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Una clase de fotografía por Tierra Santa, el lugar donde una cámara es tan peligrosa como un rifle

José Antonio Luna

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The Walled Off Hotel, un alojamiento ideado por el artista Banksy, es descrito como el “hotel con las peores vistas del mundo”. Se encuentra en Cisjordania, y desde sus ventanas se contempla el muro que separa Israel de Palestina. Es una gran barrera de unos 700 kilómetros que según los primeros es necesaria para prevenir “ataques de terror” mientras que para los segundos es una estrategia para la apropiación de territorio.

Las historias que se dividen a un lado y al otro del muro no son fáciles de contar, y mucho menos de retratar. Sin embargo, Josef Koudelka (1938) es una leyenda viva de la fotografía capaz de captar múltiples sensibilidades a través de su cámara. Así se demuestra en el documental Koudelka: disparando en la Tierra Santa, estrenado el pasado viernes en Filmin y centrado en el proceso creativo del mítico artista de la Agencia Magnum.

“Crecí detrás de un muro. Durante toda mi vida, hasta que me fui de Checoslovaquia a los 32 años, quise ir al otro lado. Para mí era una prisión, estaba enjaulado. Y no me gustaba el muro, por supuesto, pero al mismo tiempo es realmente espectacular”, cuenta el fotógrafo checo haciendo referencia a la Cortina de Hierro que separó la Europa Occidental y la Oriental.

Fue precisamente este contexto vital el que le hizo comprender el significado de vivir en tales condiciones. Con fronteras que no son naturales, sino levantadas sobre ideas. “Un muro, dos cárceles”, señala el fotoperiodista.

El documental dirigido el artista israelí Gilad Baram no se centra en el contexto histórico ni social de los acontecimientos, sino en los pasos que da Koudelka antes de apretar el disparador. La exhaustiva observación del paisaje, la búsqueda de motivos que ilustren la escena, el cómo encuadrar para que el desastre parezca armónico…. Son 72 minutos en los que nosotros, espectadores, no somos meros acompañantes de su modus operandi. Gracias a la narración pausada también nos contagiamos del sosiego del fotógrafo para analizar su entorno, llevarse la cámara al ojo y, acto seguido, inmortalizar el objeto.

Es casi un ritual mágico trasladado a la pequeña pantalla a la perfección. De hecho, el arranque del documental es toda una declaración de intenciones. Comienza con un plano fijo en mitad de la barrera israelí donde vemos al fotógrafo contorsionarse en busca del encuadre perfecto. De repente aparece la imagen resultante, monocromática y con formato panorámico, y es entonces cuando entendemos el porqué de todo lo anterior. Es la fotografía entendida como arte pausado y no como práctica vertiginosa.

“¿Cómo puede la gente hacerle algo así a un paisaje tan hermoso? Los de ambos lados pueden intentar defenderse, pero el paisaje no puede defenderse a sí mismo. Y están destruyendo el paisaje más sagrado de nuestra civilización”, critica Koudelka. Precisamente por eso, apuntar con la cámara en ese contexto se convierte en todo un acto de rebeldía, especialmente cuando se trata de fotografiar soldados o pasos fronterizos.

Pero la experiencia y reputación de Josef Koudelka son herramientas suficientes para tales adversidades. Por ejemplo, pasando por italiano cuando toca o haciéndose el loco cuando le intentan expulsar de un lugar por el mero hecho de ser fotógrafo.

El paisaje por encima de las balas

Koudelka es reconocido, entre otras cosas, por sus instantáneas de la Primavera de Praga. Inmortalizó la llegada de los tanques soviéticos prácticamente a un palmo de distancia y dichas imágenes dieron la vuelta al mundo, motivo que le llevó a recibir la Medalla de Oro Robert Capa.

“No fotografié lo mismo en ningún país porque principalmente en ninguno sentí lo mismo que en el mío, en Checoslovaquia. Sentí que era mi problema y yo era fotógrafo, y de hecho no hice nada de esto en los 40 años siguientes”, apunta el reportero en el documental.

Es esa la razón por la que su visión en Israel no es tanto un relato en primera persona del conflicto, sino un retrato del paisaje que se está destruyendo. “No va a cambiar nada el que yo me preocupe o no, pero sí el enseñar a la gente lo que posiblemente no hayan visto”, añade.

A la edad de 80 años, Koudelka sigue trabajando según su método: lento, agotador y obsesionado con el resultado. De hecho, en varios fragmentos del documental se ve cómo el reportero vuelve a lugares ya fotografiados. ¿El motivo? Perfeccionar todavía más el disparo. Puede que sea emplazamiento usual, pero capturarlo con unas condiciones climáticas concretas y desde un ángulo específico hace que se convierta en excepcional.

No por no estar en primera línea de batalla es más fácil. Hay otras inclemencias, como las humanas o las temporales, que son también hándicaps para su trabajo. “Fotos, solo hago fotos”, responde Koudelka a unos guardias sorprendidos por el fotógrafo, que les apuntaba con la cámara. Pero, en el fondo, tanto él como ellos saben que no son “solo fotos”, sino recuerdos en forma de negativos.

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