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Extrañas parejas: el Thyssen confronta obras de nueve museos con cuadros de su colección

Izquierda: 'Retrato de Dora Maar', de Pablo Picasso (1939, MNCARS). Derecha: 'Retrato de Giovanna degli Albizzi Tornabuoni', de Domenico Ghirlandiao (1489-1490, Thyssen-Bornemisza)

Miguel Ángel Villena

Las cerca de 800 obras que integran la impresionante colección permanente del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza son intocables porque los estatutos de esta pinacoteca así lo contemplan. En pocas palabras, el centro no puede ampliar su colección, tal como decidieron en su día el barón Thyssen y Tomás Llorens, primer conservador jefe de este museo que, desde 1993, es de titularidad estatal.

Por ello, el actual director, Guillermo Solana, defiende que su modo de coleccionar pasa “por las exposiciones temporales o por las obras invitadas”. A propósito de obras invitadas, el Thyssen cierra ahora las celebraciones de su 25 aniversario al acoger piezas de otros nueve museos madrileños en una original muestra que permanecerá abierta hasta febrero de 2019.

El género museístico de préstamos de otras pinacotecas no significa en modo alguno una novedad, pero en el caso del Thyssen esta muestra representa la primera ocasión en la que dialoga artísticamente con el Prado, Reina Sofía, Arqueológico Nacional, Artes Decorativas, Naval, Lázaro Galdiano, América, Antropología y Romanticismo.

Arte de parejas inesperadas

Después de un prolongado y complejo proceso de selección y de búsqueda de emparejamientos, en el que intervinieron varias conservadoras del Thyssen, con Mar Borobia a la cabeza, finalmente se eligieron 28 piezas que abarcan desde una Afrodita de Asia Menor o un azulejo nazarí hasta pinturas de Pablo Picasso, Antonio Saura o el Equipo Crónica. Las obras prestadas se van intercalando a lo largo de las distintas salas del palacio de Villahermosa junto a sus recién halladas parejas.

Como subraya Guillermo Solana, el equipo directivo del Thyssen ha dejado volar la imaginación más allá de algunos emparejamientos o diálogos artísticos que podrían considerarse ortodoxos por contar con una relación histórica o cultural acreditada. Un ejemplo de esta modalidad más canónica sería la contraposición del cuadro La comida, obra del Equipo Crónica realizada en 1972, con El tío Paquete, un óleo pintado por Francisco de Goya en 1820.

En otras ocasiones se trata de parecidos que pueden resultar verosímiles desde un punto de vista de la historia del arte y, en esta línea, encontramos en la muestra el diálogo entre un azulejo nazarí del siglo XV, asimétrico y sin principio ni fin, cedido por el Museo Arqueológico Nacional, con un cuadro de Jackson Pollock, Marrón y plata I, realizado en 1951.

También en este apartado de semejanzas verosímiles podríamos encuadrar una máscara zoomorfa con el óleo sobre lienzo de James Ensor titulado Teatro de máscaras, que fue pintado en 1908.

De “relaciones locas, pero apasionantes” califica Solana la de algunas parejas cuyo único parentesco radica en el nombre o en el tema, como reflejan el Retrato de joven dama con rosario, pintado por Peter Paul Rubens en 1610; y Dama, de Antonio Saura, fechado en 1958 y procedente del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. O bien el paralelismo entre el Retrato de Giovanna degli Albizzi Tornabuoni (1490), firmado por Domenico Ghirlandaio y un icono de la colección del Thyssen, con el cubista Retrato de Dora Maar (1939), de Pablo Picasso.

Cuando el arte habla a través de los siglos

En cualquier caso, el mayor atractivo de estas obras invitadas para los aficionados al arte apunta a los diálogos con objetos que salen del cuadro, “un género muy contemporáneo”, en palabras de las conservadoras del Thyssen, que logra hacer real la pintura.

En esta categoría se exhiben espejos, esferas, jarras o una baraja de naipes, que perteneció al escritor Mariano José de Larra y que ha sido prestada por el Museo del Romanticismo.

Este contraste entre objetos y cuadros resulta especialmente sugerente en diálogos artísticos como el que se establece entre un espejo psiqué del siglo XIX, de cuerpo entero, construido en madera de caoba, cristal, bronce y latón, con el lienzo El espejo psiqué, pintado en 1876 por Berthe Morisot, una artista considerada como la gran precursora del movimiento impresionista.

En este mismo grupo de alternancias entre objetos y cuadros destacan también Los jugadores de cartas (1520) del maestro holandés Lucas van Leyden, con la citada baraja francesa de Larra; o La toiletteLa toilette (1742) de François Boucher, con una colorista pantalla de chimenea de finales del siglo XIX elaborada en madera, papel, pigmento y madreperla.

De sorpresa en sorpresa, de pareja en pareja de obras, el visitante va recorriendo las salas del palacio de Villahermosa salpicadas de esta original propuesta llena de talento y maestría. De este modo unas piezas enlazan con otras en una historia del arte que abarca desde una Afrodita de Asia Menor, datada entre 200-150 a.C y realizada en terracota, hasta su correlato en el pop-art con Mujer en el baño (1963) de Roy Lichtenstein. Así el aficionado podrá apreciar que existen más semejanzas de las que en principio parecen. A pesar de los siglos transcurridos.

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