es aceptable, bueno, tolerable, deficiente o no recomendable. 

Para ello, el etiquetado francés evalúa tanto los factores no recomendables -como las grasas, los azúcares, la sal, etc.- como los positivos: fibra alimentaria, legumbres, verduras, frutas, proteínas de alta calidad, etc. De este modo hace una evaluación más compleja y completa que el semáforo británico sin perder la claridad de cara a la decisión rápida del comprador. Aún así algunos productos como los aceites pueden quedar evaluados erróneamente como poco recomendables.

La ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, ha explicado que el objetivo de la implantación de NutriScore es que“la ciudadanía pueda comparar con otros productos semejantes de forma sencilla y tomar una decisión informada y motivada para seguir una dieta más saludable”; de todos modos el uso del sistema será voluntario para los distintos productores, aunque el gobierno desea que se imponga como un estándar. 

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