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La investidura disparatada

El líder del PP y candidato a la Presidencia del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo.

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Que la investidura iba a ser un disparate es algo que hemos podido seguir a cámara lenta desde finales de agosto hasta este miércoles. Aunque Aitor Esteban comunicó al Rey, en el momento en que este inició las consultas con los portavoces de los partidos políticos con representación en el Congreso de los Diputados, que no existían las condiciones para proponer un candidato a la investidura y que era mejor dejar pasar algún tiempo para ver cómo se decantaba la posibilidad de formación de una mayoría parlamentaria de investidura, Felipe VI no lo entendió así y decidió proponer como candidato a Alberto Núñez Feijóo con una justificación plagada de medias verdades cuando no de argumentación jurídica deleznable.

Desde ese momento hasta hoy todo el proceso de investidura ha sido un disparate tras otro. El candidato propuesto por el Rey exigió a la presidenta de las Cortes un tiempo muy amplio para intentar articular esa mayoría parlamentaria, que podía justificarse con base en el tiempo que había sido necesario en algunas investiduras anteriores, pero que solamente tenía sentido si la solicitud se hacía de buena fe, es decir, si el candidato propuesto se dedicaba realmente a intentar articular dicha mayoría. Carecía de justificación, por el contrario, si el candidato se dedicaba casi exclusivamente a intentar torpedear preventivamente la posibilidad de que otro candidato pudiera ser propuesto por el Rey, tras su intento fallido.

Esto último es lo que ha ocurrido. El candidato Núñez Feijóo no ha hecho el más mínimo esfuerzo creíble para constituir una mayoría parlamentaria de investidura. Todo lo que ha hecho a lo largo de un mes lo podría haber realizado en varios días. No más de una semana. No ha avanzado ni un solo metro a lo largo de todo el mes. Ha llegado este martes a su primera intervención en la misma situación en que se encontraba en el momento en que el Rey lo propuso. Todo lo que sabía el martes antes de iniciar su discurso en el Pleno del Congreso de los Diputados, lo sabía ya en el momento en que el Rey le propuso ser candidato.

Su conducta ha sido, pues, fraudulenta. En el momento en que inició los contactos y comprobó que no conseguía ni un solo apoyo, debió dirigirse al Rey para comunicarle que no podía ser investido presidente del Gobierno, a fin de que Felipe VI pudiera barajar la posibilidad de hacer otra propuesta. Sobre todo sabiéndose, como se sabía, que Pedro Sánchez le había manifestado su predisposición para articular una mayoría parlamentaria de investidura e incluso de legislatura.

Alberto Núñez Feijóo ha estado jugando con la investidura con la vista puesta en desgastar la opción Pedro Sánchez antes de que el Rey tuviera la oportunidad de tomarla en consideración. La ejecutoria del presidente del PP del encargo del Rey no ha sido una ejecutoria “positiva”, sino exclusivamente “negativa”. No ha intentado formar Gobierno, sino que ha intentado hacer cuando menos difícil, por no decir imposible, que Pedro Sánchez sea propuesto.

Y en esa ejecutoria se ha pasado un mes largo, en el que no ha dado indicación alguna de cuál sería su programa de Gobierno. Ha hablado muchísimo de programa del no-candidato Pedro Sánchez, pero no ha dicho una palabra de cuál podría ser el suyo.

A nadie puede extrañar que en un mes de tantísimo calor como el que hemos tenido, la mercancía que tenía que vender Núñez Feijóo, su persona como posible presidente del Gobierno, se haya descompuesto y haya empezado a desprender un olor insoportable. El programa que ha ofertado Núñez Feijóo es un programa podrido, producto de una trayectoria errática, de difícil justificación en términos constitucionales y que ponía de manifiesto la imprudencia del Rey de no atender a la recomendación del portavoz del PNV.

Este prolongado fraude ha desembocado en una sesión de investidura disparatada, en la que el candidato propuesto ha perdido la ventaja inicial de poder hablar por tiempo ilimitado y cuantas veces le parezca oportuno. 

En mi opinión, perdió el control del debate en su propio discurso inicial, en el que la amnistía, es decir, la posibilidad de que un Gobierno presidido por Pedro Sánchez consiga que las Cortes Generales aprueben una ley de amnistía, ocupó los primeros cuarenta minutos, a los que siguió a continuación una propuesta de seis pactos de estado con distinto nivel de concreción y que, en su conjunto, no tienen la solidez exigible a un programa de gobierno. Aunque a esta segunda parte le dedicó más tiempo, para todo el mundo fue evidente que la amnistía era el eje de su propuesta. Así se evidenciaría en todo el debate a lo largo de la tarde del martes. A Núñez Feijóo no le interesaba el programa de gobierno, sino transmitir el mensaje de que Pedro Sánchez iba a ser presidente por aceptar el chantaje independentista de la amnistía, a lo que él no estaba dispuesto.

La decisión estratégica de Pedro Sanchez de no participar en el debate y delegar la intervención en el exalcalde de Valladolid acabó desbaratando el plan que Núñez Feijóo podía tener. 

El presidente del Gobierno en funciones acertó de manera rotunda. Pedro Sánchez no podía aceptar el papel de jefe de la oposición, porque él considera que puede formar Gobierno, mientras que Núñez Feijóo no puede. Aceptar intervenir en el debate de investidura de Núñez Feijóo, además de que podría ser interpretado como un reconocimiento de que el presidente del PP había ganado las elecciones, le proporcionaba una ventaja en el debate al poder intervenir por tiempo ilimitado siempre que quisiera y decir siempre la última palabra. La decisión desconcertó a Núñez Feijóo tanto que estuvo a punto de no contestarle y, una vez que se decidió a hacerlo, lo hizo con una brevedad extraordinaria y sin hacer uso de la dúplica. Fue un reconocimiento de la derrota como pocas veces se ven en un debate parlamentario. A partir de ese momento todo ha sido ya un pandemónium, sin orden de ningún tipo 

La investidura es el momento pedagógico más importante de la legislatura. No hay otro como él. Es un seminario político en el que está en juego el poder para toda la legislatura ante la vista de una audiencia irrepetible. Desgraciadamente en esta ocasión no ha cumplido con las expectativas. Ha sido un auténtico disparate. 

  

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