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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Hebrón: de la asfixia a la resistencia no violenta

Sara Vilà Galán y Manu Pineda

  • Un centro social (el Centro Aman) ayuda a niños y jóvenes palestinos a lidiar con los problemas psicológicos que les causa la ocupación sionista de su ciudad.

Palestina es un trozo de tierra que se extiende desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo. Este territorio está ocupado en su totalidad, de un modo u otro, por la entidad sionista conocida como “Israel”. La ocupación dura ya más de 67 años y ha provocado unos efectos terribles en la población palestina. Pero no sería riguroso hablar de una sola realidad, de una única situación de este pueblo. No sufre la misma situación la población palestina de la franja de Gaza que la de los territorios ocupados en el 48. No se parece cómo sobreviven las familias palestinas en los campos de refugiados del Líbano a como lo hacen los habitantes de Ramala. Es difícil encontrar semejanza entre la forma de vida de los beduinos del valle del Jordán y la de los cristianos de Belén.

El pueblo palestino es un solo pueblo pero con realidades muy distintas. Sería absurdo, frívolo e injusto hacer una especie de ranking que ordenase el nivel de calamidad que padece cada unos de estos grupos palestinos, cada una de estas realidades, pero en este artículo queremos poner el foco sobre la que -en nuestra opinión- es la peor situación con diferencia: Hebrón.

Hebrón (Al Jalil en árabe) es la segunda mayor ciudad de Cisjordania y cuenta con una población de unos 175.000 palestinos y 500 colonos israelíes. Es la zona con mayor tejido industrial y comercial, así como con la tierra más fértil y el agua más limpia y de mayor calidad. Es, además, una de las ciudades más antiguas de Palestina, lo que implica serlo también del mundo, y con mayor importancia tanto histórica como religiosa, tan solo superada por Jerusalén (Al Quds en árabe). La Mezquita de Ibrahim (Abraham) es el segundo lugar de referencia religiosa de los palestinos por albergar los restos del profeta Abraham y su esposa Sara. Esta histórica ciudad fue ocupada por las tropas israelíes durante la guerra del 67 y permaneció así hasta los Acuerdos de Oslo, en 1993.

El presidente palestino Yaser Arafat y el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu firmaron en enero de 1997 unos acuerdos que dividían la ciudad en dos sectores: el sector H1, bajo autoridad palestina; y el sector H2, bajo control militar israelí. En el sector H1 viven unos 140.000 palestinos, mientras que en el sector H2 lo hacen 35.000 palestinos y unos 500 colonos israelíes.

La función de los soldados israelíes no es la de proteger a la población palestina e israelí por igual, sino la de hacer la vida imposible a los palestinos; especialmente a los niños y niñas. Los pequeños que van a la escuela tienen que enfrentarse diariamente a los interminables checkpoints (puestos de control). Las fuerzas de ocupación israelíes les acosan cada día, les preguntan constantemente a dónde van, si llevan cuchillos, les hacen desnudarse, les tocan, les registran las mochilas, etc. Los niños, que en el resto del mundo están protegidos, son tratados en Hebrón como auténticos criminales. La presión va más allá: en ocasiones, les ofrecen dinero o les presionan para que se conviertan en soplones  y colaboren con el ocupante. Estos chiquillos también tienen que soportar que los colonos los insulten al pasar, les escupan y les tiren basura desde lo alto de sus casas e incluso excrementos. Por si eso no fuera suficiente, la violencia que han sufrido los palestinos desgraciadamente llama a más violencia: en ocasiones, los padres, madres y niños palestinos reproducen la violencia en el ámbito doméstico.

La situación de presión bajo la que viven estos niños hace que tarde o temprano aparezcan los síntomas de los traumas sufridos. Estos síntomas puede ir desde pesadillas y terrores nocturnos a mojar la cama, o a tener comportamientos más infantiles de los que les correspondería, o bien a pegar a sus hermanos y responder mal a su padres. Estos jóvenes pueden desarrollar todo tipo de traumas e incluso depresión, y en muchas ocasiones se niegan a ir a la escuela para no tener enfrentarse a los colonos y soldados.

