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Francia y el futuro de la UE

El presidente francés y candidato a la reelección, Emmanuel Macron, durante un acto electoral celebrado el sábado en Marsella (Francia). EFE/ Guillaume Horcajuelo

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Me cuesta trabajo pensar que Emmanuel Macron pueda perder el domingo y que Marine Le Pen se convierta en presidenta, pero tras el resultado del referéndum del Brexit en junio y la victoria de Donald Trump en noviembre de 2016, la ausencia de previsibilidad se ha convertido en la norma política en casi todos los países democráticamente constituidos. Las últimas elecciones presidenciales en Francia tuvieron lugar en 2017, después del referéndum del Brexit y de la elección de Donald Trump y, sin embargo, a nadie se le pasó todavía por la cabeza que Marine Le Pen tenía la más mínima no probabilidad, sino posibilidad, de ganar la elección presidencial. Se repitió con ella el resultado de su padre en 2002. Ocurrió lo que todo el mundo daba por supuesto que iba a ocurrir. Sin embargo, en este 2022, a pesar de que el resultado de la primera vuelta se asemeja al de la primera de hace cinco años, no se descarta como completamente imposible que Marine Le Pen pueda ser presidenta el domingo. Es improbable que lo sea, pero los resultados que arrojan las encuestas no son concluyentes.

En la elección del próximo domingo no está en juego la elección de la presidencia de Francia, sino mucho más. Desde cosas pequeñitas, como es por ejemplo, la convocatoria inmediata de las elecciones autonómicas en Andalucía, que se dan por convocadas en el caso de que Emmanuel Macron repita como presidente y que no es nada seguro que se convoquen si fuera presidenta Marine Le Pen. ¿Se atrevería el PP, no digo Juan Manuel Moreno Bonilla, sino la dirección nacional del PP, a convocar unas elecciones en la resaca de la victoria de Marine Le Pen, quien, sin lugar a dudas, tendría en la noche del domingo una nutrida compañía de dirigentes de Vox? Con Marine Le Pen en la presidencia la convocatoria no sería  la del PP, sino la de Vox. 

Pero esto, por mucho que nos afecte a los españoles en general y a los andaluces en particular, es insignificante en comparación con las réplicas que el terremoto podría tener en la Unión Europea. ¿Podría la Comisión Europea, por ejemplo, condicionar la entrega de los fondos para la reconstrucción económica al respeto al Estado de Derecho, como ha hecho recientemente con Hungría y Polonia? ¿Habría el consenso imprescindible para que la decisión pudiera ser siquiera tomada? ¿Se pronunciaría el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) con la rotundidad que lo ha hecho tras los recursos interpuestos por los Gobierno de Hungría y Polonia? ¿Se sentiría con la autoridad para expresarse de la forma en que lo ha venido haciendo desde los años sesenta del siglo pasado?

Son preguntas retóricas. En su formulación está la respuesta. La UE es una comunidad jurídica. Su fuerza es la fuerza del Derecho, que exige un consenso casi unánime entre los distintos Estados miembros para poder operar. La necesidad de consenso no es ocasional, sino permanente. Es la fuerza persuasiva de la argumentación lo que acaba inclinando la balanza en una u otra dirección.

Obviamente, en la forja del consenso no todos los Estados tienen el mismo peso y Francia, desde luego, no es uno más. Es posible que anatómicamente la UE no experimente grandes cambios después del próximo domingo, pero fisiológicamente, será completamente distinta con Marine Le Pen en la presidencia del país. Es probable que los Tratados fundacionales sigan como están y que las instituciones se mantengan con su configuración actual, pero nada será igual. 

La presidencia de Marine Le Pen no supondrá previsiblemente la destrucción no ya inmediata, sino a corto plazo siquiera, de la UE, pero sí el comienzo de un proceso de descomposición, que acabará conduciendo a su disolución. La energía que hace falta para mantener con vida una organización supranacional tan enorme y tan compleja como es la UE es inmensa. Sin la contribución francesa no es posible alcanzarla. Las tendencias centrífugas se proyectarían en múltiples direcciones. 

Es posible incluso que una victoria ajustada de Emmanuel Macron tenga un impacto negativo en la operatividad de la UE. Incluso muy negativo.  Su autoridad se vería disminuida en la misma medida en que se vería acrecentada la de quienes se resisten a aceptar la supremacía del derecho de la UE sobre el derecho de los Estados miembros, o la prevalecía de las sentencias del TJUE sobre las de los Tribunales de cada Estado. 

El domingo es un momento crítico para la UE. Es su propia supervivencia lo que puede estar en juego.

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