El Centro Aman trabaja desde 2005 coordinado con las escuelas, las bibliotecas y otros centros educativos; también con asociaciones de mujeres. Entre todos detectan este tipo de síntomas y los derivan al centro donde trabaja la doctora Mariam y la coordinadora de proyectos Lubna Abu Turkie y donde nuestro amigo Hashem Azzeh, asesinado recientemente por las fuerzas de ocupación, colaboraba de forma desinteresada.

A Hashem tenemos que agradecerle haber dado con esta magnífica organización que empodera a las familias palestinas para resistir y para encontrar alternativas a la violencia a través de sus talleres especializados. Esas herramientas les facilitan la convivencia y mejoran cualitativamente sus vidas, si eso es posible, dentro de la ocupación y el acoso permanente. Dan servicio desinteresado a más de 150 niños y adolescentes. También hacen coaching (trabajo psicológico) con seis grupos distintos de mujeres.

Mohammed, de 14 años, y Ezz, de 11, viven en la ciudad vieja de Hebrón, frente a la mezquita de Ibrahim. Ambos niños van a la escuela cada día y sufren el acoso de los soldados y los colonos. La madre percibió cómo iba cambiando el comportamiento de los hermanos y cuánta violencia y rabia guardaban en su interior. El centro no solo intervino con sesiones individuales y grupales para los hermanos, sino que también formó a la madre. “Mohamed solía tener un comportamiento bastante negativo y pegaba a menudo a sus compañeros y utilizaba mucha violencia verbal. Ezz también actuaba negativamente pero lo hacía por debajo y era más astuto”, recuerda con una sonrisa tierna la doctora Mariam Abu Turkie. “Ellos empezaron a venir a menudo a las actividades y también a los campamentos de verano. Después de dos años de trabajo con ellos hemos visto cambios sustanciales en su comportamiento. Ahora colaboran más en su casa con la madre y el padre, son más independientes y van un poco mejor en la escuela, no mucho mejor pero algo sí”, añade.

Mariam, una de las coachers (psicóloga) más importantes del centro, es también directora ejecutiva del Centro Aman. La doctora admite que uno de sus peores problemas es la continuidad y la constancia de los usuarios: “Empiezas a tener algún avance con los niños, pero lo que no podemos evitar es la situación de ocupación y de violencia de los colonos y los soldados, lo que hace que las familias y los niños a veces no vengan a las actividades por la situación de militarización y violencia que se va alternando en Hebrón”, señala.

Zakaria'h acudió al centro con 12 años. Su madre es farmacéutica y estaba muy preocupada porque el niño, de repente, se volvió holgazán y pasota. Empezó además a fumar y a consumir drogas (anfetaminas). El centro le recomendó cinco sesiones individuales para empezar. Cada vez que iba a una de las sesiones y luego volvía a casa engañaba a su madre. Se perdía con sus amigos por las calles del barrio. “Hasta que un día le dije que iba a ir directo a casa después de la sesión y lo hizo”, cuenta Mariam. Zakaria'h, que ahora tiene 14 años, ha ganado confianza en sí mismo. Hace un mes se acercó al centro para saludar a sus coachers, les dijo que las echaba de menos y les dio las gracias porque ahora sigue con sus estudios y su padre está orgulloso de él. Quiere ayudarlo a abrir una tienda.

El Centro Aman es paradójico y heroico a la vez. Ayuda a las familias, hijos, padres y madres a buscar alternativas a la violencia para poder vivir en paz entre ellos y a la vez hacerse fuertes psicológicamente ante una situación de agresión diaria, coacciónes y atropello de derechos humanos individuales y colectivos. Sin duda, una gran lección para los israelíes y para el mundo.

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